Jaula de Aves

Emunah

18 de Mayo de 1942.

La familia de Otto era privilegiada ya que eran hijos de guerra, Conrad salía de vez en cuando pero regresaba con golpes de la "población normal" que lo veían y sabían que era judío. Pero la gran mayoría de los alimentos eran introducidos de contrabando.

Debora tenía la cesta sobre la mesa.—Ahora es muy poco Conrad.— comentó Debora que revisaba la canasta de suministros que trajo Conrad.

—Lo sé madre. Pero cada que ven entrar a una tienda me echan de ahí, ellos no saben que somos… judíos privilegiados.

—No importa. El hecho de serlo es una bendición.— comentó optimista Rut— debemos de aprovechar lo que Conrad nos ha traído.

—Pero madre.—interrumpió Gabrjel— solo son tres panes, una onza de chocolate y medio litro de agua, somos demasiados aquí.

—Moisés mantuvo a su pueblo a salvo con solo pan, nosotros sobreviviremos con lo que tenemos. Se los aseguró. La onza de chocolate la guardarnos como lo hemos hecho siempre desde que entramos.

—Tiene razon Rut. Emunah, saldremos de esta, con tan poco.—salto Gabrjel.

Otto tenia la mirada baja, y sobaba su pulgar con el falange de su otro pulgar.—¿Otto?.—le llamo su abuela.—¿estas bien?.

Otto alzo la mirada y sin despegar sus dedos acentio apatico. Se tomaron de las manos, y repartieron en partes iguales los panes que les duraría tres días, la onza de chocolate era para quien anduviera en los suelos o en verdad demasiado débil, la cual la guardaban.

La arrebolada tarde llego y era el momento perfecto para declarar sus sentimientos escondidos. 

—No debemos.—susurro tomandose de las manos estando una frente a la otra, mirandose a los ojos muy atentas a que nadie entrara a la alcoba.

—Sé que no, pero hace mucho que no lo hacemos.
Athalia, tomo de la cintura a Dalila y la acercó a ella, sus narices chocaron, y sus labios estaban a punto de colisionar; cuando alguien entro a la habitación.

—¿¡Qué estan haciendo!?.—exclamo la señora Krakauer, y ambas jovenes se separaron de prisa.

Magdalena Krakauer, una mujer flaca y estirada. Con una nariz larga casi puntiaguda y ojos saltones, cejas pobladas que daban la impresión de siempre estar impactada. No sería tan fea si se cepillara de vez en cuándo su cabello rizado oscuro en vez de cubrirlo con un velo negro a todas horas.

—Señora Krakauer, por favor...— suplicaba Athalia que dio un paso al frente.

—¿¡Que creen que hacen, que hacen!? ¡son-son una abominación!.— gito asqueada para luego escupirles a los pies de las jovenes.

Dalila se le acercó, la miró a los ojos y la empujo del hombro.— ¡¿Usted se cree tan perfecta no es así? Si lo fuera, no estaría aqui en primer lugar!

Un escupitago a sus pies fue la respuesta de Magdalena a la oposición de las jovenes. La señora Krakauer salió repugnada de la habitación, y ambas  se miraban a los ojos, Dalila trato de acercarse a Athalia, pero este salió con lágrimas del edificio.

Magdalena sento a Rut Gubernat a la mesa y le conto lo que vió, y además, tambien dió una sugerencia que se negaba a poner en votación.

—¡Por el amor de Dios, Magdalena!— le respondió ultrajada Rut.—¿Te parece prudente echar a dos jovencitas a la calle, en este... este lugar...?.

—¡No estas entiendo la gravidez de la situación, Rut! Dos mujeres—enfatizo casi tensando la mandíbula— esa clase de acercamientos tan antinaturalez ¡puaj! No me quiero ni imaginar de lo hubieran sido capaces si yo no hubiera llegado a tiempo.— alego ofendida y con mucho asco casi a gritos.

—No se preocupe señora Gubernat— interrumpió Athalia la conversación de ambas— nosotras nos iremos por nuestra cuenta. Sabemos que aquí no somos bien vistas.

—¡Mh!—expreso Krakauer— y apuesto que allá afuera las trataran como reinas ¿que te hace pensar que serán bien vistas?— preguntó Magdalena aún con su insoportable tono.

—Que allá afuera, todo mundo pese a su modo, sufre. Ya no importa o si eres diferente.

—Pero...— demandó Rut.

—No se moleste señora.— interrumpió— moriremos de hambre, o tifoide, o asesinadas, pero eso si, juntas.

—¿Y que esperan? Se esta oscureciendo, no alcanzaran buenos callejones.— se volvió a escuchar la voz quejosa de Magdalena.

Ambas jovenes dierón una reverencia a Rut Gubernat y salieron una tras la otra para azotar la puerta e irse.

—Es lo mejor.—musitó sin la minima señal de arrepentiniento Magnadela reclinandose en su silla.

18 de Junio de 1942.

Asegurando un lugar en la casa, búscando algo para desaburrirse en ella, Amelie comenzo a sacudir el polvo de los muebles. Con un plumero seminuevo, el cuál no conocía las manos finas de Greta, Amelie comenzó a limpiar. 

Terminando con los de la sala de estar, se diriguió al estudio. En un aparador de cristal, Amelie se dio a la tarea de sacar todas las figurillas de porcelana y libros que habia allí para limpiarlo mejor. Al terminar, regresaba todo a su lugar, y cuándo llevaba una pila de novelas, se les resbaló de las manos y callerón a sus pies.

—¡Dios!.—expresó dando un pequeño brinco. 

Se inclinó y comenzo a levantarlos. Pero uno le llamo la atención, uno que estaba intacto y sus páginas todavia no eran husmeadas. Los parrafos de las hojas no habían sido leidos aún. Amelie lo tomó como un tesoro.

—Jekyll y el Señor Hyde.—pronunció Aarón pelando muy agusto un platano.

A Amelie le molestaba la sagazidad que tenía aquel hombre para ser discreto –o quiza ella muy ingenua– y colarse en todos lados sin que lo escuchara llegar.

—Mamá lo compro pero... nadie lo ha leído aún.

Aaron le dió una mordida a su fruta. Amelie sonrió.—Es mi favorito.

—¿De Stevenson?.

—De todo el mundo.

Aarón sonrió y camino junto a ella.—Mi madre no sabé leer.—confesó.—De echo ni yo ni mis hermanas entendemos cómo es que nos enseño.

—Quizá tu padre.

El nego agachando la cabeza.—No. Jamás estaba. Trabajo, trabajo y bares. Le detectarón una enfermedad en el riñón hace tiempo y por eso lo ves aquí... aparentando ser buen padre ahora. No lo és. Aveces.




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