16 de Octubre de 1941.
Su lugar en la casa Lenz no seria gratis, debía, como todos menos Greta hacer un esfuerzo y llevar comida a la casa. Con ayuda de Brunilda, Amelie había conseguido un puesto de camarera en el restaurant "Eden" más frecuentado por la familia.
—¿Gustan algo más?—pregunto Amelie lo más amable que podía al angustiado matrimonio con la estrella de David bordada en sus sacos.
—N-no, gracias.—tartamudeo el hombre de parpados gruesos y ojeras pronunciadas.
Amelie estaba por marcharse cuándo la mujer le llamo alzando la mano. Amelie volteo.—¿T-tiene té... de valeriana?—ella asintió viendo la angustia de ellos.—Deme... dos.
Amelie obedeció y se diriguio a la barra.—Dos de valeriana.
La mujer al otro lado saco la tetera con té de valeriana y la puso sobre la charola de metal junto a dos tazas y un tazón de azucar.
La subgerenta de turno, lleno con su cara de serpiente y se paro junto a la otra camarera.—No olvides cobrar el impuesto.
—¿I-impuesto?.
Ella sonrió cruzandose de brazos.—Se me olvida que eres nueva. La gerenta nos aviso que a cada desleal que entre le cobren un impuesto extra... fue un trato con prefectura, que hay que obedecer.
—¿De cuánto es el impuesto?.
La subgerenta alzo la charola y la puso grosera al siguiente nivel de la barra. Amelie la tomo con ambas manos, se había contaguiado de un miedo extraño, no tono en su trance como tres camionetas nazi se estacionaron afuera y dónde descendieron uniformados. Entraron al resturant y solo en ese momento Amelie los noto.
—Heil Hitler.
Saludo uno extendiendo el brazo, y en ese instante la charola resbalo de las manos de Amelie. El matrimonio asustado quedó aferrado a sus sillas cuándo unos uniformados comenzaron a forzejearlos.
—¡No, no, suéltenme, suéltenme!—gritaba la mujer dando patadas inútiles.
—¡Dejenla, dejenla en paz!—gritaba su esposo siendo arrastrado a la salida.—¡Dejenla en paz!.
La mujer que se negaba a salir tuvo que ser sometida, la pusierón bocabajo y con toda la violencia fue atada de las muñecas y solo asi lograron sacarla como a un costal de papas. Amelie estaba helada.
—Lamento esto, Sra. Nagel.—se diriguio un oficial a la subgerenta que ya estaba del otro lado de la barra.
—No se disculpe. Entiendo completamente... nosotros...
—Sé lo del trato con prefectura no mal entienda.—sacó de su folder de cuero una orden con el sello de Gestapo en él.—Pero ya no hay trato. Se acabo la tolerancia. Dele esto a la gerenta Debra Bohn-Rümpler por favor.
—Con gusto.—obedeció llena de orgullo la autentica vivora nazista.
El oficial se fue no sin antes fulminar a la estática Amelie con la mirada. El oficial se fue abriendose paso entre las dos mesas que fueron tiradas al suelo en el forzejeo.
—¡Ey, niña!—le llamo a Amelie y ella reaccionó—Levanta eso y vulve el trabajo.—ella se puso sobre sus rodillas y comenzo a juntar el destrozo.—¡Lamento mucho, esta escena en verdad!—se diculpaba Klara Nagel con los comensales—Pero, recuerden que los malos son ellos no nosotros. Esto es un cambio... y, aveces, los cambios conllevan a conductas... drasticas, como estas.—habla muy tranquila.—Por favor, insisto que sigan disfrutando. De antemano yo y la gerenta la señora Bohn-Rümpler nos disculpamos por tal fasticio que les aseguro no se volverá a repetir.
Le habían arrojado una esponga a Amelie para secar el té derramado y de rodillas seguía congelada y llena de pavor.
01 de Noviembre de 1941.
La casa de los Lenz no había estado tan profunda desde hace tiempo, las cosas se ponían en ambiente romántico y se respiraba el olor de felicidad que emiten ambos cuando cruzaban miradas.
—Soy danesa.—confeso orgullosa Brunilda.—Nací lejos de la ciudad, en la frontera. Mi madre Denise Moloney (irlandesa), me obligo a matar pollos para venderlos y poder comer. La odie semanas.
Irrespetuoso, Egon Cordes le clavo su tenedor a su pedazo de chuleta y la deboró.
—M-mi madre también es danesa.—tomo su amable hijo, Jared la palabra.—Pe-pero ella viene más del norte.
—¿De verdad?. Grandioso. No tiene mucho que mis padres fallecieron, ambos, y quizimos visitarlos... pe-pero la guerra.
—No se inquiete señora Lenz. Estamos haciendo nuestro trabajo. "El deber de todo hombre es proteger y pelear por lo suyo. Esa es la victoria.", fuerón las últimas palabras que mi cariñoso padre me dijo antes de morir en su cama.—hablaba Egon Cordes con una incomoda seriedad.—Se lo aseguro, todo acabara pronto y para bien.
Brunilda bajo su taza de café y seco sus labios con la servilleta.—¿Bien... para...?
—¡Para todos, por supuesto!—exclamo—, todos saldremos afortunados de la victoria. Será un dia de gozo cuándo hayamos resultado campeones de esta racional guerra, ya lo verán.—aunque Walter y Aarón formaban parte del ejercito nazi, escuchar a Cordes les causaba cierta ira —Estamos haciendo de esta nación, una mejor Alemania. Limpia y libre de todo estorbo y plaga, salvaguardando la pura y legítima raza aria, la raza superior. Como los "hijos de Jacob", somos los escogidos por Dios.
—¿Raza aria...?—susurró Amelie entre dientes, completamente estupefacta en su silla sin despegarle la mirada a Egon.
Él noto que no dejaba de observarlo.—Así es. ¿No me diga que no lo sabe?. Señorita Schneider, somós lo mejor de lo mejor, nuestra piel, nuestro idioma... todo bien hecho y sin falla.
—He oído de ciertos lugares dónde los niños sometidos a pruebas para determinar si son...
—Si son perfectos para la sociedad.—interrumpió Egon, que comenzaba a estirar los músculos de sus labios formando una sonrisa.—Correcto. No lo vea cómo un experimento, vealo como una... oportunidad. Mi hija trabaja en un Lebensborn, y ningún niño ario o clasificado sufre, niguna persona pedece.
—¿Y que hay de las personas judías?.—la cena termino por derrumbarse con esa incomoda pregunta que Amelie pronuncio con todo el miedo del mundo en su garganta.
#3011 en Detective
#1642 en Novela negra
#21915 en Otros
#1581 en Novela histórica
Editado: 18.07.2023