Jaula De Cristal

La Prisión Invisible

La luna llena se alzaba sobre el castillo de Lysia, como una enorme vigilia fría, observando en silencio los horrores que ocurrían bajo su luz. En lo profundo de la torre donde vivían las gemelas, una atmósfera espesa y densa llenaba cada rincón, cargada con la sensación de algo que había quedado atrapado en el tiempo. El aire olía a moho, a envejecimiento, a un perfume putrefacto de recuerdos olvidados, como si las paredes mismas respiraran las angustias de aquellos que alguna vez las habitaron.

Selene, con los ojos vacíos y la piel pálida como la cera, caminaba sin rumbo por los pasillos desmoronados del castillo, sus pasos se perdían entre las sombras, su cuerpo deslizándose como una espectro sin alma.

El cinturón que su hermana Lyra le había puesto seguía apretando su cuello, invisible para los ojos ajenos, pero inquebrantable, como una serpiente que la rodeaba, sin darle espacio para respirar, sin darle el derecho a ser. A veces sentía el peso del cinturón como una presión en su pecho, como si algo dentro de ella estuviera intentando escapar, algo que luchaba, que gritaba por salir de las garras de Lyra. Pero no podía.

El cinturón tenía el poder de tomar su voluntad, de sellarla, de transformar su cuerpo en un simple títere que obedecía cada palabra, cada deseo de Lyra. Ya no era ella misma. Ya no quedaba nada de la Selene que alguna vez fue libre.

Todo había comenzado lentamente, con la manipulación sutil de su hermana, quien, con una dulzura que solo podía ocultar lo que realmente era, había comenzado a tomar más control de su vida. Pero no fue hasta que el cinturón se apretó alrededor de su cuello que Selene sintió por completo la magnitud de su cautiverio.

El cinturón había cambiado algo dentro de ella. No solo controlaba su cuerpo, sino que comenzaba a dominar sus pensamientos. La magia que emanaba de él era oscura, imparable, como si en cada hilo de su existencia, en cada respiración, el cinturón tejiera un lazo más fuerte que la mantenía atada, más que física, espiritualmente.

Selene había sido una niña curiosa, llena de vida, de preguntas. Pero ahora, mientras sus pasos resonaban vacíos en los pasillos oscuros, su mente estaba vacía también. Había comenzado a olvidar las pequeñas cosas que solían traerle alegría, los recuerdos cálidos que alguna vez compartió con su madre, la suavidad de la brisa en su rostro, las risas que se escuchaban entre las paredes de la vieja casa.

Ahora todo estaba teñido por la oscuridad de Lyra, por su control, por las órdenes que nunca terminaban.

— No hables. No pienses. Solo obedece. — Las palabras de Lyra eran como cuchillos, cortando su voluntad, sometiéndola al deseo que su hermana sentía por ella. — Si, hermana.— Esa era la única respuesta que su cuerpo daba.

Esa respuesta vacía que ahora salía de sus labios sin pensarlo. No era un ser humano, ya no. Era solo una marioneta, movida por las cuerdas invisibles de Lyra.

La lucha interna de Selene era feroz. En lo más profundo de su ser, algo de ella seguía resistiendo, algo que nunca pudo ser completamente aplastado. Sus ojos grises, que antes reflejaban inocencia, ahora estaban llenos de un brillo melancólico, como si, a pesar de todo, aún pudiera ver algo más allá del cinturón, algo que estaba más allá de la niebla de control que Lyra había creado.

En sus noches solitarias, cuando el cinturón perdía su fuerza durante unos segundos, Selene sentía la guerra que se libraba dentro de ella. Su alma gritaba por liberarse, por escapar de la prisión invisible que la ataba. Pero su cuerpo, su maldito cuerpo, siempre respondía a las órdenes de Lyra.

— Baila para mí, hermana.

Esa orden retumbaba en su mente. Y, aunque su ser entero se rebelaba, sus piernas seguían danzando, sus brazos moviéndose como si no fuera ella quien los controlara.

A veces, en la oscuridad, Selene lograba preguntarse:

¿Dónde estaba la Selene que fui? ¿Dónde estaba mi libertad?

Pero esas preguntas no encontraban respuesta. El cinturón había borrado esos recuerdos. Cada vez que intentaba recordar algo de su vida pasada, sentía que su mente se nublaba, que las imágenes se desvanecían como humo. La magia que la mantenía cautiva se extendía más allá de su cuerpo; estaba destruyendo todo lo que ella había sido.

Una noche, mientras caminaba por el castillo, como si fuera una sombra perdida en su propia oscuridad, Selene sintió una presencia extraña detrás de ella. Giró lentamente, solo para encontrarse con la figura de Lyra, quien la observaba con una sonrisa. La expresión de Lyra era un reflejo de satisfacción, como si hubiera conseguido lo que siempre había querido.

— ¿No te cansas de ser tan hermosa, hermana?— Lyra susurró, como si el simple hecho de pronunciar esas palabras le diera placer.

Pero Selene, por dentro, sentía que la muerte de su alma estaba cerca. Ya no podía reconocer a su hermana en esos ojos fríos, en esa sonrisa oscura que solo podía traer más sufrimiento.

— No hables,— ordenó Lyra, su voz suave y fría. —Solo responde. ¿Lo entendiste, hermana? — Selene asintió, como siempre lo hacía. — Sí, hermana.

Lyra se acercó a ella con una gracia inquietante. Con una mano, acarició su mejilla, un gesto tierno, pero al mismo tiempo posesivo. Como si fuera un objeto, no una persona. Selene sintió el frío contacto de su hermana, un toque que la quemaba más que el fuego. En ese momento, la sensación de que algo dentro de ella se rompía se intensificó. Su alma, atrapada en un laberinto de sombras, parecía desvanecerse, mientras su cuerpo, indefenso ante el control de Lyra, cedía.

Pero aquella noche, algo cambió. Mientras Lyra la observaba con una sonrisa satisfecha, Selene, en el rincón más oscuro de su mente, encontró algo que nunca antes había sentido: una chispa de furia. Fue pequeña, casi imperceptible, pero estuvo allí. Una chispa de rebelión que encendió algo en su corazón.




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