La oscuridad del castillo de Lysia se espesaba aún más cuando las sombras parecían tragarse todo lo que tocaban. En las altas torres, donde la luz de la luna apenas llegaba, se podía sentir una presencia distante, pero inquietante, como si la misma muerte se deslizara entre las paredes. Selene, atrapada en su cautiverio, comenzó a notar algo diferente en el aire, algo más pesado, algo que le helaba los huesos y encendía una nueva chispa de terror en su corazón.
Esa noche, mientras Lyra, su hermana, se acomodaba frente a una chimenea apagada, recitando en voz baja de un libro de cuentos siniestramente alegre, Selene vio una figura desvanecida en la esquina más oscura del salón. Era una silueta al principio, borrosa y sin forma, como una sombra que se arrastraba entre los pliegues de la noche. Pero, a medida que sus ojos se ajustaron a la penumbra, la figura comenzó a adquirir una forma más definida, una forma humana, pero al mismo tiempo tan extraña y etérea que su visión parecía distorsionarse con cada parpadeo.
Era una mujer, pero su figura estaba compuesta de sombras densas y humo etéreo. No podía discernir su rostro con claridad, pero sus ojos… esos ojos brillaban con un resplandor pálido y frío, como las luces mortecinas de un faro distante. Su cabello, largo y negro, parecía fluir como si no tuviera sustancia, solo una corriente oscura que se deslizaba a través de su espalda. Su vestido era de un negro profundo, que parecía disolverse en la oscuridad misma, como si no perteneciera a este mundo. El aire alrededor de ella parecía helarse, y una presencia oscura, como un manto de desesperación y terror, se apoderaba del espacio.
Selene sintió cómo su corazón latía con fuerza. Esa figura… la conocía, o más bien, había oído historias sobre ella, historias susurradas a través de generaciones. El espectro de una mujer que había creado el cinturón mágico, la primera de su familia en haber sucumbido al amor obsesivo que luego se convertiría en la maldición de todos los que vinieron después. Aquella mujer había sido la antecesora, la progenitora de todo lo que Selene y Lyra ahora enfrentaban.
La figura se acercó lentamente, como si se deslizara sobre el aire. Selene, paralizada, no podía moverse. Sabía que no podía escapar. El cinturón que le apretaba el torso la mantenía inmóvil, y la visión de esa mujer espectral solo aumentaba la sensación de desesperanza que la consumía. Los murmullos que la mujer parecía susurrar no eran palabras, sino una vibración en el aire, algo que Selene sentía en lo más profundo de su ser.
— Ven a mí, hija de mi hija, hija de mi perdición,— dijo la mujer, su voz era un susurro gélido, pero también pesada, cargada de siglos de dolor. — Tú, que eres la heredera de esta maldición, has caído en la misma trampa que tu madre. Como ella, como yo, tu alma se funde con la obsesión, con el amor que devora, con la locura que nos consume.
Selene intentó hablar, pero el cinturón apretó más fuerte, como si se hubiera convertido en un animal vivo, tragando su aliento, cerrando su garganta. No podía hablar, solo podía escuchar, y el peso de las palabras de la mujer resonaba como un eco de siglos pasados, una condena que se repetía.
El cinturón que te ata a tu hermana es el mismo que usé, el mismo que usó tu madre, el que siempre hemos usado para asegurar el amor, para poseer y destruir.
La mujer levantó una mano, y un destello de poder flotó a su alrededor, como si las sombras mismas la obedecieran. Selene pudo ver el cinturón que había creado, una especie de joya oscura que brillaba con una energía maligna. Un cinturón que había comenzado como un deseo de amor, un amor tan profundo y enfermizo que se volvió una cárcel para todos los que lo usaron. El espectro miró a Selene con una mezcla de lástima y regocijo.
Este es el destino de nuestra familia, hija mía. Siempre hemos amado con tal fuerza, con tal locura, que nos hemos vuelto prisioneros de nuestro propio amor.
La mujer sonrió, pero no era una sonrisa amable, sino una sonrisa que venía del abismo mismo.
Este es el precio de nuestra maldición, la que compartimos con todos los que han muerto por causa de ella. El cinturón que creé para mantener a mi amado junto a mí… ahora mantiene a todos nuestros muertos prisioneros, sus almas atrapadas en esta prisión sin fin.
Selene, con el corazón latiendo desbocado, sintió una ola de desesperación invadirla. Sabía que no podía resistir el destino que la mujer había descrito. Si no se liberaba, su alma se quedaría atrapada para siempre, en el limbo entre la vida y la muerte, en este mundo sombrío que la mujer había creado. Pero a medida que las palabras de la mujer llenaban su mente, Selene sentía cómo la magia del cinturón comenzaba a infiltrarse aún más en su cuerpo. Su alma, ya debilitada por el hechizo, comenzaba a transformarse.
— ¿Sería esto su destino? — pensó, un miedo profundo apoderándose de ella.
En ese momento, un leve resplandor pasó por los ojos de la mujer, como si estuviera observando más allá de Selene.
Tú aún eres joven, pero pronto serás como todos los demás que han pasado por esta maldición. Al final, tu alma será parte de este castillo, atrapada entre las sombras, al igual que el alma de tu padre, que yace aquí, entre estos muros, prisionero de su propio amor.
Selene miró alrededor, sus ojos ahora enrojecidos de desesperación.
¿Su padre también estaba atrapado aquí?
La mujer había mencionado su alma, y Selene sintió una repentina ola de horror.
¿Su padre estaba muerto, condenado a una eternidad en este castillo maldito?
La idea la golpeó como una losa de piedra. Los recuerdos de su madre y su padre comenzaron a invadirla. Su madre, siempre a su lado, siempre con esa extraña intensidad, un amor tan profundo que los envolvía a todos, pero que Selene nunca entendió del todo. Ahora, con estas nuevas revelaciones, todo cobraba sentido, y cada uno de sus recuerdos se teñía con la misma desesperación y obsesión que marcaba la historia de su familia.
#281 en Terror
#3301 en Fantasía
#obsesionesquedestruyen, #terror #maldicion, #fantasiaoscura
Editado: 26.03.2025