Jaula De Cristal

La Jaula de la Quietud

Las horas en el castillo de Lysia pasaban como si fueran días, pero a Selene, atrapada en su propia prisión, no le quedaba sentido al tiempo. Su cuerpo, ahora completamente sometido a la voluntad de Lyra, parecía haber dejado de existir como algo independiente. La magia del cinturón ya no solo dominaba su mente y su alma, sino que también controlaba sus necesidades más básicas. El simple acto de respirar, el parpadeo de sus ojos, la forma en que sus pulmones se llenaban de aire, todo estaba atado a las órdenes de Lyra. Ya no tenía control sobre su propio ser.

En la imponente biblioteca del castillo, donde los estantes cubiertos de polvo se alzaban hasta el techo y los libros parecían murmurar en lenguajes olvidados, Lyra se había acomodado en uno de los sillones de terciopelo negro, mirando hacia el fuego que chisporroteaba en la chimenea. Era una imagen perfecta de autoridad y descanso, mientras que Selene permanecía de pie, rígida, a su lado, como una sombra sin vida.

— Quédate ahí.— Lyra había ordenado con esa suavidad helada en su voz, como si fuera un simple recordatorio más, una instrucción sin importancia. Pero para Selene, esa orden era todo.

El dolor comenzaba a recorrer su cuerpo. Estaba inmóvil desde hacía horas, sus piernas entumecidas, sus músculos quejándose ante la imposibilidad de moverse. Su espalda se había curvado levemente por el esfuerzo de mantenerse en pie, pero no podía relajarse.

El peso de su propio cuerpo se volvía insoportable, y la necesidad de descansar, de sentarse, de mover las piernas, se volvía más aguda con cada segundo que pasaba. Pero no podía. No podía moverse. Su cuerpo, como una marioneta atada por hilos invisibles, permanecía rígido, condenado a la quietud.

Cada intento por mover un dedo, por cambiar de postura, por simplemente dar un paso hacia el otro lado de la habitación, era reprimido por la fuerza del cinturón. Era como si el cinturón mismo apretara más y más, una serpiente invisible que rodeaba su torso, como un abrazo mortal. Su mente comenzaba a llenarse de desesperación mientras su cuerpo, agotado y destrozado, se mantenía atrapado en una cárcel invisible.

El dolor era insoportable, pero más que el dolor físico, era la humillación lo que más la desgarraba. Lyra estaba allí, descansando cómodamente en el sillón, leyendo un libro con aire de indiferencia, como si Selene fuera una simple estatua decorativa, como si su hermana fuera un objeto más en su colección de posesiones. Cada respiración de Selene se volvía más profunda, más desesperada, mientras el hambre por la libertad la consumía lentamente.

— No te muevas.— La voz de Lyra, cortante, llegó a sus oídos como un látigo.

Y Selene, sumida en la humillación más profunda, no tuvo más opción que obedecer, sus músculos gritando, su cuerpo exigiendo descanso. Pero su alma ya estaba tan destruida por la obediencia, que se convirtió en algo natural, una respuesta automática. Ni siquiera intentó resistir.

Las horas continuaban su marcha, implacables. En un intento desesperado, Selene cerró los ojos, buscando un resquicio de paz en medio de la oscuridad que la rodeaba. Pero lo único que vio fue el reflejo de su propia desesperación: su rostro, que alguna vez había sido luminoso, ahora estaba marcado por el sufrimiento, por la aceptación de un destino que ya no podía cambiar.

En su mente, las visiones comenzaban a volverse más claras, más nítidas. El futuro, el futuro oscuro que la esperaba. El castillo de Lysia, ahora gobernado por Lyra, sería su prisión eterna. Y no solo ella, sino también sus padres, cuyas almas estaban atrapadas en las sombras del castillo, condenadas a vagar por la eternidad, víctimas de la misma obsesión que había marcado su familia. El amor obsesivo de su madre por su padre, el mismo amor que la había llevado a usar el cinturón, que ahora se había transmitido a Lyra, consumiéndola de la misma manera.

Selene veía con claridad las cadenas invisibles que la unían a su hermana. Lyra, la reina oscura del castillo, había alcanzado el poder que siempre deseó. Su obsesión, que comenzó como una necesidad de amor, ahora la había transformado en una figura monstruosa, capaz de controlar no solo a su gemela, sino a todas las almas atrapadas en el castillo. Cada pensamiento de Selene era un recordatorio de la oscuridad de su destino. No había escape.

Y aún más aterrador, Selene veía el futuro de Lyra, la verdadera naturaleza de la maldición que su familia arrastraba. Lyra no sería libre de su obsesión. Aunque había ganado el control total, su alma también estaba condenada.

El cinturón, el mismo que había utilizado para dominar a Selene, comenzaría a consumirla lentamente, al igual que había consumido a todos los miembros anteriores de su familia. Lyra, en su desesperación por poseer y controlar, también se perdería, pero de una manera aún más cruel. Se convertiría en una sombra de lo que alguna vez fue, atrapada en una prisión de locura y obsesión, gobernando el castillo con una sonrisa vacía mientras su alma se desmoronaba. Selene intentó resistir.

— ¡No quiero este destino! — pensó, con toda la fuerza que le quedaba. — ¡No quiero ser parte de esta condena eterna!

Pero, al igual que su madre y su padre antes que ella, su resistencia se desvaneció lentamente. Cada vez que intentaba rebelarse, el cinturón se apretaba más fuerte, como si estuviera reaccionando a sus pensamientos, asfixiándola poco a poco. La desesperación la rodeaba, y su voluntad se quebraba. La magia del cinturón la estaba transformando, la estaba desterrando de sí misma, hasta que ya no quedaba nada de la persona que una vez fue.

En otro rincón del castillo, sus padres, cuyas almas aún estaban atrapadas, se manifestaban en visiones borrosas en la mente de Selene. Los veía vagar por los pasillos oscuros, atrapados en un ciclo interminable, incapaces de escapar. Sus ojos, vacíos y llenos de dolor, reflejaban lo que ella misma llegaría a ser. Una vez más, una marioneta. Una vez más, una víctima de la obsesión que corría por las venas de su familia.




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