La melodía fluía suavemente por el gran salón del castillo de Lysia, sus notas suaves como un canto de sirena, envolviendo el aire en una atmósfera densa y opresiva. Lyra, sentada frente al piano de madera oscura, tocaba con destreza cada acorde.
Sus dedos, ágiles como los de una virtuosa, se deslizaban por las teclas, hilando una melodía que parecía capturar el alma misma de la habitación. Pero la música no era solo para ella; su verdadero deleite venía del espectáculo que ella misma había creado.
Selene, su hermana, estaba en el centro del salón, su cuerpo moviéndose como una marioneta atada a las cuerdas invisibles de la música. El reflejo de las candelas iluminaba su figura, que giraba una y otra vez, sus pies deslizándose sobre el frío suelo de mármol, sin descanso, sin pausa. La música la había atrapado, la magia del cinturón la había esclavizado, y ella no podía detenerse.
Las horas pasaron como si no existieran, pero Selene podía sentir la presión del tiempo en cada músculo agotado, en cada fibra de su ser. El sudor perlaba su frente, y sus piernas temblaban de cansancio, pero no se detenía.
Cada giro, cada paso, era una extensión del control absoluto que Lyra tenía sobre ella. La música continuaba resonando, aunque Lyra había dejado de tocar el piano. La grabación seguía sonando, perfecta y sin cesar, exigiendo que Selene siguiera bailando.
El cuerpo de Selene, que una vez fue ágil y ligero, ahora estaba marcado por la fatiga. Pero la orden era clara: no detenerse. No podía dejar de bailar, ni por un segundo. Cada vez que sentía que sus pies no podían más, una chispa de dolor la atravesaba, como un recordatorio de su total sumisión. La magia del cinturón apretaba su torso, recordándole que no había escape. Solo baila.
Selene odiaba el baile. Desde pequeña, cuando sus piernas eran más flexibles y su cuerpo más lleno de vida, había evitado siempre el baile. Era una tortura para ella, un recordatorio de la obsesión de su hermana. Sin embargo, ahora su cuerpo, marcado por años de sumisión, ya no se rebelaba.
Con cada día que pasaba, su cuerpo se adaptaba al ritmo, y la rutina del baile se convertía en algo mecánico, casi natural. El dolor, el cansancio, la frustración, todo se desvanecía bajo la orden de Lyra. Bailar solo para ella se había convertido en su única razón de ser.
Lyra, desde su posición, observaba a su hermana con una mirada fría y complacida. Había algo profundamente placentero en ver a Selene bailar sin descanso, sin voluntad propia, solo para ella.
Desde pequeñas, Lyra había disfrutado de esa imagen: su hermana moviéndose, forzada a ceder a su control. Pero ahora, mientras veía a Selene girar una vez más, su satisfacción se elevaba a un nivel que nunca había alcanzado antes.
— Qué hermosa eres, Selene.— La voz de Lyra, aunque suave, estaba llena de una intensidad oscura, como una serpiente que se enrolla lentamente alrededor de su presa — No hay nada más perfecto que verte bailar para mí.
La danza de Selene se había convertido en un símbolo de poder para Lyra. Ver a su hermana moverse, girar, saltar, sin cuestionar, solo obedeciendo, le otorgaba una sensación de control absoluto. Eso era lo que más la fascinaba.
El poder de manipular a su gemela, el poder de someterla completamente. Ver cómo su cuerpo se adaptaba con el tiempo, cómo la magia del cinturón se infiltraba cada vez más en su ser, era el triunfo de su voluntad. El control total sobre Selene, su hermana, su posesión más preciada.
La danza de Selene ya no era solo un espectáculo. Era un acto de humillación continua, pero también de absoluta entrega. Sus movimientos, que al principio habían sido torpes y llenos de resistencia, ahora eran fluidos, casi gráciles, como si el cansancio ya no existiera. Pero dentro de ella, el odio por lo que estaba haciendo seguía ardiendo, a pesar de que su cuerpo ya no podía expresar esa resistencia.
Los recuerdos de su vida antes de la prisión se desvanecían. Cada giro y cada paso borraban lo que alguna vez fue, lo que alguna vez ella había sido. La niña alegre, la gemela que solía compartir momentos de libertad con su hermana, ahora estaba enterrada bajo capas de obediencia y desesperación. El control de Lyra era absoluto.
Lyra observaba desde su sillón, complacida con el espectáculo. El castillo, que una vez estuvo lleno de vida, ahora solo respiraba bajo su voluntad. Las paredes susurraban a su paso, las sombras se arrastraban a su alrededor. La niebla oscura que había comenzado a envolver el castillo poco a poco se había extendido hacia el pueblo, el cual ya no era el mismo.
Los aldeanos, que antes vivían sus vidas ajenos a las oscuras energías del castillo, sabían ahora lo que ocurría. Todos conocían la historia de las gemelas, de cómo una se había convertido en la víctima de la otra, de cómo una había sido consumida por la obsesión.
Lyra había crecido con la obsesión como su única compañera. Al principio, había sido una niña dulce, pero cuando la magia del cinturón comenzó a consumirla, la obsesión hacia su hermana se triplicó. Ahora era su reina, su soberana, su diosa.
Los aldeanos, temerosos, mantenían distancia del castillo, sabiendo que nada bueno podría salir de allí. Las sombras que se levantaban sobre la mansión de las gemelas eran las mismas que se deslizaban hacia ellos, trayendo con ellas la historia oscura de lo que había sucedido en aquel lugar.
Nadie quería hablar de ello, pero todos sabían que Lyra era la nueva soberana del castillo, la que tenía el poder absoluto. Y Selene, la víctima, la que alguna vez fue libre, estaba condenada a ser la marioneta que danzaba bajo el control de su hermana.
El baile continuaba, pero para Selene, cada movimiento era una condena. El cuerpo de su hermana, cansado y agotado, se movía en un ciclo infinito, como si no pudiera escapar de la música, como si estuviera atrapada en un hechizo que jamás terminaría.
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Editado: 26.03.2025