Jefe Encubierto

Capítulo 1

Amadeo observó con una enorme sonrisa las gráficas que estaban en el ordenador. Uno de sus hoteles había subido sus ingresos en un tiempo de cuatro meses. Para él, los negocios eran como un juego entretenido, por esa razón le iba también. Por eso y por su modelo de negocios; el de la tacañería. 

  

Invertir en turismo en Latinoamérica, era un buen negocio, más aún con aquellas hermosas latinas que no tenían más que pasión en las venas. A Amadeo le encantaba. Estaba en el paraíso de las mujeres bellas y vivaces y había podido olvidar aquel corazón roto que le había atormentado por tantos años.

  

—No debería trabajar cuando está dándose un baño conmigo—la mujer se acercó a él y lo abrazó por la espalda, acariciando su pecho. Amadeo se giró para admirarla y poder tocarla a gusto. 

  

 Estaba en un pequeño jacuzzi, en la suite presidencial de uno de los hoteles a los que estaba asociado. Se hizo espacio entre sus piernas, luciendo un hermoso bikini dorado que contrastaba con su piel bronceada y lo besó. Una notificación en el ordenador hizo que Amadeo se apartara y la viera con un gesto de disculpa. El ordenador estaba a la orilla del jacuzzi, lo alejó un poco para que no se mojara y abrió el correo que le había llegado. 

  

«Señor Hall, le adjunto el libro contable de los últimos dos años del nuevo hotel del que adquirió en Tucacas. Al final de este hay un gráfico, le aviso de ante mano, que los ingresos no son de esos que llenan sus expectativas» 

  

Se levantó del jacuzzi apenas terminó de leer el enunciado del correo. 

  

—Señor Hall—la mujer se quejó, haciendo un puchero exagerado al ver cómo se alejaba de ella, se envolvía una toalla en la cintura y tomaba asiento en el mueble de cuero blanco que estaba a unos cinco metros del Jacuzzi. 

  

—Lo siento, preciosa, pero debo trabajar—le regaló una sonrisa encantadora y le guiñó el ojo—. Prometo compensarte luego. 

  

Abrió el archivo y le dio una ojeada rápida. En efecto, los ingresos eran meramente aceptables, pero no lo suficiente para un hombre ambicioso como él. Ingresó en el libro de  

«check in and check out»—donde se llevaba el registro del flujo de los huéspedes— y notó que la influencia no era, a su parecer, demasiada. Le marcó a su asistente. 

  

—Señor Hall, ¿recibió mi correo? 

  

—Lo hice. Efectivamente, muchas cosas me han dejado insatisfecho. Creí que los hoteles en esa zona tenían bastante asistencia de huéspedes y honestamente los ingresos son desconsoladores. Se nota el derroche de dinero—dijo ofendido por lo que sus ojos estaban viendo. Ningún número en aquella pantalla le hacía feliz. Las ganancias no eran suficientes. No estaba conforme—. Prepáreme un vuelo a Tucacas y resérveme una habitación en el «Arrecife de luna» bajo un nombre falso. Iré a estudiar las instalaciones por mí mismo. 

  

—De acuerdo, señor Hall. 

  

Miró a su amante de esa noche y se aseguró de que no lo escuchase. Acercó su boca al micrófono del teléfono y susurró—: Tenga preparada en la habitación muchos condones, lubricante de chocolate, bragas de regalís y.... 

  

—¿Esposas? 

  

—Por ahora, no. Mejor un disco de Chayanne para ambientar las cosas, a las mujeres de aquí le encanta ese hombre. 

  

—Condones, lubricante, bragas comestibles y música de Chayanne. Entiendo, señor. 

  

—Gracias, Luciano. 

  

Amadeo colgó se giró para observar a su amante y le sonrió con galantería, quitándose la toalla de la cintura. La mujer le dio una mirada hambrienta y se sumergió en el agua como una silencia invitación para que se uniera con ella. Ya mañana se encargaría de descubrir qué estaba pasando en arrecife de luna, por ese instante, disfrutaría de la grata compañía de la fémina. 

 

—¡Canelín canelón, ya llegó su bombón! —Carmen entró contoneando sus caderas a la recepción. Con su enorme mochila llena de ropa y llamando la atención de los huéspedes—¿Cómo estás, Mariela?—le preguntó a la recepcionista quien le sonrió levemente como respuesta. Miró a los huéspedes que apenas estaban tomando las llaves de la habitación y les sonrió—¡Bienvenidos a arrecife de Luna! Soy Carmen, una de las recreadoras y la encargada de sacarles una sonrisa mientras se toman sus vacaciones—se presentó. La huésped sonrió cortésmente, algo avergonzada por la soltura de la mujer. 

  

Había dos entradas de puertas de vidrio. A la derecha estaba la recepción y frente a ella había unos grandes muebles de ratán con cojines florales. Detrás de ellos había una mesa de billar y un inmenso televisor pantalla plana que ofrecía todos los paquetes del hotel. Al frente, estaba otra puerta de vidrio donde se salía al resort. Había un largo pasillo del lado derecho—al lado de la recepción—donde había una fila de locales en cada hilera. Carmen caminó recto hacia ese pasillo. Saludó al encargado de la tienda de artículos playeros y se detuvo justo al lado de ese local, en el departamento de recreación. 

  

—¡Carmen! ¡Llegaste mi amaaar! — Luenargo, uno de sus colegas y amigos le recibió con un gran abrazo, la miró de arriba hacia abajo y le sonrió seductor—. Te ves radiante hoy—le dio una palmada en el trasero. 

  

Carmen le sonrió y dejó el bolso en el escritorio. Luenargo era un hombre guapo y musculoso, con todas las características de un italiano. Todos los huéspedes—e incluso muchas trabajadoras en el hotel—suspiraban por el hombre. Era hermoso. 

  

—Siempre me veo radiante. Deja de darme palmadas en el trasero o le diré a tu tóxico—Luenargo le hizo un ademán para restarle importancia. 

  

—Ramiro sabe que yo—se señaló—,no soy tortillera, mucho menos hago tijerazos. Ten el número de habitación. Te recomiendo que vayas rápido antes de que Hortensia te robe tu lado del sofá cama—Carmen tomó la tarjeta. 




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