Jefe Encubierto

Capítulo 3

Carmen apretó sus brazos con sus últimas fuerzas y finalmente, el trozo de carne salió disparado, dándole en el ojo derecho a lorena, haciendo que su cabeza se echara hacia atrás y gritara del asco.Amadeo se llevó la mano a su pecho agitado. Carmen lo ayudó a sentarse, pero antes de ponerse frente a él para preguntarle cómo se encontraba, Lorena se interpuso.

  

—¿Se encuentra bien? Déjeme lo llevo a enfermería. 

  

—Sí...yo...—Tuvo una arcada—, estoy—Otra arcada—, estoy bien—Sonrió con los ojos llorosos. 

  

—Lo llevaré a la enfermería—Dijo Lorena. 

  

—¡Oh no, cariño! —Interrumpió Luenargo— ¿Cómo vas a acompañarlo? Te doblaste el tobillo—Lorena sonrió, apretando sus dientes con mucha fuerza. Luenargo batió sus pestañas de forma encantadora—. Carmen, llévalo tú, lo salvaste después de todo. 

  

Amadeo fijó su vista en la mujer que Luenargo había señalado. Era bonita, de hecho, en ese momento estaba rodeado de mujeres bellas y hombres apuestos. No tenía una belleza que resaltase por sobre las dos, Lorena seguía siendo más guapa. Carmen tenía el cabello corto y negro, era rizado así que tenía un pequeño afro. Tenía grandes pómulos y labios gruesos y la figura de su cuerpo se ocultaba en el inmenso y horrible uniforme que llevaba puesto, sin agregar que su cara de pocos amigos le dio algo de espanto. La mujer se veía temerosa. Asintió, por mera cortesía, ya que lo había salvado, pero hubiese preferido que lo llevase Lorena. Una pena que haya fingido que se dobló el tobillo, la pobre tenía que seguir con su mentira. No quería ser un indiscreto. Carmen suspiró y le pidió que la acompañara. Salieron por la puerta del restaurante que conectaba a la recepción. 

  

—Gracias—Comentó Amadeo mientras caminaba. 

  

—Estamos para servirle—Respondió escueta con una media sonrisa. Sin mirarlo, sin coquetería, nada. ¿Era lesbiana? 

  

 «Demasiado guapa para ser lesbiana» Pensó Amadeo. Aunque él había conocido muchas mujeres atractivas que eran homosexuales y había sido una lástima. 

  

No era un hombre que le gustase el silencio, mucho menos si estaba acompañado de una mujer, así que aprovechó aquel momento para intentar recopilar información. 

  

—¿Salva usted a muchos huéspedes a menudo? ¿Es paramédico? 

  

—Es usted el primero y soy recreadora. 

  

—¡¿Cómo?!—La observó estupefacto—¡¿Me está diciendo que me practicó la maniobra de Heimlich sin conocimiento alguno?! 

  

—No, lo vi en un tutorial de YouTube. Sólo tuve que...—empuñó sus manos y la puso en su estómago—,apretar con todas mis fuerzas y...—subió sus caderas.

  

—¡Está usted loca! 

  

—¿Disculpe?—Carmen se detuvo y lo miró anonadada. 

  

—¡Pudo haber sido peor el remedio que la enfermedad! ¡Pudo fracturarme una costilla y perforarme el corazón!  ¡¿Qué clase de servicio están ofreciendo aquí que tiene que venir una recreadora a salvarle la vida a un huésped?!—Exclamó alarmado, llamando la atención de todas las personas que se encontraban en la recepción. Carmen lo miró incrédula. 

  

—Le salvé la vida—Puntualizó ella sin poder creer la falta de agradecimiento del hombre. 

  

—Pero pudo habérmela quitado—Replicó más calmado al ver que los huéspedes los miraban demasiado. 

  

—¡Pero no lo hice! 

  

—¡Por suerte! 

  

—Escuche, no iba a quedarme a ver como una persona se moría. Si estaba en la condición de auxiliarle, no veo cuál era la razón que me impedía ayudarle. 

  

—¿Por qué? ¿Quería propina acaso? —Carmen abrió sus ojos desmesurados. Ese idiota...—. No puede hacer actuar como una heroína esperando recompensas en un hotel. No en este. La vida de una persona es algo muy delicado. Usted debió esperar a que alguien calificado viniese—Le reprochó—. Y no le daré propina. Lunática. 

  

—No quería su asquerosa propina. Pero ya que insiste, puede meterse su propina por el hueco del culo—Cerró su mano en un círculo y lo miró con rabia. Amadeo abrió  su boca, sintiéndose insultado. 

  

—Pero que mujer tan vulgar ¿Cómo se atreve a tratar a un huésped así?—inquirió molesto.

  

—Un huésped que se cree superior a mí por el simple hecho de ser una empleada en el hotel en el que pasará la noche, así que mi atrevimiento no me quitará el sueño—Espetó—. No voy a permitir que me falte el respeto y puede poner su queja en recepción si le da la gana, pero usted no guarda razón en nada. 

  

—Los huéspedes siempre tendrán la razón, aunque estén equivocados—Expuso serio , aproximándose a ella—. Agradezca que me salvó la vida y no voy con el gerente para hacer que la despi-¡oiga, no me deje hablando solo! ¡oiga! —Gritó al ver que la mujer le daba la espalda. Bufó—. Definitivamente hay que hacer una limpieza en este hotel. 

  

Carmen caminó hasta los camerinos, soltando improperios y maldiciendo por lo bajo. Eso le pasaba por metiche, por eso nunca se mostraba atenta a ningún huésped más de lo que su trabajo le pedía. 

  

—¡Carmencita! — Alzó la vista al escuchar su nombre. 

  

—Rocío—Sonrió al ver a la mujer morena sentada detrás de la mesa de manualidades. Rocío era una artesana local que llevaba vendiendo sus pulseras y adornos de corales en el hotel—¿Cómo estás? Perdona que no te haya saludado antes ¿Le gustaron a tu hija los trajes de baños? 

  

—Le fascinaron. Está pensando abrir un local en el pueblo y quería que en cuanto te viera, te preguntara si podrías venderla al mayor. 

  

—¡Claro, encantada! —Sonrió emocionada—. Deme su número y me comunicaré con ella en cuanto pueda. Pero puede acompañarme a la capital, allí es donde compro al mayor, le saldrá más económico porque comprará allá directamente. 




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