Jefe Encubierto

Capítulo 4

Amadeo abrió la puerta del departamento. Dejó las llaves sobre la mesa junto con maletín. Fue hacia la habitación, se duchó y luego de vestirse algo de ropa para dormir, fue a la cocina para ver si había víveres en la nevera. Luciano se había encargado de llenar la despensa así que tomó algunos ingredientes de la nevera y preparó la cena. Colocó algo de música y mientras preparaba su pasta en salsa de atún, tarareaba una canción. Ya preparada, se sentó en la mesa. Miró hacia la nada durante un par de segundos. 

 Llevaba varias noches sin cenar solo, siempre lo hacía acompañado de hermosas mujeres o empresarios. Ahora se encontraba solo. Extrañaba a su familia, pero sabía que debía tomar distancia, era lo más sano, para él y para todos. Sus sentimientos por su cuñada seguían ahí. Ahora que ella sabía de sus sentimientos, no quería que las cosas resultaran incómodas. Optó por viajar mientras hacía sus negocios y refugiarse en la soledad. Siempre había estado solo, pero ahora sentía aquel vacío un poco más que nunca. 

  

Sacó su teléfono para buscar en el navegador. Sabía que Kaisa—su cuñada— regresaría a Noruega después de una convención ese día. No le sorprendió en lo absoluto ver que los ganadores de la convención eran el equipo de Kaisa.  

  

—Me alegro mucho por ti, pequeña—Sonrió nostálgico. Suspiró y dejó el teléfono en la mesa—. Mejor como antes de que se enfríe—Enrolló la pasta en el tenedor y se la llevó a la boca. Tuvo una arcada y tragó la pasta con dificultad—. Comparado con el estofado de Nerea, no sabe tan mal. 

  

  

No durmió sino hasta más de la media noche, haciendo un plan de negocios y buscando la forma de averiguar los fallos una vez que estuviese dentro del hotel. Cuando Luciano Llegó encontró a su jefe pegado al ordenador sin dejar de teclear. 

  

—Señor Hall. 

  

—Pasa, pasa Luciano—Se levantó de la cama—. ¿Trajiste todo lo que te pedí? 

  

—Las estilistas están afuera, señor— Amadeo aplaudió con fuerza, exaltándolo. 

  

—¡Bien! Empecemos ahora, ¡el tiempo es dinero! —Salió de la habitación con pasos firmes, Luciano fue tras él en completo silencio. 

  

Dos mujeres estaban en la sala del departamento con tres grandes cajones metálicos. Amadeo les sonrió coqueto pero su sonrisa se esfumó al ver los cajones—. ¿Van a torturarme o algo así? 

  

—No puede infiltrarse en el hotel con ese aspecto, señor Hall. Debe cubrir su identidad. 

  

—Lo sé, Luciano, pero, ¿qué me van a hacer? No me pongan tan feo, necesitaré de mis dotes para conquistar mujeres—Luciano lo observó indiferente, aunque sabía que sus ojos le juzgaban—. Es para recopilar información, ¿por quién me tomas? 

  

Se sentó en el sillón y recostó su cabeza sin dejar de hacerle ojitos a las estilistas. Era un coqueto por excelencia y charlaba amenamente con ellas mientras lo arreglaban. Le colocaron una peluca negra que le llegase hasta los hombros y una barba del mismo color. 

  

—Parezco un vagabundo—Dijo al mirarse al espejo. 

  

—Con el cabello recogido y la barba bien esculpida parecerá un hombre decente y muy guapo. Todo un macho—Dijo la estilista más alta, una pelirroja de cuerpo esbelto y sonrisa sensual. 

  

—Pues si esta hermosa mujer lo dice, no voy a contradecirle—Expuso con una sonrisa acaramelada. 

  

—¿Usará lentes de contacto, señor Hall? 

  

—¡Pero si sus ojos verdes son hermosos! 

—Esta bella dama tiene razón, mis ojos son mi arma letal de seducción ¿cómo podría usar lentes de contacto? — Luciano alzó una ceja. Amadeo apretó sus labios—. Que sean negros—Dijo entre dientes. 

  

—Unas gafas no le vendrían mal tampoco—Comentó su asistente. 

  

—¿Te lo estás gozando, ¿verdad? ¿No quieres que use frenillos también? ¿Algo de acné por aquí y por allá? —Luciano simuló limpiar su boca para ocultar su sonrisa. Amadeo gruñó. 

  

—Sólo digo que mientras menos se parezca a usted mismo, mejor, Señor Hall. 

  

—Como sea— al terminar le tendieron un espejo. Amadeo miró su reflejo, estupefacto—. Por dios, soy idéntico al gruñón de mi hermano—Abrió su boca. Frunció el ceño dramáticamente y se mofó—: «Amadeo, eres insoportable. Madura»—Se carcajeó—. ¡Soy su vivo reflejo! 

  

—¿Es su hermano mayor? —le preguntó una de las estilistas al asistente. 

  

Luciano negó—. Su hermano menor. Aunque le cueste creerlo, él es el mayor—susurró.

 

 

  

  

Carmen fue hacia los camerinos. Estaba trasnochada. Se habían quedado en la discoteca hasta las seis de la mañana y se había levantado a las ocho para ensayar los espectáculos del día. Todos estaban agotados, más aún a los que le tocaba recrear en la playa, esos tenían que levantarse más temprano para arreglar las cosas que se llevarían e irse antes de que los viajes para los huéspedes iniciasen. Gracias a Dios, a ella no le tocaba ir a la playa ese día. 

  

—¿Qué haremos hoy? —Inquirió. Se sentó, desparramándose en el asiento como una gelatina. 

  

—Después del almuerzo haremos la parodia del terrorista. La que hicimos en semana santa ¿recuerdas? Que al final la bomba era una piñata y resultaba que él le decía «bomba» a las piñatas. Fue todo un éxito— dijo Renato—. Tú serás la de la bomba—Carmen sonrió. Le encantaba esa parodia. 

  

—No hay problema—se levantó animada—. Iré a buscar los disfraces.  

  

  

  

Una vez que la identidad de Amadeo fue cubierta, Luciano le acompañó hasta la entrada del hotel. Se detuvieron en el estacionamiento. 

  

—Muy bien, señor Hall. Aquí tiene su equipaje, todos sus trajes están allí, no son demasiado ostentosos porque será un simple empleado de administración. Llegue a recepción, dele esta identificación— Amadeo la tomó. 




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