Me arrodillé y toqué su cabeza. ¡Sangre!
En ese instante el guardia de seguridad ingresó y me vio en el suelo junto al Señor Bennet.
—¿Qué fue lo que pasó?
—Llama los servicios médicos, con urgencia. —ordené. El guardia obedeció y en diez minutos los paramédicos ya se encontraban. Subí junto a él a la ambulancia.
Le colocaron un collarín, oxígeno y limpiaron la herida. Pero él continuaba inconsciente. Tomé su mano.
—Tiene que recuperarse, tiene que ponerse de pie y volver a darme órdenes, gritarme con esa voz imponente. —susurré.
Era un jefe fastidioso, regañón y muchas veces muy odioso, pero no lo quería ver muerto.
Llegamos al hospital, fue ingresado por la sala de emergencia.
—Espere aquí, señorita, en cuanto hagamos una revisión general le daremos el diagnóstico del señor.
Me quedé en la sala de espera, para saber noticias sobre su salud y que me dieran la buena noticia de que estaba bien. Puse mis manos sobre mi rostro y mis codos en mis rodillas, en verdad este era el peor cumpleaños de mi vida.
«Si él muere, voy a ir a la cárcel.»
En ese momento de lucidez comprendí en el grave problema que me encontraba. Al despertar, mi jefe iba a meterme a la cárcel y si él moría también mi destino sería el mismo sitio. Mi mamá, mi hermano. ¿Qué iba a suceder con ellos si me llevaban a prisión? Nada iba a salvarme en este momento.
Escuché el ruido de un pequeño objeto caerse al suelo. Una cajita roja de terciopelo estaba en el suelo, la levanté del piso y decidí abrirla.
—¡Guau! —se trataba de un anillo, pero no se trataba de cualquier anillo, era uno de boda. No pensé que mi jefe estuviera interesado en casarse, en estos últimos meses no le había conocido ninguna novia, ni siquiera una relación estable.
El anillo era hermoso, color dorado, llevaba grabado flores con espinas. Ese anillo tenía que ser muy costoso.
Tuve el atrevimiento de ponérmelo en mi dedo y admiré mi mano. Ni en mis mejores sueños imaginé tener un anillo tan elegante.
—Señorita…—la enfermera que me ordenó que me quedara en espera estaba de vuelta.
—Si, dígame.
—El paciente ya despertó, necesito saber su relación con… ya veo —dijo, viendo mi mano—. Es su esposa.
—¡Su esposa! —Resonó una voz a mi lado, se trataba de Sergio.
—Los dejaré solos. —indicó la enfermera alejándose de nosotros.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Quería asegurarme de que ese hombre no estuviera muerto, pero me encuentro con la sorpresa que eres su esposa, ¿desde cuándo? ¿Hace cinco minutos? —se burló.
—Es solo una confusión, la cual voy a aclarar en un momento. Eres un desgraciado Sergio, solo te apareces en mi vida para arruinarla.
—No pensabas eso hace meses cuando ibas a casarte conmigo.
—¡Cállate! Llamaré a la policía, eso es lo que mereces.
—Tú vendrás conmigo. Por qué ese hombre en esa camilla no va a salvarte, estaba muy seguro de tu culpabilidad y va a meterte a la cárcel, así que si quieres un consejo, huye y salva tu vida.
Sergio se dio la media vuelta y salió del hospital.
Odiaba tener que darle la razón, pero cuando el señor Bennet recordara todo iba a meterme a la cárcel sin consideración. Miré a mi alrededor. Era el momento de huir.
—Señorita, acompáñeme, por favor. —La enfermera me tomó de la mano hasta llevarme a una habitación. Mi jefe se encontraba recostado en la camilla, con los ojos cerrados.
—¿Él está bien? —pregunté al oído de la enfermera.
—Se lo indicará el médico. —me indicó. Ingresé a la habitación y enseguida mi jefe, Chris Bennet, me observó. —Ella es la esposa del paciente—habló la enfermera.
Quedé pasmada por su comentario. Con lo nerviosa que me encontraba ni siquiera desmentí a la enfermera.
—¿Mi esposa? —inquirió mi jefe, quien intentó levantar su cabeza.
—Manténgase acostado —indicó el médico.
—Es que yo no estoy casado —insistió.
«Este era el final, iba a ir a la cárcel, este era buen momento para correr».
—Ni siquiera conozco a esa mujer.
Su respuesta me descolocó por completo. Él podía negar que era su esposa, pero no podía desconocer a la mujer que explotaba desde hace meses.
El doctor y la enfermera me miraron de manera desconcertada.
—¿Cuál es su nombre? —preguntó el médico a mi jefe.
—Chris Benet, Ceo de una de las empresas más importantes del país, soy un economista graduado con honores de la Universidad de Harvard. Mi madre, Priscila Benet; mi hermana Flor Benet, conozco cada detalle de mi vida, pero a esa mujer no la conozco. —respondió.
No sé si esto era un truco o en verdad se había olvidado de mí.
—Señor Benet, ¿qué fecha es hoy?
—Es una estupidez. Pero voy a responder a su pregunta, hoy es veinticinco de abril del año dos mil veintitrés.
El médico, la enfermera y yo, seguíamos confundidos mucho más que mi jefe. Esa fecha eran seis meses atrás, justo antes que yo ingresara a trabajar a su oficina.
—Voy a hacerle más exámenes, y después le podremos dar de alta.
Salí junto con la enfermera y el médico.
—¿Qué cree que es lo que le pasa? —pregunté al médico.
—Si no me equivoco, el golpe que recibió en la cabeza le ha causado una perdida de memoria de los últimos meses de vida.
—Él estará bien, y va a recuperar en la memoria, lo que no sabemos es cuando o como. Estos casos no suelen ser comunes, pero ellos se recuperan, no se preocupe, señora, su esposo va a volver a recordarla.
Ese era el problema, que recordara ese evento desafortunado y en verdad quisiera meterme a la cárcel.