Jefe ¡soy su esposa!

CAPÍTULO 03

—No puedes terminar nuestro compromiso, ya muchas cosas están adelantadas. 

—No estoy seguro de esta decisión, sé que te di el anillo, pero lo nuestro va a funcionar. 

—¿Lo dices en serio Sergio? Te amo, nos amamos. 

—Karin, no fuerces algo que simplemente no funciona. 

Solté una lágrima, pero fue la única, que derramé delante él. Ningún hombre iba a despreciarme de esa manera. 

—Toma tu estúpido anillo y vete, espero no volver a encontrarme contigo. 

—Te amo Karin, pero no como tú mereces. 

 

Esa fue la última conversación que sostuve con Sergio, después de abandonarme y decirme que simplemente ya no nos casábamos. No le importó que mi familia estuviera enterado del compromiso e incluso algunos preparativos adelantados. Gasté dinero que ahorré por meses. 

Y ahora aparecía como si nada, para meterme en más problemas. 

—Buenas noches, necesitamos hablar con usted. —un policía se acercó, este era mi final, de seguro mi jefe ya había recuperado la memoria. 

—Di…di…di…dígame. —tartamudeé, eso solía suceder cuando me sentía demasiado atemorizada. 

—Solo es algo rutinario, quiero sus datos personales me cuente, ¿qué fue lo que pasó? 

—Mi…mi…mi… nombre es Karina Smith…—esta declaración era un arma de doble filo, si contaba la verdad iban a arrestar a Sergio, pero este podía culparme y si lo encubría, y mi jefe recuperaba la memoria también podía enviarme a la cárcel. Pero podría convencerlo de mi inocencia, eso era más factible—. Estábamos en la recepción de la empresa, un hombre ingresó e intento asaltarnos, entre el forcejeo golpeo a mi jefe y salió huyendo. 

—Su jefe… ya veo… la enfermera me indicó que usted es la esposa del señor. 

—En realidad… eso nadie lo sabe, nos casamos ayer y justo íbamos para su apartamento.

El policía levantó una ceja, dudando de mi historia. Esto no iba a funcionar. 

—Señorita, su esposo desea verla. —La enfermera interrumpió el interrogatorio. Y caminé con ella hasta la habitación. Todo con tal de alejarme del policía. 

El médico se encontraba de nuevo en la habitación. Mi jefe estaba sentado en la camilla con un collarín en el cuello. 

—Tal y como lo sospeche, el golpe en su cabeza causó que perdiera los recuerdos de estos últimos seis meses —habló el médico. —Dirigiéndose a mí—. Puede irse a su casa, pero tendrá que estar en reposo. Como su esposa…

—Perdone doctor, pero tengo que aclarar algo. —hablé. Ya no podía seguir fingiendo que yo era su esposa. 

—Eso suena interesante, nos gustaría escuchar. —Me giré y me encontré de nuevo con el policía, ni siquiera me percaté de que nos había seguido. 

—Solo quiero irme de aquí, y usted es la única persona que puede llevarme a mi casa, como mi supuesta esposa, ¿no es así? —habló el Señor Brennet. 

—Si… soy tu esposa. —Me acerqué a su lado. 

—Señor Brennet, si usted no está seguro de que esa mujer es su esposa, no debería permitir que lo acompañe. —intervino el policía. 

—Estoy seguro de que ella es mi esposa. —expresó mi jefe—. Ahora solo necesito irme de este sitio. Odio los hospitales. 

Extendió su brazo y lo tomé para ayudarlo a bajar de la camilla. 

—Señor por su seguridad…

—Estoy muy seguro a lado de mi esposa, dejé de molestar y mejor dedíquese a atrapar a los verdaderos delincuentes de la ciudad. 

Por primera vez amé la arrogancia de mi jefe. Presioné su agarré y salimos de la habitación y seguido del hospital. Tomamos un taxi y le indiqué al conductor la dirección. En todo el camino el Señor Brennet no dijo ni una sola palabra, y fue mejor, aunque su silencio también me causaba temor. Desde que salimos de aquel lugar su gesto era neutro, así que no podía saber si estaba enojado, triste, feliz. 

—Muchas gracias, quédese con el cambio. —le entregué un billete al taxista y ayudé a mi jefe a bajar del auto. Conocía la dirección de su casa, puesto que tenía toda su información personal y la tenía metida en mi cabeza, pero nunca había visitado el sitio. 

Chris Bennet vivía en uno de los Penthouse más caros de la ciudad, en estos lugares solo vivían personas realmente adineradas y famosas, artistas, poderosos empresarios o deportistas. 

—Señor Bennet ¿Se encuentra bien? —fue la pregunta del portero del edificio. Un hombre de avanzada edad. 

—Rafa, no preguntes por favor. —respondió de manera fría. El portero se notaba que era una persona agradable, pero mi jefe era seco y frío en el modo de responder. 

—Perdone. —me disculpé, por la respuesta de mi jefe. 

Caminamos y llegamos al ascensor. «¿Qué número era?, Once, si once»

Presioné el número once y empezó el ascensor empezó a moverse. Se soltó de mi agarre y movió su cuello de un lado a otro. 

—Conoce muy bien sobre mi vida. —habló de pronto. 

—Bueno…soy su esposa, ¿no?, lo conozco mejor de lo cree.  

—Ja, ja, ja. —soltó una carcajada. 

El ascensor se detuvo. Puso su huella en un botón que lanzaba una luz roja y las puertas se abrieron. Llegamos a su Penthouse. 

Caminó y se lanzó a un enorme sillón. Entre tanto miré alrededor, un sitio muy lujoso, tenía buenos gustos en la decoración. 

—Bueno, es mejor que me vaya. —me giré para salir corriendo. 

—¿A dónde cree que va, señorita Smith? —hablo con voz resonante. 

Quedé congelada del impacto de escuchar su voz. 

Era mi final «¡Adiós mundo cruel!»

 




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