Jenna. La lucha por Crisantemo.

.Profecía.

El reino de Crisantemo siempre había sido un oasis de paz, una gente de paz liderados por un rey de paz. La pirámide estaba equilibrada con Galeck a la cabeza cuya vigilancia no dejaba ni que el más mínimo detalle se convirtiera en una amenaza.

Pero la llegada de la misteriosa chica a sus aposentos le inquietaba. Algo en su rostro le resultaba familiar. Sin pronunciar palabra, con un simple gesto, llamó a uno de sus soldados de confianza.

—Averigüen a la chica. Busquen en todos lados, revisen cada casa, cada rincón y cada libro, pregunten a cada habitante. Quiero saber de ella.

Los fieles soldados obedecieron sin cuestionar. En la mente del rey, una voz insistente advertía que la llegada de la forastera traería problemas.

Mientras tanto, Jenna pasó el resto del día intentando discernir si lo vivido era real o un simple sueño. Su lógica la inclinaba hacia la idea de un sueño, pero su cordura la forzaba a considerar lo contrario.

—Qué extraño sueño—se decía a sí misma—. ¿Será por muchas películas?

Mientras, una sirvienta igual a su nueva amiga la esperaba detrás de la puerta.

—¿Señorita?

—Siñiriti —repitió. Estaba harta e intentó ocultarlo abriendo la puerta con una sonrisa.

—El rey la espera para cenar —Tragó con fuerza, estaba impresionada porque el rey la solicitara.

Jenna sabía que en su mundo los hombres la veían como una mujer, pese a sus dieciocho años. Sus labios rojos despertaban deseos oscuros, y el hecho de que una joven de dieciocho años este debajo, arriba, abierta o de rodilla frente a un hombre que le triplique la edad es una fantasía demasiado inmoral que muchos deseaban hacer realidad.

En Crisantemo, la belleza era un tesoro codiciado. Galeck, el rey, siempre conseguía lo mejor, y Jenna no sería la excepción. La mirada que le lanzó cuando la conoció le confirmó su plan para escapar.

Con la moralidad hecha a un lado, pidió perdón a Dios y a su madre por lo que estaba a punto de hacer.

Siguiendo a la mucama al comedor, los nervios la desarmaban. Estaba por cenar con un hombre cuya sola presencia podría sellar su destino. Nunca había conocido a alguien tan imponente; solo en las películas los cuarentones tenían esa mezcla de madurez y atractivo.

Una voz en su cabeza le advertía que no bajara la guardia. Seducir a un rey podría llevarla a las mazmorras o, tal vez, permitirle probar el sabor de la experiencia, sentir el aire poderoso y dominante digno de un soberano que muy bien se puede manipular a conveniencia.

El rey la recibió con una sonrisa ansiosa, bajando su copa al verla. Jenna observó el banquete, suficiente para alimentar a un batallón, y se sentó a su lado. La imagen de Lumière le arrancó una sonrisa reprimida.

Curiosa, inspeccionó su plato. Esperaba algo exótico, pero lo que tenía frente a ella la desconcertó: una sopa gelatinosa con grumos y pétalos flotando.

—Señor...

—Su majestad —la corrige con elegancia.

—Su majestad —Repitió, evitando hacer un gesto grosero—. ¿Cómo es que llegue hasta aquí?

—Mis hombres te encontraron desmayada a la orilla del rio.

—¿Sola?

—¿Venias con alguien más? —cuestionó él.

—No.

El rey sonrió.

—Sí, te encontramos sola —cerró los ojos para saborear un bocado—. Tengo entendido que nadie en el pueblo te había visto antes. Dime ¿Cómo llegaste hasta mis tierras, lindura?

Tardó varios segundos en pensar que decir. Su último recuerdo había sido con su hermana y luego corriendo por el jardín.

—No lo tengo del todo claro, pero... —se detuvo.

Jenna escuchó a su razón y dejó que el sentido común tomara el control. "No lo conozco realmente", reflexionó, recordando las series que tanto amaba. "Todos los protagonistas que confiesan ser de otro mundo siempre acaban mal."

No era el mejor momento, pero no pudo evitar sentir un destello de orgullo. Sus largas noches de desvelo finalmente estaban dando frutos.

—... Un chico me perseguía —despertó la curiosidad del rey—, corría por el bosque hasta que me perdí.

—Si me das una descripción...

—Está bien, no creo volverlo a ver si estoy bajo su cuidado, su majestad.

La respuesta le gustó mucho al de sangre azul.

—¿Y de dónde vienes?

—De lo suficientemente lejos para no recordarlo. Simplemente perdí la noción del tiempo y siendo sincera no creo que mi desaparición le interese a alguien —fingió tristeza, mientras se inventaba toda una línea de patrañas.

El rey se conmovió, aunque por dentro la rabia seguía ardiendo. La idea de mandar a buscar al hombre que la acechaba, con intenciones inciertas, lo tentaba, pero sabía que no era el momento.

—No hagas esa cara, lindura. No mandé a llamar a los mejores médicos para que ahora tu carita se viera opacada con una mueca de triste.

—Mi cara es fea, en mi reino no soy nadie. No soy inteligente, no soy bonita ni talentosa —sollozó.

—Aquí no serias un estorbo.

—Ah, ¿no?

Las hormonas le juegan mal a Jenna, su cuerpo se calentó al sentir la caricia en su brazo, la boca le salivaba y aunque no lo quisiera admitir, la piel se le erizó por el acercamiento de los labios del rey. Ni ella misma se explicaba lo que estaba pasando.

—Quiero dulce.

—Aquí tenemos de todo, tu pide y mis sirvientes...

—Quiero más.

—Si lo dice con palabras te lo puedo dar, te puedo dar todo lo que desees.

—Lo quiero a usted, su majestad.

—¿Cómo? —tentó.

—¿Cómo me quiere usted a mí?

Galeck sonrió ampliamente, imaginándose los mil y un escenario con la joven.

—De rodillas ante tu rey, como debe ser.

Todo avanzaba más rápido de lo que Jenna había previsto. No sabía si sentirse satisfecha o decepcionada de que él cediera tan fácilmente a sus encantos. Su objetivo era claro, y lo había logrado en tiempo récord, pero no esperaba sentir esas ansias de obedecerlo. Que sus órdenes no le repugnaran le resultaba inquietante.



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En el texto hay: fantasia, romace, maravillas

Editado: 29.09.2024

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