Jenna. La lucha por Crisantemo.

.Las ninfas del rio.

JENNA's POV.

De niña, me encantaba ir a la casa del lago de la abuela. Ella siempre nos contaba historias y nos advertía a mi hermana y a mí que nunca entráramos al bosque, porque cosas extrañas ocurrían allí.

Mamá solía decir que la abuela se había vuelto loca desde que falleció el abuelo, pero Sophia y yo estábamos seguras de haber visto ese laberinto de rosas.

Recuerdo cómo corrí tras ella, horas desperdiciadas en jugar entre pétalos. El sol empezaba a ocultarse, y mi hermana seguía riendo, buscando la salida. Nunca la había visto tan feliz, siempre tenía ese porte frío y amargado, a pesar de tener solo ocho años y yo siete.

Cuando encontré la salida y regresé a casa, había una patrulla de policías y mi familia se veía desesperada. Mamá no paraba de gritar: ¿Dónde estabas? ¿Por qué no había vuelto a casa? ¿Dónde me había metido durante dos días?

Les dije que había salido esa mañana, pero Sophia confesó que siempre había estado con mamá buscándome.

Después de meses de terapia, creí haber olvidado ese episodio, convencida de que solo había sido un mal sueño. Pero al terminar de lavarme la sangre del Dalafe, recordé las palabras de la abuela:

—Cosas extrañas pasan en ese bosque.

Mamá y papá decidieron nunca volver a la casa del lago. A los once años, comprendí que las advertencias de la abuela eran ciertas cuando descubrí que las rosas jamás florecen en esa zona del país.

—Ten —dijo Brais, extendiéndome una lata de comida.

Se sentó a mi lado toda la noche sin decir una palabra. Intenté dormir, en serio lo intenté, pero solo podía pensar en el momento en que le arrebaté la vida a ese animal. ¡Era un ser vivo!

¿Y si tenía cachorros?

¿Y si me enterraba casi viva hasta que un árbol creciera de mis entrañas?

No dejaba de torturarme, pensamientos contradictorios martillaban mi cabeza.

—Jenna.

—Por favor, que no sea otra bestia —rogué en voz baja.

Me volteé a ver a Brais. Mi corazón empezó a latir con fuerza y sentí que estaba a punto de desmayarme al verlo de espaldas, durmiendo.

Me acerqué a él, y en ese momento, volví a escuchar esa voz, esta vez más cerca.

«Jenna.»

Inmediatamente tomé la espada y me levanté, atenta a mi entorno. No había nada acechando, solo el ruido del agua fluyendo a lo lejos.

Con el arma en mano, caminé entre ramas y arbustos hasta llegar a la cascada de la que Brais me había hablado.

No había nadie.

El agua se derramaba desde un acantilado hasta zambullirse en el río. Era tan cristalina que se veía el brillo azul de las rocas.

Sí que debo de haber perdido la cabeza, ¡pero en la Conchinchina!

Bajé el zipper de la chaqueta, desprendiéndome de la ropa mientras miraba hacia atrás, pendiente de que Brais no se despertara y me viera.

Me desvestí hasta quedar en ropa interior y colgué las telas en una rama cercana.

El dolor se hizo presente cuando el agua envolvió mi cuerpo. El lento y relajante fluir del agua me hizo consciente de cada golpe, cada caída, y cada kilómetro que corrí para salvar mi pescuezo. Nade hasta el camino de piedra que cruzaba la cascada.

«Jenna.»

De nuevo escuché la voz, que sonaba como la de una niña, llamando mi nombre desde el bosque. Me sumergí en el agua y nadé hacia la orilla, el agua chorreando por mi cuerpo mientras me acercaba a la fuente del sonido.

Llegué a un lugar iluminado por luciérnagas y cubierto de hojas. Asomé la cabeza para ver mejor y escuché pisadas. Me escondí detrás de un árbol y vi a las figuras: eran femeninas pero no humanas.

Una tenía astas en la cabeza, y las otras dos llevaban hojas cubriendo sus ojos. Eran delgadas, pequeñas y pálidas.

Intenté acercarme sin hacer ruido, pero al notar mi presencia, retrocedieron. Les sonreí para mostrar que no era una amenaza, pero aun así, corrieron y se perdieron entre la vegetación.

—¡Esperen!

Por alguna razón, sentí un impulso irrefrenable de seguirlas. Les pedí que se detuvieran, pero no me escuchaban. Corrí con todas las fuerzas que la cascada me había dado, mis piernas moviéndose a la velocidad máxima.

Corrí hasta que el cansancio me hizo sentir que estaba dando vueltas en círculos, y finalmente terminé de vuelta en el río. Las había perdido.

¿A dónde fueron?

¿Quiénes eran?

¿Ellas me llamaron? Y si es así ¿Por qué huyeron?

¿Qué quería mostrarme esa voz?

Miles de preguntas fluían al ver la corriente de agua, pero la preguntaba más importante era...

— ¿Por qué estas desnuda?

Me giré de golpe, y ahí estaba, el chico de los ojos violetas, observándome desde las sombras. Un escalofrío helado recorrió mi columna, y mis pies traicionaron mi equilibrio, haciéndome caer en un charco oscuro que se extendía bajo mis pies. El agua fría se cerró sobre mí como una trampa, robándome el aliento en un instante.

No... no puede ser. ¿Otra vez él?

El pánico se apoderó de mí con una ferocidad incontrolable. Las lágrimas comenzaron a arder en mis ojos, y luché por alejarme, ignorando la criatura que se retorcía bajo la superficie. Un pez enorme, no, algo peor... sentí su cuerpo rozar el mío, y el horror me cortó el aliento.

Necesitaba aire, pero mis pulmones se rebelaban, clamando por oxígeno mientras la angustia me mantenía paralizada. ¿Y si él estaba esperando, acechando, listo para hundirme aún más en esta pesadilla? Emerjí de nuevo, jadeando, mis pensamientos atrapados en un remolino de terror y confusión. Abrí la boca para gritarle, pero las palabras se atoraron, convertidas en un nudo de puro pavor.

Ya no estaba.

—Ya se te descompuso el engranaje.

—¡¿DÓNDE ESTA!? — Lo busco por todos lados.

—¿Quien?

—¡El hombre con los ojos violetas! ¡Estaba aquí!

—Jenna, te encontré sola. ¿De qué hablas?

Pero...

Yo lo vi.

Sentía el corazón en la garganta, cada latido martilleando con fuerza. El dolor en mi pecho crecía, y el miedo a un ataque cardiaco se volvía cada vez más real.



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En el texto hay: fantasia, romace, maravillas

Editado: 29.09.2024

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