Jerarquías y demonios

36: Confesiones tristes

Roxellane

Camino cerca del bosque de Norville, puedo ver las sombras de las que tanto han hablado los demonios. Han pasado tantas cosas que hasta me parece normal. Pongo las manos en los bolsillos y regreso al clan. La verdad, hoy hace mucho frío, hay un viento arrasador. Ingreso al edificio y agito mis manos en los brazos por el fresco.

Camino y visualizo a Zijo en la entrada de mi habitación. Parece que está de malhumor. Entramos al cuarto, entonces cierro la puerta detrás de mí. Me saco la chaqueta y la pongo en el perchero que está al lado de la estatuilla. Siento la sensación de mis pupilas cambiar. Cierro los párpados y suspiro para regresarlos a la normalidad. Abro los ojos, entonces me giro a sonreírle al demonio que me mueve con intensidad el corazón.

—No te veo desde el anuncio —comento.

Mantiene el ceño fruncido.

—No comprendo qué pasó.

—¿Qué?

—¿Qué te pasó? —insiste—. Ese no era el plan.

—¿Te molesta que haya asesinado a Troyen? —Frunzo el ceño también—. Si quieres librarte de mí, ya te puedes ir, no tengo ningún problema.

—No estás en condición de ordenarme nada, sigo siendo el escolta de Kireya, así que, aunque soy más libre que antes, eso no hace que me largue.

—Me encargaré de ella, no te preocupes.

—No se trata de eso, hablo de cómo te comportas.

—¿Disculpa? Tengo algo que me controla. —Enarco una ceja—. No puedo hacer nada.

—Puedes, empezando por no aceptar quedarte aquí. ¿En verdad crees que el clan que te despreció es tu mejor opción? Seguro encuentras otras alternativas.

—¡¿Qué te pasa?! ¡¡Tengo todo aquí!!

—No te reconozco —expresa, frustrado—. ¿Sabes? Siento que cambiaste y, la verdad, no lo soporto más, esta alianza ya no tiene sentido.

—¿Por qué me haces esto? —declaro, angustiada—. Te dije que te necesito.

—Ya tienes muchos aliados, no requieres de mi ayuda.

—Pero, Zijo, no lo comprendo… estábamos bien.

—Nunca lo estuvimos. De hecho, yo también cambié, aunque ambos lo hicimos en diferentes direcciones. Tus actitudes ya no concuerdan con las mías nuevas, esto no da para más.

—Basta… —Mis ojos se humedecen—. ¿Por qué me dices esto?

Suspira, triste.

—Porque me gustas y te quiero, pero mi orgullo no me dejaba decirlo, y ahora siento que te perdí, por lo tanto, ya no queda nada.

—¿Qué? —expreso, aturdida.

No logro contestarle nada, ya que estoy en shock, mientras él cruza la puerta, dejándome sola. Caigo de rodillas y lloro como si me hubiera terminado, pero ni eso fuimos. ¿Qué clase de situación es esta? Me rompe el alma y ni siquiera puedo arreglarla. Tengo que descubrir la manera de sacarme esta maldición como sea, porque no debo dejar que me destruya nada más.

Me levanto, camino hasta la estatuilla y la observo sobre el mueble, entonces, la acaricio, despacio, quedándome como hipnotizada. Es curioso como siento que pierdo la humanidad con solo tocarla, así que debo ir con cautela. Rápido, pero con cuidado, pues si me dejo consumir, tendré muchos más problemas de los que es probable que poseo ahora. Tengo que canalizar mis emociones y buscar un equilibrio.

¿Acaso Zijo podría entenderlo, volver y me dejaría explicarle todo lo que siento? Siquiera tuve la oportunidad de decírselo, pero ya sabemos quien de los dos demostró la valentía de confesarlo primero.

Una lágrima se desliza por mi mejilla.

—Yo también te quiero.




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