I
Las calles de Brein a la luz del sol eran multicolores, emblemáticas y hasta tranquilas. Pero de noche la realidad superaba la ficción de forma macabra.
Mi casa construida al centro de un patio con césped, entre dos viejos árboles, tenía un columpio en uno de ellos colgando firme a la izquierda. Su fachada se mantenía sobria y expectante frente a la casa más longeva del distrito, soportándole incontables risas, carcajadas que infundían efecto psicosocial. A aquella reliquia histórica se le adaptó un vivero cargado, colosal después de servir como panteón de fusilamiento durante la permanencia del ejército Rivaldariano en la edad Media. Los apodados “Ejecutadores de herejes”. Cultivadas múltiples especies comestibles, mas no era superada la calabaza anaranjada. Consecuencia de ello, en 1866, el entonces dueño del territorio heredando las productivas hectáreas, explotando sus genes agricultores, logró posicionarse fundamental e indispensable en el comercio hasta su deceso. Fatal desequilibrio mantuvo en vilo hasta 1965, intermedio de una década de crisis. Nuevos propietarios rechazaron la responsabilidad, delegándose finalmente está pesada tarea a un tal Jillan Gaspur. Treintañero alto, esbelto de hombros proporcionados, vestido usualmente de horticultor hogareño: en tirantes, algo bronceado para alguien que usaba un sombrero de paja. Ostentaba decencia y sencillez, sumado a su descarado buen humor, en especial la sonrisa casi imborrable de ese pálido rostro opuesto a sus característicos ojos escrutadores envueltos en ojeras jornaleras, de madrugador perenne. A las 4 am abría su gran portón negro iniciando las ventas mayoristas. Don Jill, como le llamaban sus clientes, ofrecía en su apretada agenda un paseo comunal exclusivo para todas las edades, haciéndolo querido por el público tras compartir su interés cultural. Un inaudito éxito, incluso la gente consideró llamarle maestro espiritual.
Y sí, esta etapa dorada sacada de cuentos infantiles tiene altibajos, su decadencia con mayúscula desgracia. El triste siniestro que ningún hombre puede sortear: la muerte. En peor categoría, pérdidas familiares. Un día su esposa desapareció. Rumores de raptos inexplicables. Al mes hallaron su cadáver repleto de 75 puñaladas. El asiduo trabajador moralmente se derrumbó; su emporio también. El móvil del caso imputó a celos o venganza marital. Despidos de empleados, paulatinas investigaciones que resquebrajaron su círculo sociolaboral.
Soy Emma y les ofrezco mi oscura confesión. ¿Entrarías a las infinitas puertas del inframundo?
II
Los binoculares no mentían. El inquilino de la casa ubicada en la esquina de la avenida Duclein, cerca a la mía, supo restaurar sagazmente su inminente bancarrota gracias a la ampliación del rubro con adquisiciones de máscaras y velas, pedidos más en octubre. Mascarillas hechas de cuero, tela o plástico tuvieron un rol importante para afrontar la propagación viral que derivó a cuarentenas de emergencia en la zona central, regiones colindantes y otras fronteras.
Máscaras de plástico de bioseguridad desplazaron a opciones distintas.
Enfrascada en divagaciones cuando el choque de un objeto en su ventana captó su atención. Le lanzaban piedrecitas. Dormía en el segundo piso. Separó manecillas, arrojó una soga sujeta al catre de metal. Dejó pasar.
—Hola Oráculo sagrado. ¡Ey…! Namasté —resopló avergonzado. Suaves patitas brincaron usándole de trampolín. Trepa el árbol del patio derecho, salta desde la rama e irrumpe engreído.
—Alf, hola —pronunció aliviada—, puntual como de costumbre. —¿Por qué trajiste a Capristán?
—¿Acaso es posible tal afinidad con Zar Capristano a ese nivel? —recogía la cuerda observando a su colado invitado, quién sólo ronroneaba aperturando la reunión.
—Pues atento está. Es el jefe.
—Lo será para ti, más bien es mi carcelero.
—Oh, tu cara… no te cancelan el castigo, ¿cierto?
—No es impedimento, me las arreglaré y el pueblo entero lo sabrá.
—Nosotros te creemos.
—Ustedes son amigos, me refiero a mis padres. Siento que en verdad enloquecí. Pero los desconsolantes gritos a diario, y esa niña…
—A veces hace falta elevada imaginación para sacudir lo evidente.
—Uf, un montón. ¿Qué noticias traes?
—Recolectamos suficiente información. Su expediente está limpio. Archivaron su caso cuando en pesquisas policiales arrestaron a un tipo almorzando desproporcionados trozos de carne en fuentes, dieta no recomendable obvio, sin embargo, lo acusaron por hurto. Ya que mataba y cocía animales ajenos, y al acabar con todos satisfizo su carnívoro paladar con los corraleros, su comida en ese rato. Explicando así la falta de reportes. ¿Perturbador? Permíteme continuar. Nadie sospechó que un ciudadano que acudía al templo Mezkanor, limpiando, inmiscuido en obras caritativas se convertía en un depredador insaciable. Astuto distribuía la carne humana camuflada con su parecido legal, dizque en sabor: cerdo. Así compartía su obsesión convirtiendo a localidades externas en caníbales pasivos. Se ganó un ahorcamiento por asesinato premeditado masivo.
—Qué horror. Los pobres porcinos no tenían que pagar por algo lógicamente inevitable para futuras generaciones.
—Por fortuna, Jill es vegetariano.
—El hábito no lo convierte en blanca paloma.
—¿Puedes dibujar un retrato de la niña, exactamente qué viste?
—Repitiendo la declaración. Debilitada la luz lunar por nubes espesas, pasada las doce, una voz alterada rogaba auxilio. Gritaba prácticamente en cada habitación donde la retenían. Alguien la dejaba correr para, en un juego demente, atraparla e infundirle desmayo.
—Envidiable tu seguridad.
—Calculé paciente esos detalles. Hubo días que gobernaba el silencio. Quedé estupefacta cuando en la reja de acero con diseño de hojas en los ventanales, junto al ático, se asomó el rostro de una nena de cinco o seis. Lucía maltratada y muy traumatizada. Quise ir por papá y su carabina porque ese señor no tiene hijos. Entonces una mano ensangrentada la jaló hacia esa maldita oscuridad.
—Joven y con insomnio.
—Les escandalizó. Han de estar familiarizados en temas de trata y abuso de menores.
—Tus preguntas atinadas son respuestas ácidas, paralelas a este concepto enquistado y cotidiano.
—Hum, en vano no cumpliste diecisiete.
—Quisiera. A tus quince primaveras impones admiración. Fue después que llamaste a...
—Maciel les marcó.
—Vaya, maduran rápido.
—No concuerda por qué escuchas únicamente tú los lamentos.
Emma entrecerró los párpados.
—Dudo que sean fantasmas. Acabas de delatarlo.
—Aunque le prohibiste, Machi contó “secretamente”en primaria y secundaria su visita a la excasa embrujada. Mi hermana iba adelante ufanó.
¡Miaau! Intervino el gato disgustado. Había parado de lamerse.
—Ser un crío trae líos. Les pica la lengua. Fuimos en Julio, por ahí. Lo extrañaba.
—Divertido, eh. ¿Quién no ha ido al Jardín Claroscuro?
—Ahora le ha puesto Ciudad Verdosa. Excusas, según él sonaba raro y tenebroso.
—Gracioso con su risa elocuente. Dotes de payaso. Mmm… Oráculo querido, retomemos el tema.
—Ah. No hay más testigos. La bulla desesperante lo oí sola.
¡Ruauhh! Gato se rozaba cariñoso en las piernas de la muchacha en aparente consuelo.
Alfredo bajó como vino. Rasguños imperceptibles lo identificaban. Capristán era intenso al pegarle manotazos.
La joven volvió a sumergirse en pensamientos tras cuestionar la última mención.
—<<Los desaparecidos escribieron notas de un fuego fatuo que los tentaba a deambular en las calles, siempre de madrugada>> —susurró cargada al minino.
III
Giamonios, según el calendario lunar, comprendía en la mitología Celta la estación luminosa de abril a mayo. La dividía Samonios: de octubre a noviembre, conclusión a la temporada de cosechas, considerada el “Año nuevo celta”. Frío y tiniebla, festejo de transición, portal al más allá. Los sidhe o pueblos feéricos la denominaron Fiesta de los muertos. Las hadas en víspera de noviembre solían tomar maridos mortales y se conectaban las grutas para que voluntarios temerarios se aventurasen a cruzar. Por tiempo limitado se permitía apreciar aquellos dominios, los palacios llenos de tesoros. Pocos regresaban. Espíritus y difuntos tenían autorización para caminar entre los vivos. Los creyentes podían comunicarse, breve reencuentro con sus antepasados. El método para alejar a los malas energías de sus hogares y tenerlos contentos era dejar comida afuera. Los niños las pedían yendo de casa en casa. Así nace el popular personaje:
Cuenta la leyenda sobre Jack, un bandido codicioso, ruin y tacaño aficionado del alcohol con una astucia incomparable para burlarse de complejos embrollos. Un día, harto de sus fechorías, el rey demonio se le apareció reclamando su alma en la taberna que frecuentaba. Angustiado Jack imploró “conviértete en cerveza para probar un último trago”. Este en sus entrañas lo envenenaría dolorosamente con goce. Fascinado el maligno líquido se introdujo en su tarro vacío. Jack de inmediato metió una cruz bañada en oro, y así logra atraparlo obligándole a jurar, sin fraudes, que le extendería diez años más de vida invulnerable. Arrinconado el diablo tuvo que aceptar el chantaje.
Y la suerte, tal aliada traicionera, si se cansa de alguien, expira. La arena de su reloj acabó retornando el enemigo. Se rumorea que Jack era perseguido por enardecidos aldeanos a los que había asaltado, cuando se topó con el rey demonio por segunda vez, quien venía a cobrarle su ofensa. Pero hablando de deudas por saldar, el ladrón reprimió los enojos tentando al ángel caído a dar una lección a los juzgadores hipócritas que fingían ser fieles a Dios. Propuso Jack al maestro del disfraz adoptar la forma de una moneda con la cual pagaría los bienes cogidos indebidamente; después cuando se esfume, generando suspicacia, los aldeanos se pelearían con ferocidad para eliminar al ladrón. El conflictivo diablo accedió a la propuesta: se transformó en una moneda de plata y saltó al saco que cargaba Jack, sólo para pegarse ensartado a una cruz de madera también robada esa ocasión. Sin demora Jack amarró bien el bolso privando al inmortal de sus poderes; y así lo capturó una vez más exigiendo triunfante otros diez años. A lo que el maligno accedió vulnerado.
Pasada la respectiva década de tregua, el demonio regresó confiado para pedir su revancha; más como en principio funcionaban sus cláusulas antes de sesgar un alma, concilió cumplir la última voluntad del viejo Jack. Referente a deseos de juventud, le suplicaron que trepara un manzano y escogiera la fruta crecida en la copa del mismo. Ya ocupándolo arriba, concentrado en su misión, talló cruces en el tronco con su navaja. Esto lo aprisionó definitivamente, y amenaza anulada. Consciente de su magistral victoria, Jack le exigió que jamás intentase arrebatarle su alma.
Como cualquier otro ser viviente, Jack muere naturalmente. Por supuesto su andanzas pecaminosas no pertenecían al Cielo, no obstante, al descender a las tinieblas el diablo aún resentido le recordó que había prometido no poseer su alma, y en estos términos, se le expulsó también del infierno. Fue cuando, a modo de burla, el rey maligno le arrojó una brasa de fuego fatuo, que no se apaga. Jack ahuecó una de sus verduras: nabos, alimento preferido. Puso pedazos en su interior y emprendió rumbo, vagando eternamente por el limbo de ambos mundos, buscando reposo espiritual para sopesar su condena.
—Hemos concluído el pasaje por hortalizas domésticas. ¿Qué historia les gustó más?
Se generaron respuestas al azar.
—Me quedo con las plantas silvestres —vociferaron al fondo.
—¿Cuál es tu nombre?
—La chica del gato, sombrero de paja.
El señor se ahogó en prolongadas risas. Esa manía de reír contagiosa y enfermiza.
—Emma Sáenz, bella como rebelde. Te atraen los retos, crecer superando espinas, desiertos, rocas, suelos inhóspitos, ¿eh?
<<Este viaje duró lo suficiente, tengo que sacrificarlos. Allá un dios rige sus leyes a través del incomprensible universo. Pero en estos dominios manda la calabaza, nuestro soberano espantamiedos>>. Puesto en el altar, se gira el invocado mostrando sus huecos oculares rellenos de llamas incandescentes y esos dientes aserrados, puntiagudos. Aumentando su tamaño a cada segundo, rompiendo todo desde el subsuelo, las raíces arman un humanoide esquelético. Convulsionados gritos revientan el ambiente, el horror se apodera del público. Emma apenas distingue pitidos por la sordera. El farol gigante devora a diestra y siniestra a los visitantes. Agarrando a su hermano echa a correr esperando refugiarse, sin embargo, la curiosidad le invade. Maciel la adelanta, ella se detiene a mirar. Jillan salta de pared en pared, con cabeza torcida, cuello largo y extremidades estiradas como insecto. Se avienta sobre su víctima que pretende defenderse, pero la muerde, revuelca, despedaza y tritura a la mujer.
En su cama a salvo despertó Emma, frenética se levanta temblando sudorosa. Le faltaba el aire.
<<A partir de ese momento lo llamaron Jack el del farol. Surgiendo la tradición de colocar o llevar carbón en nabos para ahuyentar al diablo y a espíritus malignos. Con ello guiarles el camino a la luz>>. Resuena en su mente.
—Cutre pesadilla.
Sin embargo, retrocediendo a esa fecha.
—Por favor, si no es molestia, hay una tradición oral pendiente. ¿La conoce?
¡Sí cuéntenos, anímese!
Su típica sonrisa se borró. Disimulaba, pero comenzó a desprender un aura sombría.
—Otra versión posterior sugiere que Jack, un herrero tacaño, habiendo estado en malos pasos, preparaba dulces para los niños en afán de aligerar el miedo impuesto durante la festividad del día de los muertos, alegrando esperanzas pérdidas y reconfortando su buen corazón. Hasta la fatídica ocasión donde el rectificado hombre crea rivalidades al interponerse en los planes de una bruja, resistiendo el someterse a sus hechizos y negándose a conseguir los ingredientes para preparar una sopa que incluía a inocentes el día de Halloween. Convocó una asamblea y junto a los pobladores expulsaron a la practicadora de magia negra. Consecuencia, al fugarse envió una poderosa maldición a Jack. Calabazas mutadas rodaron procedentes de los campos de cultivo, fue atacado y engullido por una. Estando sellado al poco tiempo la calabaza adoptó rasgos similares al rostro humano.
IV
El alumnado se esparcía por doquier llevando mochilas, maletines en grupo o solitario. Las clases habían culminado.
Nery pegada a la pared esperó a que la multitud disminuyera. Al cabo de un momento caminó cruzando pasillos, las aulas de laboratorio, desvió por el atajo en la unión del ala A y B de preparatoria. Le indicaron un área en específico, la sección prohibida: el cuarto de castigo. Actualmente en desuso. ¿O se equivocaba?
Sus pies perdieron valor, movimiento. La imagen descuidada, paredes descoloridas y en medio una silueta masculina actuaba con efecto de sombras. Enmascarado, semiencorvado, transmitiendo su cruel adoctrinamiento al adolescente que tenía cerca dándole la espalda. El noble encadenado traía ropa rasgada por azotes y torturas. Volteando, envuelto aun en miseria, le ofrece una mirada de paz y encanto. La despreciable entidad respiraba airada detrás, mirándole de soslayo. Su enojo daba volúmen a su tenebroso hábitat: perpetua oscuridad. Tragaba la tenue luz, una especie de humo se arrastraba hacia ella. En silencio no huía, algo la retenía. La neblina, emanando azufre, olor a vómito, a exhumación reciente ya subía por su cintura. Llorando de impotencia oyó un aplauso, la resignación del adiós.
—¡Te atrapé! —El aliento le regresó al cuerpo.
Alfredo olvidó su broma para notar residuos de algo difuminándose. El aire cargado los abandonó, el espacio se aclaró.
Nery recuperando su motricidad de inmediato abrazó a su amigo, sollozando mortificada. Maciel que no comprendía nada optó por callar.
—Larguémonos, no necesitamos preguntar. Sádicos infelices… —resondró hacia la puerta oxidada.
Fresas mezcladas con mango reemplazaron el hedor a orina, a moho que desprendía el calabozo en pena.
Blessti la pastelería líder en postres, sitio donde consolidaron su amistad. Nery recuperando semblante probaba su rebanada de pastel. Maciel pidió de chocolate y Alf un flan común.
—Fue peligroso citarte allí. Pensé que por Halloween… pésima idea.
—Ten, feliz noche de brujas. —Del bolso extrajo un taper—. Tú querías calabaza.
—Gracias.
Alfredo vislumbraba la deliciosa mazamorra.
—¿Y para mí?
—Glotón. Despacio, tienes bigotes, ten servilleta.
—Debemos hablar. Estuve vigilando a Jillan. Usualmente derrama desechos orgánicos al lago Sormec. Cilindros industriales con agua turbia, condensada.
—Por culpa de ese psicópata desprestigiaron a mi primor. Sin su apoyo serían todos lápidas abandonadas.
—Vi prenderse fuegos azules o verdes sobre el lago después. Si les tocas se tornan transparentes. No paran de asediarme. Las veo ahora por todas partes, únicamente al anochecer.
Nery tendió un recorte de periódico.
—El 31 de octubre, hace cinco años, esta ciudad sufrió un apagón general. A eso de las 9:30 pm durante el clásico Samhaín. Los técnicos que hacían reparación sufrieron un accidente y se enredaron con los cables por causa de las lluvias torrenciales. La gente acudió solidaria, pero Emma apareció y predijo que era una treta catastrófica. Se avecinaba un incendio.
—Se pone bueno porque nunca pasó.
—Las investigaciones apuntan que sí. Camuflaban gasolina para el mercado negro. Muchos involucrados terminaron en prisión.
—Los trabajadores contaron que una criatura desgreñada los obligó a rociar el combustible. La lluvia ayudó, no hizo el problema. El espectro escapó al ver que su trampa fracasó.
De pronto en las noticias se narraba un incendio en una avenida que ellos frecuentaban.
V
Mamá tocó la puerta. La hija abrió y emitió un alarido grotesco. En una mano trajo la cabeza de papá chorreando sangre fresca.
La bruja, timando con su disfraz de muerto viviente forcejeó hasta ingresar. Emma trató de esconderse mientras que gato la enfrentaba como podía. La intrusa se alteró con el animal, retrocedía ante cada bufido. Cuando vencido el felino se abalanzó contra ella, una esfera al rojo vivo cayó desde la ventana prendiendo todo a su alrededor. De esa bola caliente se irguió un hombre con cabeza de calabaza, cuerpo de raíces y rostro diabólico. Lanzó un aro de fuego que contuvo a la hechicera. Reía y reía.
—Esperé esto por mucho, ¡libertad! Si el diablo no pudo matarme, menos tú, adefesio.
La contención flameante freía como hoguera. Y rabioso cubría con sus manos de lianas hechas garras clavándolas en la decadente rival. Aplastó y masticó a la bruja, quien gritaba insultos en lenguas no registradas, paganas.
Gato empujó a Emma, maullando directo a la puerta trasera. Desde la calle observaron al fuego consumir todo. Veinte minutos después, la policía invadió rodeando el lugar, listos para lo que saldría. Una gruesa voz monstruosa, avisaba jubilosa que su cacería resultó un éxito bárbaro.
—Denme un trago. Agradezcan a su salvador.
Al salir el escuadrón de policías disparó al ser sobrenatural de casi tres metros, vaciando sus armas. Por más que recargaron no frenaron su ascensión a los cielos. Voló a propulsión, surcó las nubes plasmando un tipo de estela ovalada: el Jack místico con boca y hoyos triangulares vigilaba al lado de la luna, desde el firmamento.
Los titulares al día siguiente describieron dos incendios contiguos, un huerto sin sembrador, el hallazgo de una niña perdida. No se volvió a ver al vecino Jillan, o Jack espantamiedos o también como le decíamos: Jill Risas.
Fin
I
Las calles de Brein a la luz del sol eran multicolores, emblemáticas y hasta tranquilas. Pero de noche la realidad superaba la ficción de forma macabra.
Mi casa construida al centro de un patio con césped, entre dos viejos árboles, tenía un columpio en uno de ellos colgando firme a la izquierda. Su fachada se mantenía sobria y expectante frente a la casa más longeva del distrito, soportándole incontables risas, carcajadas que infundían efecto psicosocial. A aquella reliquia histórica se le adaptó un vivero cargado, colosal después de servir como panteón de fusilamiento durante la permanencia del ejército Rivaldariano en la edad Media. Los apodados “Ejecutadores de herejes”. Cultivadas múltiples especies comestibles, mas no era superada la calabaza anaranjada. Consecuencia de ello, en 1866, el entonces dueño del territorio heredando las productivas hectáreas, explotando sus genes agricultores, logró posicionarse fundamental e indispensable en el comercio hasta su deceso. Fatal desequilibrio mantuvo en vilo hasta 1965, intermedio de una década de crisis. Nuevos propietarios rechazaron la responsabilidad, delegándose finalmente está pesada tarea a un tal Jillan Gaspur. Treintañero alto, esbelto de hombros proporcionados, vestido usualmente de horticultor hogareño: en tirantes, algo bronceado para alguien que usaba un sombrero de paja. Ostentaba decencia y sencillez, sumado a su descarado buen humor, en especial la sonrisa casi imborrable de ese pálido rostro opuesto a sus característicos ojos escrutadores envueltos en ojeras jornaleras, de madrugador perenne. A las 4 am abría su gran portón negro iniciando las ventas mayoristas. Don Jill, como le llamaban sus clientes, ofrecía en su apretada agenda un paseo comunal exclusivo para todas las edades, haciéndolo querido por el público tras compartir su interés cultural. Un inaudito éxito, incluso la gente consideró llamarle maestro espiritual.
Y sí, esta etapa dorada sacada de cuentos infantiles tiene altibajos, su decadencia con mayúscula desgracia. El triste siniestro que ningún hombre puede sortear: la muerte. En peor categoría, pérdidas familiares. Un día su esposa desapareció. Rumores de raptos inexplicables. Al mes hallaron su cadáver repleto de 75 puñaladas. El asiduo trabajador moralmente se derrumbó; su emporio también. El móvil del caso imputó a celos o venganza marital. Despidos de empleados, paulatinas investigaciones que resquebrajaron su círculo sociolaboral.
Soy Emma y les ofrezco mi oscura confesión. ¿Entrarías a las infinitas puertas del inframundo?
II
Los binoculares no mentían. El inquilino de la casa ubicada en la esquina de la avenida Duclein, cerca a la mía, supo restaurar sagazmente su inminente bancarrota gracias a la ampliación del rubro con adquisiciones de máscaras y velas, pedidos más en octubre. Mascarillas hechas de cuero, tela o plástico tuvieron un rol importante para afrontar la propagación viral que derivó a cuarentenas de emergencia en la zona central, regiones colindantes y otras fronteras.
Máscaras de plástico de bioseguridad desplazaron a opciones distintas.
Enfrascada en divagaciones cuando el choque de un objeto en su ventana captó su atención. Le lanzaban piedrecitas. Dormía en el segundo piso. Separó manecillas, arrojó una soga sujeta al catre de metal. Dejó pasar.
—Hola Oráculo sagrado. ¡Ey…! Namasté —resopló avergonzado. Suaves patitas brincaron usándole de trampolín. Trepa el árbol del patio derecho, salta desde la rama e irrumpe engreído.
—Alf, hola —pronunció aliviada—, puntual como de costumbre. —¿Por qué trajiste a Capristán?
—¿Acaso es posible tal afinidad con Zar Capristano a ese nivel? —recogía la cuerda observando a su colado invitado, quién sólo ronroneaba aperturando la reunión.
—Pues atento está. Es el jefe.
—Lo será para ti, más bien es mi carcelero.
—Oh, tu cara… no te cancelan el castigo, ¿cierto?
—No es impedimento, me las arreglaré y el pueblo entero lo sabrá.
—Nosotros te creemos.
—Ustedes son amigos, me refiero a mis padres. Siento que en verdad enloquecí. Pero los desconsolantes gritos a diario, y esa niña…
—A veces hace falta elevada imaginación para sacudir lo evidente.
—Uf, un montón. ¿Qué noticias traes?
—Recolectamos suficiente información. Su expediente está limpio. Archivaron su caso cuando en pesquisas policiales arrestaron a un tipo almorzando desproporcionados trozos de carne en fuentes, dieta no recomendable obvio, sin embargo, lo acusaron por hurto. Ya que mataba y cocía animales ajenos, y al acabar con todos satisfizo su carnívoro paladar con los corraleros, su comida en ese rato. Explicando así la falta de reportes. ¿Perturbador? Permíteme continuar. Nadie sospechó que un ciudadano que acudía al templo Mezkanor, limpiando, inmiscuido en obras caritativas se convertía en un depredador insaciable. Astuto distribuía la carne humana camuflada con su parecido legal, dizque en sabor: cerdo. Así compartía su obsesión convirtiendo a localidades externas en caníbales pasivos. Se ganó un ahorcamiento por asesinato premeditado masivo.
—Qué horror. Los pobres porcinos no tenían que pagar por algo lógicamente inevitable para futuras generaciones.
—Por fortuna, Jill es vegetariano.
—El hábito no lo convierte en blanca paloma.
—¿Puedes dibujar un retrato de la niña, exactamente qué viste?
—Repitiendo la declaración. Debilitada la luz lunar por nubes espesas, pasada las doce, una voz alterada rogaba auxilio. Gritaba prácticamente en cada habitación donde la retenían. Alguien la dejaba correr para, en un juego demente, atraparla e infundirle desmayo.
—Envidiable tu seguridad.
—Calculé paciente esos detalles. Hubo días que gobernaba el silencio. Quedé estupefacta cuando en la reja de acero con diseño de hojas en los ventanales, junto al ático, se asomó el rostro de una nena de cinco o seis. Lucía maltratada y muy traumatizada. Quise ir por papá y su carabina porque ese señor no tiene hijos. Entonces una mano ensangrentada la jaló hacia esa maldita oscuridad.
—Joven y con insomnio.
—Les escandalizó. Han de estar familiarizados en temas de trata y abuso de menores.
—Tus preguntas atinadas son respuestas ácidas, paralelas a este concepto enquistado y cotidiano.
—Hum, en vano no cumpliste diecisiete.
—Quisiera. A tus quince primaveras impones admiración. Fue después que llamaste a...
—Maciel les marcó.
—Vaya, maduran rápido.
—No concuerda por qué escuchas únicamente tú los lamentos.
Emma entrecerró los párpados.
—Dudo que sean fantasmas. Acabas de delatarlo.
—Aunque le prohibiste, Machi contó “secretamente”en primaria y secundaria su visita a la excasa embrujada. Mi hermana iba adelante ufanó.
¡Miaau! Intervino el gato disgustado. Había parado de lamerse.
—Ser un crío trae líos. Les pica la lengua. Fuimos en Julio, por ahí. Lo extrañaba.
—Divertido, eh. ¿Quién no ha ido al Jardín Claroscuro?
—Ahora le ha puesto Ciudad Verdosa. Excusas, según él sonaba raro y tenebroso.
—Gracioso con su risa elocuente. Dotes de payaso. Mmm… Oráculo querido, retomemos el tema.
—Ah. No hay más testigos. La bulla desesperante lo oí sola.
¡Ruauhh! Gato se rozaba cariñoso en las piernas de la muchacha en aparente consuelo.
Alfredo bajó como vino. Rasguños imperceptibles lo identificaban. Capristán era intenso al pegarle manotazos.
La joven volvió a sumergirse en pensamientos tras cuestionar la última mención.
—<<Los desaparecidos escribieron notas de un fuego fatuo que los tentaba a deambular en las calles, siempre de madrugada>> —susurró cargada al minino.
III
Giamonios, según el calendario lunar, comprendía en la mitología Celta la estación luminosa de abril a mayo. La dividía Samonios: de octubre a noviembre, conclusión a la temporada de cosechas, considerada el “Año nuevo celta”. Frío y tiniebla, festejo de transición, portal al más allá. Los sidhe o pueblos feéricos la denominaron Fiesta de los muertos. Las hadas en víspera de noviembre solían tomar maridos mortales y se conectaban las grutas para que voluntarios temerarios se aventurasen a cruzar. Por tiempo limitado se permitía apreciar aquellos dominios, los palacios llenos de tesoros. Pocos regresaban. Espíritus y difuntos tenían autorización para caminar entre los vivos. Los creyentes podían comunicarse, breve reencuentro con sus antepasados. El método para alejar a los malas energías de sus hogares y tenerlos contentos era dejar comida afuera. Los niños las pedían yendo de casa en casa. Así nace el popular personaje:
Cuenta la leyenda sobre Jack, un bandido codicioso, ruin y tacaño aficionado del alcohol con una astucia incomparable para burlarse de complejos embrollos. Un día, harto de sus fechorías, el rey demonio se le apareció reclamando su alma en la taberna que frecuentaba. Angustiado Jack imploró “conviértete en cerveza para probar un último trago”. Este en sus entrañas lo envenenaría dolorosamente con goce. Fascinado el maligno líquido se introdujo en su tarro vacío. Jack de inmediato metió una cruz bañada en oro, y así logra atraparlo obligándole a jurar, sin fraudes, que le extendería diez años más de vida invulnerable. Arrinconado el diablo tuvo que aceptar el chantaje.
Y la suerte, tal aliada traicionera, si se cansa de alguien, expira. La arena de su reloj acabó retornando el enemigo. Se rumorea que Jack era perseguido por enardecidos aldeanos a los que había asaltado, cuando se topó con el rey demonio por segunda vez, quien venía a cobrarle su ofensa. Pero hablando de deudas por saldar, el ladrón reprimió los enojos tentando al ángel caído a dar una lección a los juzgadores hipócritas que fingían ser fieles a Dios. Propuso Jack al maestro del disfraz adoptar la forma de una moneda con la cual pagaría los bienes cogidos indebidamente; después cuando se esfume, generando suspicacia, los aldeanos se pelearían con ferocidad para eliminar al ladrón. El conflictivo diablo accedió a la propuesta: se transformó en una moneda de plata y saltó al saco que cargaba Jack, sólo para pegarse ensartado a una cruz de madera también robada esa ocasión. Sin demora Jack amarró bien el bolso privando al inmortal de sus poderes; y así lo capturó una vez más exigiendo triunfante otros diez años. A lo que el maligno accedió vulnerado.
Pasada la respectiva década de tregua, el demonio regresó confiado para pedir su revancha; más como en principio funcionaban sus cláusulas antes de sesgar un alma, concilió cumplir la última voluntad del viejo Jack. Referente a deseos de juventud, le suplicaron que trepara un manzano y escogiera la fruta crecida en la copa del mismo. Ya ocupándolo arriba, concentrado en su misión, talló cruces en el tronco con su navaja. Esto lo aprisionó definitivamente, y amenaza anulada. Consciente de su magistral victoria, Jack le exigió que jamás intentase arrebatarle su alma.
Como cualquier otro ser viviente, Jack muere naturalmente. Por supuesto su andanzas pecaminosas no pertenecían al Cielo, no obstante, al descender a las tinieblas el diablo aún resentido le recordó que había prometido no poseer su alma, y en estos términos, se le expulsó también del infierno. Fue cuando, a modo de burla, el rey maligno le arrojó una brasa de fuego fatuo, que no se apaga. Jack ahuecó una de sus verduras: nabos, alimento preferido. Puso pedazos en su interior y emprendió rumbo, vagando eternamente por el limbo de ambos mundos, buscando reposo espiritual para sopesar su condena.
—Hemos concluído el pasaje por hortalizas domésticas. ¿Qué historia les gustó más?
Se generaron respuestas al azar.
—Me quedo con las plantas silvestres —vociferaron al fondo.
—¿Cuál es tu nombre?
—La chica del gato, sombrero de paja.
El señor se ahogó en prolongadas risas. Esa manía de reír contagiosa y enfermiza.
—Emma Sáenz, bella como rebelde. Te atraen los retos, crecer superando espinas, desiertos, rocas, suelos inhóspitos, ¿eh?
<<Este viaje duró lo suficiente, tengo que sacrificarlos. Allá un dios rige sus leyes a través del incomprensible universo. Pero en estos dominios manda la calabaza, nuestro soberano espantamiedos>>. Puesto en el altar, se gira el invocado mostrando sus huecos oculares rellenos de llamas incandescentes y esos dientes aserrados, puntiagudos. Aumentando su tamaño a cada segundo, rompiendo todo desde el subsuelo, las raíces arman un humanoide esquelético. Convulsionados gritos revientan el ambiente, el horror se apodera del público. Emma apenas distingue pitidos por la sordera. El farol gigante devora a diestra y siniestra a los visitantes. Agarrando a su hermano echa a correr esperando refugiarse, sin embargo, la curiosidad le invade. Maciel la adelanta, ella se detiene a mirar. Jillan salta de pared en pared, con cabeza torcida, cuello largo y extremidades estiradas como insecto. Se avienta sobre su víctima que pretende defenderse, pero la muerde, revuelca, despedaza y tritura a la mujer.
En su cama a salvo despertó Emma, frenética se levanta temblando sudorosa. Le faltaba el aire.
<<A partir de ese momento lo llamaron Jack el del farol. Surgiendo la tradición de colocar o llevar carbón en nabos para ahuyentar al diablo y a espíritus malignos. Con ello guiarles el camino a la luz>>. Resuena en su mente.
—Cutre pesadilla.
Sin embargo, retrocediendo a esa fecha.
—Por favor, si no es molestia, hay una tradición oral pendiente. ¿La conoce?
¡Sí cuéntenos, anímese!
Su típica sonrisa se borró. Disimulaba, pero comenzó a desprender un aura sombría.
—Otra versión posterior sugiere que Jack, un herrero tacaño, habiendo estado en malos pasos, preparaba dulces para los niños en afán de aligerar el miedo impuesto durante la festividad del día de los muertos, alegrando esperanzas pérdidas y reconfortando su buen corazón. Hasta la fatídica ocasión donde el rectificado hombre crea rivalidades al interponerse en los planes de una bruja, resistiendo el someterse a sus hechizos y negándose a conseguir los ingredientes para preparar una sopa que incluía a inocentes el día de Halloween. Convocó una asamblea y junto a los pobladores expulsaron a la practicadora de magia negra. Consecuencia, al fugarse envió una poderosa maldición a Jack. Calabazas mutadas rodaron procedentes de los campos de cultivo, fue atacado y engullido por una. Estando sellado al poco tiempo la calabaza adoptó rasgos similares al rostro humano.
IV
El alumnado se esparcía por doquier llevando mochilas, maletines en grupo o solitario. Las clases habían culminado.
Nery pegada a la pared esperó a que la multitud disminuyera. Al cabo de un momento caminó cruzando pasillos, las aulas de laboratorio, desvió por el atajo en la unión del ala A y B de preparatoria. Le indicaron un área en específico, la sección prohibida: el cuarto de castigo. Actualmente en desuso. ¿O se equivocaba?
Sus pies perdieron valor, movimiento. La imagen descuidada, paredes descoloridas y en medio una silueta masculina actuaba con efecto de sombras. Enmascarado, semiencorvado, transmitiendo su cruel adoctrinamiento al adolescente que tenía cerca dándole la espalda. El noble encadenado traía ropa rasgada por azotes y torturas. Volteando, envuelto aun en miseria, le ofrece una mirada de paz y encanto. La despreciable entidad respiraba airada detrás, mirándole de soslayo. Su enojo daba volúmen a su tenebroso hábitat: perpetua oscuridad. Tragaba la tenue luz, una especie de humo se arrastraba hacia ella. En silencio no huía, algo la retenía. La neblina, emanando azufre, olor a vómito, a exhumación reciente ya subía por su cintura. Llorando de impotencia oyó un aplauso, la resignación del adiós.
—¡Te atrapé! —El aliento le regresó al cuerpo.
Alfredo olvidó su broma para notar residuos de algo difuminándose. El aire cargado los abandonó, el espacio se aclaró.
Nery recuperando su motricidad de inmediato abrazó a su amigo, sollozando mortificada. Maciel que no comprendía nada optó por callar.
—Larguémonos, no necesitamos preguntar. Sádicos infelices… —resondró hacia la puerta oxidada.
Fresas mezcladas con mango reemplazaron el hedor a orina, a moho que desprendía el calabozo en pena.
Blessti la pastelería líder en postres, sitio donde consolidaron su amistad. Nery recuperando semblante probaba su rebanada de pastel. Maciel pidió de chocolate y Alf un flan común.
—Fue peligroso citarte allí. Pensé que por Halloween… pésima idea.
—Ten, feliz noche de brujas. —Del bolso extrajo un taper—. Tú querías calabaza.
—Gracias.
Alfredo vislumbraba la deliciosa mazamorra.
—¿Y para mí?
—Glotón. Despacio, tienes bigotes, ten servilleta.
—Debemos hablar. Estuve vigilando a Jillan. Usualmente derrama desechos orgánicos al lago Sormec. Cilindros industriales con agua turbia, condensada.
—Por culpa de ese psicópata desprestigiaron a mi primor. Sin su apoyo serían todos lápidas abandonadas.
—Vi prenderse fuegos azules o verdes sobre el lago después. Si les tocas se tornan transparentes. No paran de asediarme. Las veo ahora por todas partes, únicamente al anochecer.
Nery tendió un recorte de periódico.
—El 31 de octubre, hace cinco años, esta ciudad sufrió un apagón general. A eso de las 9:30 pm durante el clásico Samhaín. Los técnicos que hacían reparación sufrieron un accidente y se enredaron con los cables por causa de las lluvias torrenciales. La gente acudió solidaria, pero Emma apareció y predijo que era una treta catastrófica. Se avecinaba un incendio.
—Se pone bueno porque nunca pasó.
—Las investigaciones apuntan que sí. Camuflaban gasolina para el mercado negro. Muchos involucrados terminaron en prisión.
—Los trabajadores contaron que una criatura desgreñada los obligó a rociar el combustible. La lluvia ayudó, no hizo el problema. El espectro escapó al ver que su trampa fracasó.
De pronto en las noticias se narraba un incendio en una avenida que ellos frecuentaban.
V
Mamá tocó la puerta. La hija abrió y emitió un alarido grotesco. En una mano trajo la cabeza de papá chorreando sangre fresca.
La bruja, timando con su disfraz de muerto viviente forcejeó hasta ingresar. Emma trató de esconderse mientras que gato la enfrentaba como podía. La intrusa se alteró con el animal, retrocedía ante cada bufido. Cuando vencido el felino se abalanzó contra ella, una esfera al rojo vivo cayó desde la ventana prendiendo todo a su alrededor. De esa bola caliente se irguió un hombre con cabeza de calabaza, cuerpo de raíces y rostro diabólico. Lanzó un aro de fuego que contuvo a la hechicera. Reía y reía.
—Esperé esto por mucho, ¡libertad! Si el diablo no pudo matarme, menos tú, adefesio.
La contención flameante freía como hoguera. Y rabioso cubría con sus manos de lianas hechas garras clavándolas en la decadente rival. Aplastó y masticó a la bruja, quien gritaba insultos en lenguas no registradas, paganas.
Gato empujó a Emma, maullando directo a la puerta trasera. Desde la calle observaron al fuego consumir todo. Veinte minutos después, la policía invadió rodeando el lugar, listos para lo que saldría. Una gruesa voz monstruosa, avisaba jubilosa que su cacería resultó un éxito bárbaro.
—Denme un trago. Agradezcan a su salvador.
Al salir el escuadrón de policías disparó al ser sobrenatural de casi tres metros, vaciando sus armas. Por más que recargaron no frenaron su ascensión a los cielos. Voló a propulsión, surcó las nubes plasmando un tipo de estela ovalada: el Jack místico con boca y hoyos triangulares vigilaba al lado de la luna, desde el firmamento.
Los titulares al día siguiente describieron dos incendios contiguos, un huerto sin sembrador, el hallazgo de una niña perdida. No se volvió a ver al vecino Jillan, o Jack espantamiedos o también como le decíamos: Jill Risas.
Fin