Recuerdo la primera vez que sus ojos se encontraron con los míos. Esa tarde estaba sentada sobre una pelota azul que había encontrado en el gimnasio entre las bicicletas y cajones. De las pocas diversiones del lugar en que vivíamos estaban las clases de karate, pilates, futbol y tenis de mesa. En mi opinión el futbol era poco femenino y el tenis de mesa era muy aburrido, al descartar estos, quedaba sólo con la opción de 2 talleres para mantener mi cuerpo en forma. La veo sentarse en el suelo a unos 5 metros donde yo me encontraba. El profesor invita a participar en su clase a todas las mujeres que estábamos en el lugar, camina acercándose a ella… No alcancé a escuchar lo que conversaron, solo sé que ambos me observaban, sonreían moviendo la cabeza. Cuando la clase finalizó ella camina hacia donde estoy, sonríe, sus ojos brillan, siento me falta el aire, millones de agujas clavan en mis manos, el cuerpo se estremece, no entendiendo el porqué.
Hola, mi nombre es Jimena, soy la dueña de esa pelota, señalando con su mano. ¿Serias tan amable en facilitármela? Algo en ella me turba, sus ojos parecían sonreír, no encontraba las palabras para disculparme, no podía gesticular o emitir algún sonido audible. De pronto acerca su mano a mi hombro y vuelve a decir: Hola, me llamo Jimena. Esta vez las palabras comienzas a volar como si fueran liberadas una a una.
Ho, ho, hola, la encontré detrás de los cajones, pensé era parte del inventario del gimnasio.
Te vi muy cómoda con ella, no quise molestar, pero es el único recuerdo que tengo de mi madre, la dejé escondida para no trasladarla desde casa, ya sabes, seria un espectáculo en la calle todos los días. Jugaba con sus manos, sostuve su mirada, sus mejillas se ruborizaron, tomo la pelota entregándosela sin ser capaz de emitir otra palabra. Pasaron por nuestro lado algunas chicas que participaban en el grupo de pilates despidiéndose de nosotras, Jimena desvía su mirada, observa el suelo y dice:
¿Me acompañas al casino por unos refrescos? Soy tan mala para retener los nombres que no recuerdo el tuyo cuando lo dijiste. Levanta una ceja y hace un guiño con el ojo contrario.
No lo dije, por eso no lo recuerdas, me llamo Juno. Mis manos sudan, creo ser una estatua de sal, si me vuelve a tocar, me desarmo. No lo hace, sigue caminando hacia la entrada y escucho.
Listas las presentaciones ¿Juno, reina de los cielos, quieres acompañarme al casino? Se detiene por un momento, inclina la cabeza, observa sus zapatillas.
No puedo Jimena, tengo prisa, quizás otro día. Así, una mentira elaborada en segundo de lucidez o sin sentido, me liberé de sus ojos juguetones y de una sensación rara, inexplicable que se sostenía con su presencia.