JoachÍm (completo)

3

Frieden.

Nunca había oído aquel nombre. Estaba seguro de eso. Sin embargo, sentí algo que aunque indefinido, muy especial, cuando lo escuché en los labios de aquel joven extraño.

Aunque comenzaba a darme cuenta de que me sucedía algo similar- una rara sensación parecida a la asociación con Frieden- cuando miraba a aquel joven. Y también me di cuenta de que, aún cuando no llevábamos más de media hora de conocernos, él ya no me resultaba extraño. Me sentía seguro y protegido a su lado. Emociones que hacía mucho tiempo no percibía con tal intensidad. Y eso me daba curiosidad.

¿Cómo podía ser que alguien a quien acababa de conocer, despertara en mí los sentimientos más positivos, sobre todo en esos momentos, los de mayor tragedia de mi joven y accidentada vida?

Si al principio me había molestaba un poco el hecho de que aquellas muchachas estuvieran en nuestro compartimiento, ahora en el fondo, les estaba agradecido. Pues a pesar de poder sentirlo cerca, pendiente de mí, dándome seguridad, algo me decía que si hubiésemos estado solos, Joachím comenzaría a hacerme preguntas personales. Y aunque le estaba infinitamente agradecido por su ayuda, no me sentía preparado para contarle mi historia.  Aunque sin dudas, lo merecía. 

Lo miré de reojo. Su rostro de perfil brillaba suavemente con la luz que se colaba por la ventana. Algo llamó mi atención: una medallita que colgaba de su cuello parecía iluminada por el efecto de aquella luz. Pero desde mi ángulo no pude distinguir el dibujo en relieve. Joachím parecía concentrado en un pequeño libro que había sacado de su mochila. En otro momento, hubiese sentido curiosidad por saber el título. Pero no tenía ganas de nada. Aunque no pude evitar mirar la tapa, con un rápido vistazo. Tan fugaz que sólo pude leer el nombre del autor. Un tal Rten Brel. Nunca lo había oído nombrar. Junto con a compañía de mi abuela, fallecida hacía un par de años, los paseos por el Danubio y los strudel de manzanas, los libros compartían los primeros lugares en mi lista de cosas preferidas. Leerlos y escribirlos. Bueno, en realidad, escribirlos, no. Porque desde hacía varios años, había abandonado esa actividad considerada una pérdida total de tiempo. Textuales palabras de mi madre cuando le dije, la primera vez, que cuando fuese grande iba a ser escritor. Y siguió siendo considerado una pérdida total de tiempo cuando conocí a Eric. Y me dejé convencer de que estudiar derecho sería lo más recomendable, y llegar a ser algún día un abogado tan respetado como el propio Eric.

Me prometí en silencio que cuando llegara el momento, si es que llegaba, le contaría a Joachím sobre mí, si él así lo quería. Aunque no sabía cuándo. Porque yo no tenía idea de hacia dónde viajaba él, ni que haría yo entonces, cuando él se fuera. Quería descender junto a él, cualquiera fuera la estación elegida. Y me sonrojé con aquel pensamiento. Al fin y al cabo, ¿con qué excusa podría hacerlo? No vería con buenos ojos que yo siguiera pegado a él.

Y era tal la intensidad de aquella idea, que por un momento temí que aquel joven se hubiera metido en mi cabeza. Me estremecí, justo cuando levantó de golpe la mirada y la clavó en mí, como si hubiera percibido algo. Y con aquella mirada, se borró todo lo demás. Lo que nos rodeaba. Y también, mi dolor.

Sonreí, mientras sentía que me ponía aún más colorado. Y creo que Joachím se dio cuenta porque me devolvió la sonrisa y volvió sus ojos al libro, como si nada.

Miré a las dos jovencitas sentadas frente a nosotros. Fue como si las recordara de repente. Suspiré de alivio, por lo bajo, cuando vi que ambas estaban con sus mentes sumergidas en sus dispositivos electrónicos. Al parecer no se habían enterado de nada. 

Afuera, el mediodía radiante se abría sobre los campos cultivados. Y mientras el tren avanzaba sobre un puente de piedra a varios metros arriba de un río caudaloso, volví a suspirar. Con la facilidad con la que el agua del Danubio fluía hacia el sur, mis angustias parecían irse también. Algo totalmente impensado, unos minutos atrás. Una angustia que llegué a creer me iba a acompañar el resto de mi vida. Era como si el mundo a mi alrededor se hubiera derrumbado en un par de segundos, el tiempo exacto que duró aquel beso. El beso de la traición.

En cambio ahora, igual que el sol mágico envolvía los cultivos en los campos afuera, aquella mirada azul celeste me envolvía con calidez el corazón, aún cuando no me miraban. Me volví hacia Joachím buscando aquel reconfortante calor. Necesitaba volver a ver aquellos ojos. Y los encontré. Pero no me miraban a mí, sino que, con una expresión divertida, miraban algo que una de las muchachas le mostraba en la pantalla de su celular. 

Y mi día se nubló de pronto. Y amenazó, en mi interior, con ponerse a llover. Me froté los ojos. No podía ponerme a llorar allí mismo, como si fuera un niño de ocho años. Aunque era exactamente así de indefenso cómo sentía. Sólo, frágil, olvidado. Igual que me había sentido a esa edad, cuando mis padres me pegaban para curarme de mi enfermedad. A esa misma edad, en la que mis compañeros del internado se burlaban de mí, se reían en mi cara, o huían por temor a contagiarse de mis gustos… Había aprendido a golpes, que no era conveniente decirle a alguien, de mi mismo sexo,  que me gustaba…

Sentí el estómago revuelto y cerré los ojos. Traté de respirar conscientemente pero hasta la simple técnica de relajación se me había olvidado.

- ¿Estás bien, Johann?

Sentí escalofríos cuando oí la voz de Joachím, aunque no llegó, por alguna razón, a conmoverme como lo había hecho hasta ese momento. Lo miré y asentí, tratando de parecer convincente.

- Creo que…intentaré dormir un poco.- dije, acomodándome mejor en el asiento.

- ¿Quieres un poco más de té? ¿O quizá…?

? Quisiera desaparecer?, pensé. Me aclaré la garganta y respondí.

- No, gracias…

- Seguramente le hace mal el viaje en tren.- dijo de repente una de las jovencitas- A mí a veces los viajes me marean. ¿Quiere un poco de agua, señor?



#10341 en Novela romántica

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Editado: 08.05.2023

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