El restaurante era amplio y con un ambiente apenas familiar. Tenía tres áreas: para fumadores, para no fumadores y la cantina. Todas ellas tenían muebles hechos completamente de madera que en algún momento de su historia brillaron con elegancia, pero ahora lo único que lucían eran los raspones y las marcas que los años habían dejado en ellos. Tres lámparas de araña amarillas colgaban del techo a la misma distancia la una de la otra. Su débil luz le daba un toque rústico al lugar y hacía que cualquier rasgo, hermoso o terrible, se viera suavizado o mucho mejor que en la realidad. En las paredes, tapizándolo todo, había una colección de pinturas, que abarcaba desde los curiosos trazos del Renacimiento hasta la época del Barroco. Solamente había unos pocos pedazos en los que no había cuadro alguno y era en esos espacios donde colgaban los tres televisores que estaban transmitiendo los más nuevos videos musicales.
Él estaba sentado en la barra de la cantina. Tenía en la mano derecha un vaso de vodka repleto de hielos y le daba vueltas a un cigarro entre los dedos de la mano izquierda.
Tarareaba el himno a la alegría en voz muy, muy baja.
Levantó la mirada y vio su reflejo en los espejos de la vitrina donde estaban las botellas de alcohol, detrás de la barra. Su cabello castaño oscuro ya estaba suficientemente largo, le llegaba casi a los hombros; y sus ojos oscuros tenían unas terribles ojeras producto de los viajes mal planeados. Suspiró dejando escapar una fumarola de tabaco.
Jav, el cantinero, resopló cuando una canción de mal gusto comenzó a sonar en la televisión. Tomó el pequeño control remoto y cambió los canales por unos cuantos segundos hasta que finalmente se detuvo en el noticiero.
—Ha sido un encuentro brutal, según nos informa el equipo de seguridad —decía la voz ronca de un reportero—. El Reformatorio B, ubicado en el extremo sur de la ciudad, contiene a varias de las criminales más peligrosas que se conocen, pero, al mismo tiempo, contiene a las que las autoridades creen que pueden ser reintegradas en la sociedad.
Él tomó un trago más de su bebida e inmediatamente después aspiró su cigarro. Retuvo el humo en su boca por un momento para después dejarlo escapar por la nariz.
—¿Cuánto hace de eso? —preguntó al cantinero.
El hombrecito detrás de la barra respondió mientras limpiaba con total concentración una copa con un pañuelo.
—Hace casi una semana.
—En nuestros informes —continuó el reportero— solo tenemos a dos involucradas en el incidente. Por lo que los testigos han podido decirnos, fue una provocación para iniciar un motín.
Él miraba la televisión con aquellos ojos serios y fríos que lo definían. La capucha de su chamarra gris le cubría de la mirada de los curiosos. Frunció los labios. En la televisión pasaban imágenes del Reformatorio y sus alrededores como en una secuencia interminable.
—La primera involucrada, Yui Salazar, ha sido llevada al Reclusorio Oriente ya que su comportamiento no ha mostrado ninguna mejoría y, además, llevaba tan solo una semana en el Reformatorio cuando ocurrió el incidente.
Él suspiró exasperado.
—La segunda involucrada, quizá no sorprenda a nadie, es la conocida asesina Joan Forley. Según nuestras fuentes, ella fue provocada por Salazar para iniciar una riña. El recuento de los daños señala que Salazar casi perdió su labio superior a causa de Forley, mientras que la asesina perdió una pequeña pero notoria parte de su oreja izquierda, la cual fue ingerida por la otra criminal, Salazar.
»Además de esto, hay también daños menores como moretones, raspones y cortes en los cuerpos de ambas delincuentes...
Casi se atragantó con su bebida. ¿Joan Forley? Jamás, en todos esos años, imaginó que sería así como la encontraría; en un Reformatorio y siendo una conocida asesina. Debía haber un error. No podía ser ella. Frunció el ceño y puso toda su atención en el noticiero.
Una foto de Yui Salazar apareció en pantalla mientras los reporteros parloteaban sobre cómo aquella información se había mantenido en silencio. En la fotografía, Yui miraba al frente con ojos perdidos, sostenía la placa con su número de reclusa y torcía la boca. En la foto que le siguió apareció en el Reformatorio, sentada y mirando a las demás criminales. Tenía un aspecto totalmente enfermizo, casi fantasmal.
Después apareció la foto de Joan Forley con su placa de reclusa. Miraba al frente con ojos completamente retadores, fruncía ligeramente los labios y su mentón estaba mínimamente alzado. Luego apareció una en la que la asesina estaba en el Reformatorio, tenía los brazos cruzados y observaba con gesto curioso a sus compañeras.
Editado: 23.12.2019