La noche había caído unas horas atrás y había dejado que las lámparas tomaran protagonismo y las luces titilantes de la ciudad lucieran como estrellas terrenales.
El reloj dio las once y treinta.
Solo Luis se había quedado dormido, aunque se había fijado la meta de permanecer despierto para terminar de ver la película del Titanic que estaban transmitiendo por televisión. Estaba despatarrado en el sofá individual de la sala de Alex y roncaba ligeramente.
Joan se había quitado los lentes de contacto color azul ya que no sabía si le harían daño o no, ni siquiera Luis lo sabía.
Después del breve intercambio de palabras entre Derek y Joan, y después de que Alex y Luis le juraran a él que ella no le haría daño a menos que le diera una razón para hacerlo, la asesina se había empeñado en alejarse de él, ya que el chico la miraba con curiosidad y de vez en cuando comenzaba a preguntarle cosas sobre su vida. En tan solo tres horas, Derek pasó del miedo a la fascinación, lo cual la tenía a ella muy irritada.
Mientras Alex trataba con ganas que los sillones triples sirvieran como camas individuales para él y para Derek, Joan leía uno de los libros que encontró en la habitación de Alex.
—¿Crees en la magia? —le preguntó.
Joan leía Harry Potter y la piedra filosofal. Había escuchado algunas cosas del famoso niño mago en el Reformatorio, pero jamás había podido enterarse por completo de la historia, ya que jamás había recursos suficientes para llevar libros decentes a la biblioteca.
—Es interesante —le respondió él con un esfuerzo notorio en la voz, resultado de estar cargando un sillón para dejarlo al otro lado de la sala.
Joan frunció el ceño y, mordiéndose una uña, continuó leyendo.
—¿Dónde aprendiste a leer? —le preguntó Derek asomándose desde la barra de la cocina.
—En la calle —gruñó ella.
Detestaba que la interrumpieran al leer.
—¿No en tu casa? —insistió él.
—Salí de casa cuando tenía cinco.
—¿De verdad? Es impresionante, creí que...
—Disculpa, niño bonito —lo interrumpió ella mientras se señalaba a sí misma con el dedo índice derecho—. Una chica que puede noquearte en dos segundos intenta leer. Si yo fuera tú, cerraría el pico.
Alex rio meneando la cabeza, esa era su Joan.
—Claro, lo siento —se disculpó Derek, cada vez más fascinado por la adorable y a la vez temible actitud de Joan.
Ella era como dos personas al mismo tiempo, aquella que era lo suficientemente sensible como para vivir dentro de un libro y aquella que era suficientemente ruda como para mirar a los ojos y planear en su mente cinco formas de dejar inconsciente a alguien.
. . .
Cuando Alex logró que su sillón funcionara como una cómoda cama, al igual que había hecho con el de Derek, se puso las manos en la cintura y suspiró, satisfecho.
—Bien, hora de dormir —dijo, dejando en evidencia cuánto quería descansar.
Joan estaba aún enfrascada por completo en la lectura. Se había cambiado de lugar más de quince veces y había adoptado diferentes posiciones para leer. Ahora estaba sentada en el piso, hecha un ovillo debajo de una lámpara a un lado de la puerta principal.
—Joan, es hora de dormir —le insistió Alex.
Ella levantó la mirada y sonrió débilmente. Él no la llamaba Joan a menos que fuera importante o que la estuviera regañando.
Era como en los viejos tiempos, cuando Alex tenía que insistir más de cinco veces hasta que ella accedía a dejar de mirar las estrellas o a las personas que aún deambulaban por la ciudad de noche, y cerraba los ojos abandonándose al sueño. Se levantó estirando sus extremidades poco a poco, estaba entumida.
Derek se había quedado dormido mientras esperaba una oportunidad para hablar con ella, sin embargo, mientras él más se acercaba a la asesina, ella más enterraba la nariz en el libro.
Pasó de largo el sofá donde estaba Derek y, cuando pasó al lado de Luis, le despeinó los cabellos. Estaba por sentarse en el sofá que estaba junto a la ventana y que tenía varias mantas y un par de almohadas, cuando Alex la tomó de la mano y la atrajo hacia él.
—¿A dónde vas? —le preguntó él, muy sonriente para ser Alex.
—A... ¿dormir? —Ella levantó una ceja intentando sutilmente quitar su mano de la de Alex.
—Sí, eso lo sé. Tú no duermes aquí, tú duermes allá —le dijo señalando la habitación principal en donde Joan había despertado esa misma mañana.
—Pero esa es tu habitación —replicó ella.
—¿Después de lo que me dijiste hace un rato, crees que voy a dejarte dormir aquí con estos dos haciéndote sentir incómoda? —Se cruzó él de brazos.
—Bueno, Luis no cuenta, él es mi mejor amigo. Con él estoy más que cómoda.
—Sí, pero el niño bonito te ve como si fueras una pintura que debe contemplar por toda la noche, no me arriesgaré a eso.
—Ajá. ¿Tú no te arriesgarás? Creí que hacías esto por mí —lo atajó ella.
—Solo ve a dormir —le espetó él.
—Odio cuando eres así —reclamó ella cruzándose de brazos.
—¿Así como?
Editado: 23.12.2019