Las horas pasaron rápido en el Jolly rogers, con el viento a favor, y el mar tranquilo. ¡Todo lo Contrario a como se hallaba la tripulación!. A penas se dieron cuenta de que el mar se hacia mas profundo, el cielo mas oscuro, y el aire mas frió, todos adivinaron hacia donde iban, y no paso mucho antes de que reventaran en motín. El señor Smee trataba de calmarlos, hablándoles aparte, y recordandoles que el capitán sabia por que hacia las cosas, pero todo era en vano, el saber que se dirigían a los dominios de la reina de las nieves era para ellos un autentico presagio de muerte, y ninguno estaba dispuesto a jugarse la vida así. A escasos cuarenta y cinco minutos de llegar, la expectación entre los bucaneros llego a su limite, y simplemente se dirigieron a donde su capitán, diciendo que les daba igual caer ante el acero de su espada o de su garfio, mientras no fuera ante el poder de la reina.
Sin embargo no llegaron muy lejos, pues apenas se reunieron en la cubierta, se encontraron con que James los esperaba, con los cañones cargados y listos para enviarlos al cementerio, y a la vez, un bote salvavidas con provisiones, y el pago equitativo para cada uno en los doblones que poco antes James había logrado quitarle a Diego.
-"¿El bote o los cañones?"- pregunto el capitán con firmeza en su voz, mientras sostenía una antorcha en su mano, lista para encender las mechas entrelazadas que harían que los cuarenta cañones se disparan en simultaneo. Ante aquello, todos prefirieron valorar sus vidas, y saltaron al bote, cortando las cuerdas para que este cayera mas rápido al mar, y a penas tocaron el agua, comenzaron a remar lejos de ahí como si no hubiese un mañana.
-"¡sabia decisión!"- Dijo James al verlos, para luego dejar caer la antorcha sobre las mechas, y revelar un pequeño detalle que su ex tripulación desconocía, que los cañones, en realidad, no estaban cargados, solo tenían las mechas, pero no la pólvora, ni las balas.
-"¡Solo los engañaste!"- rió Lisbeth al ver lo ocurrido, tras lo cual James le dijo con amabilidad: "¿que ganaba con matarlos?". Solo el señor Smee se quedo a bordo, y junto a los invitados de su capitán se puso a re acomodar los cañones en sus respectivos puestos. a los pocos instantes volvió Peter al barco trayendo un gran saco hecho con hojas otoñales, y un pequeño collar con un dije cristal en el cuello.
-"¡Veo que trajiste todo!"- Exclamo con alegría James al ver al muchacho.
-"si, en el saco esta el polvillo dorado"- indico Peter- "y en este collar el plovillo azul"- dijo mientras se quitaba la prenda del cuello, y le mostraba el dije a James.
-"Dorado para volar, azul para multiplicarlo y fortalecerlo"- dijo James mientras observaba la carga. Al poco tiempo llego Hippo montando su magnifico dragón negro, Chimuelo, el cual aterrizo a bordo con delicadeza suma, y antes de que le pudieran decir nada, llego Jack, que ciertamente era el mas esperado de los cuatro que se habían ausentado.
-"¿Que noticias compañero Frost?"- pregunto con cordialidad James.
-"¡Esta dispuesta a recibirnos!"- respondió Jack- "Pero..." -si en estos casos siempre hay un pero- "dijo que lo de las cartas de navegación colo lo negociara contigo James"-
-"¿como?"- pregunto el capitán a penas escucho las declaraciones de Jack.
-"y eso solo después de ver a Lisbeth"- dijo Jack -"¡y ya sabes que con ella no se discute!"- agrego con un tono divertido en su voz
- "¿Y para que rayos quiere verla?"- pregunto entonces James al borde del desconcierto.
-"¡no se!"- dijo Jack encogiéndose de hombros- "¡supongo que por que a ella le gustan los niños!, como recordaras... "-
-"Esta en su derecho de poner condiciones"- menciono Diego mientras observaba burlona mente a James, en evidente reproche por lo que había sucedido poco antes con los doblones, a lo cual James solo bramo, y volvió a su puesto en el timón.
Al poco tiempo llegaron al puerto, donde los esperaba un amplio carruaje elegantemente decorado, y con un emblema de un copo de nieve en la puerta, el logo de la reina, por lo que era evidente quien lo envió. Tan pronto como desembarcaron, subieron al carruaje y en pocos minutos ya estaban en el palacio real, una autentica joya arquitectónica. Apenas bajaron de ahí, se encontraron con una mujer hermosa, de piel muy blanca, con cabellos de un rubio claro, casi blanco, muy espesos, finamente trenzados, y reposando sobre el hombro de su propietaria, que estaba vestida con un elegante vestido de color azul hielo en combinación con sus ojos, entallado a su escultural figura, con una larga capa, y una abertura en su falda que exponía parte de su pierna derecha, confiriéndole un aspecto vampiresco, pero solo por la sensualidad y realeza que irradiaba su ser en conjunto. ¡Era muy difícil quitarle los ojos de en cima a esa diosa!