Jove Hudson: El sentido de la vida

Capítulo IX

—Detrás de la vidriera —indicó el doctor Locke.

—Necesito estar con él —suplicó el señor Hudson.

—No puede, no ahora.

Y continuó con un discurso específico del diagnóstico de Milo, que en ese momento no era para nada bueno.

El señor Hudson lo escuchó atentamente. Lo escuchaba pero no articulaba de seguro ningún sonido con significado coherente. Quizá en aquél momento la voz del doctor Locke solo servía para mantenerlo atado a una mínima porción de realidad. Lo escuchaba, pero se dejaba ir en la imagen de su hijo tendido del otro lado del cristal en una cama, conectado a un sinfín de aparatos que lo ayudaban a mantenerse en carrera. Lo escuchaba pero pensaba tal vez en cómo sería la vida dentro de poco, sin nada que ver del otro lado del cristal; la vida seguramente le significaría eso, quedar ciego, perdido, desamparado, inconcluso. Porque así es como se siente cuando de repente la cama está vacía y no hay más que mirar, cuando el cáncer termina de consumir un alma pura. Porque de verdad ya no hay más que ver y no quieres que haya más.

 

 

 

 

IX

La noche del sábado, antes de terminar mi última ronda, el señor Hudson todavía estaba al lado de Milo. El niño aún no había cobrado consciencia hasta entonces y llevaba una semana abstraído en otro mundo. Lo cierto es que nadie sabía cuánto tiempo le quedaba realmente al pequeño, así que había una gran excepción con su padre, para que pudiera permanecer durante el día a su lado. Y también es cierto que él aprovechaba cada segundo hasta las veintitrés.

—Señor —interrumpí. Volteó a verme mientras cerraba el libro que le leía a Milo—. Debe marcharse, ya es hora.

—Lo sé. Solo déjeme que termine de contarle el cuento a Milo. Es su favorito.

—¿Y por qué no dejamos a Milo con la intriga y se lo termina mañana?

—Porque puede que mañana tenga que leérselo en un ataúd.

Y sus palabras fueron suficientes para espantarme y toparme con la más cruel realidad.

Era cierto, pues todos estábamos esperando que sucediera lo peor. Sobre todo después de los últimos exámenes que le habían hecho a su hijo.

—Señor Hudson…

—Jove —me corrigió.

—Jove —repetí—, ¿le puedo invitar un trago? Siento que… Bueno, lo necesita. Usted ya no puede permanecer aquí y yo tengo que volver a casa. Sin embargo, antes, quisiera charlar con usted.

—¿Es sobre mi hijo? ¿Hay todavía más cosas que tenga que saber?

—No, no tiene nada que ver con Milo. Pero… ¿le gustaría?

—Yo… —su voz tembló por unos segundos.

Dudaba y lo entendía. Muchas veces ese tipo de situaciones obligan a creer que no hay derecho para tanto, que una copa es un pecado. Pero ni él ni yo podíamos seguir haciendo cosas por Milo, al menos no en ese momento.

—Okey

Llevé al Señor Hudson en el coche hasta un bar que solía frecuentar con Mathew. Apenas comenzaba a sentirse la noche agitándose, era relativamente temprano y algunos planes se hacían esperar hasta más tarde.

—¿Qué bebe?

—Lo que sea. El cianuro me vendría bien.

—¿Cianuro? Bien, entonces lo acompaño —reí, dos cianuros bien helados, por favor —bromeé con el barman—. Lo de siempre, Carl —sonreí y me volví hacia el Señor Hudson—. ¿Sabe una cosa? Admiro la fuerza que están teniendo usted y su hijo. Yo he pasado por algo similar y… —tragué antes de que se me cortara la voz, no quería quebrarme—. Bueno no ha sido sencillo.

—No lo es. Pero es diferente. Usted… No es que… Bueno, usted es mujer. Es más… —dudó antes de decir lo que parecía un “débil”— sensible —concluyó.

—Sensible —respondí asintiendo con la cabeza—. Puede que sí. En ese sentido Mat ha sido el que me ha arrastrado. No sé a dónde hubiera ido a parar si él desaparecía.

—Ustedes tuvieron…

—Mat y yo tuvimos un niño. Evan.

—¿Murió?

—Sí.

—Por eso…

—Veo a Evan en Camilo. Su hijo es una prueba más que me pone la vida y quiero ayudarlo, quería hacer algo, por muy mínimo que fuera y…

—Lo está haciendo. Quizá no pueda salvarlo, porque su muerte ya es un hecho, pero mi hijo está de nuevo en ese hospital por su causa. Dijo que quizá fuera lo último que pudiera hacer por él y eso me ayudó a ver que no era poco y que él merecía un último esfuerzo, por mucho que doliera. Está doliendo y no sabe cuánto, pero sé que dolería más si hubiera decidido quedarme con los brazos cruzados, viéndolo en su habitación retorcerse de dolor.

—¿Cómo hace con su trabajo? Lo veo todos los días en el hospital, todo el día.



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En el texto hay: enfermedad, amor, cancerinfantil

Editado: 09.06.2019

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