Jove Hudson: El sentido de la vida

Capítulo XI

Mathew estaba prendido a la ventana cuando llegué. La casa estaba oscura, mucho más de lo que la naturalidad de la noche permitía. Aun así, podía ver el contorno de su silueta.

Me acerqué a él y antes de decir siquiera hola, me detuve a observar la silueta de su rostro perdido en la penumbra. Sus ojos inmersos en una marea de pensamientos y recuerdos: 12 de septiembre.

Entre sus dedos sostenía lo que deduje era la primera fotografía de Evan. Su cabeza se inclinó hacia el suelo antes de soltar un sollozo reprimido y supe que se le había acabado la fortaleza, que en aquella ocasión y después de dos años intentando ser el responsable de sobrevivir por ambos, Mat necesitaba liberarse. Me interpuse entre el cristal y su cuerpo, sentada sobre mis talones para estar a la altura de sus ojos, tomé su rostro entre mis manos y besé su frente.

Puede que lo único que nos mantuviera unidos fuera el recuerdo de nuestro pequeño, puede que estuviéramos tan heridos que lo único capaz de sentir fuera dolor. Ya no había espacio para el amor.

—¿Todo está bien? —Pregunté en un susurro.

—Evan… —Respondió con un hilo de voz y deslizó la fotografía hasta mis manos que en ese momento conseguían desprenderse de sus mejillas—. Tú… ¿Tú estás bien? —Preguntó finalmente.

—Mmm…

Esa noche debí haberme dado cuenta de que lo nuestro definitivamente se estaba yendo al tacho. De que habían sido muchas las veces en las que había rondado por escenarios oscuros considerando que lo nuestro había sido un error, de que había planes mucho mejores que estar juntos, de que Evan había pagado por nuestras malas decisiones. Sin embargo, me permití apostar una vez más a las ilusiones que nos habían reunido, más allá de la medicina.

Es un poco irónico que ni él ni yo hayamos podido hacer nada por nuestro hijo. Mat entonces llevaba dos años trabajando en la clínica de su padre con pacientes del tipo de Evan y su padre, está de más decirlo, tenía mucho más que renombre. Nadie pudo hacer nada porque era demasiado tarde. Y aun cuando la muerte ya era un hecho seguro yo intentaba convencer al mundo entero de que Evan merecía una oportunidad, merecía un último intento. Pero nadie es capaz de escuchar a una voz ingenua que cree en milagros, nadie fue capaz siquiera de pensar que eso dejaría mi conciencia tranquila, porque sí, la medicina no tenía la capacidad de salvar la vida de mi hijo, y eso lo sabía demasiado bien aunque fuera una simple estudiante, pero a veces los deseos y la esperanza son suficientes como para invitar a un corazón a resistir un día más.

No tengo el descaro como para culpar a todos aquellos que insistieron en que someter a un niño de tres años a un tratamiento que no estaba cien por ciento comprobado era inducirle una tortura. Y a veces me considero un monstruo por haber querido someter a mi pequeño Evan a un experimento. Pero si de todas formas la muerte era un hecho, no habríamos perdido mucho más al intentarlo. En fin… Hay cosas que realmente no se pueden evitar.

Esa noche, la noche de la muerte de Evan, no pude evitar odiar a Mat. Mat se había negado a la única posibilidad de salvar a su hijo y cuando observé a su padre posar una mano sobre su hombro como pidiéndole resignación, no hicieron falta palabra, si las hubiera habido tampoco habrían servido de nada. Pero luego comprendí la vida tampoco era justa para con él.

 

Durante la mañana Mathew y yo visitamos a Evan en el cementerio. Se permitió soltar un par de lágrimas que lo atraparon desprevenido, pero se repuso en seguida. Los 12 de septiembre suelen ser duros, mucho más que cualquier día normal. Es como si de repente volviéramos a esos pequeños instantes donde supimos que la vida de nuestro hijo había concluido. Tres segundos para ser exactos, tres segundos que cambian la vida de cualquiera. La nuestra había cambiado demasiado.

 

En el hospital, sin embargo, había buenas noticias. La habitación 212 tenía un nuevo interno y me alegró muchísimo saber que el pequeño Camilo Hudson era quien ocupaba la última cama vacía.

—¡Buenos días! —sonreí—. ¡Qué milagro, señor Hudson! —dije haciendo alusión al niño—. ¿Cómo está usted?

El niño sonrió. Todavía estaba débil, pero el 12 de septiembre, dos años después de la muerte de Evan, Milo volvía a la vida.



#26883 en Otros

En el texto hay: enfermedad, amor, cancerinfantil

Editado: 09.06.2019

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