Juego Cruzado: Directo al Corazón

Prefacio

Londres, Inglaterra

Ethan Blake

El mundo a mi alrededor parece detenerse, como si el tiempo se burlara de mí al prolongar este momento insoportable. Estoy de rodillas frente a la puerta de mi casa con mis manos temblorosas agarrando las piernas de Victoria, como si así pudiera impedir lo inevitable.

—Por favor, Vicky. Por favor, no hagas esto. —Mi voz se quiebra, no me importa cómo suene, no me importa nada más que lo que está sucediendo frente a mis ojos.

Ella me mira con esos ojos fríos y tan diferentes de los que una vez conocí. Su boca es una línea dura mientras sus brazos están cruzados sobre su pecho como una barrera inquebrantable.

—Ya he tomado mi decisión, Ethan. Oliver es mi hijo y me lo llevo. Esto nunca fue tu responsabilidad, y no deberías haberte involucrado tanto. Cometí un error al dejarlo contigo.

—¿Nunca fue mi responsabilidad? ¡Es mi hijo, Vicky! ¡Mi hijo! —Mi voz se eleva y quiebra debido al desespero. Cada palabra es un grito de dolor que no logro contener.

Detrás de ella, un hombre que parece un oficial de la corte espera con impaciencia, como si esto fuera solo otro trámite más en su día. Pero para mí, esto es el fin de todo.

—Papá. —La voz pequeña, frágil, rompe el aire como un cristal hecho añicos. Es la primera vez que me llama así y con tanta claridad.

Miro hacia Oliver, mi pequeño, mi hijo, con sus ojos llenos de lágrimas, extendiendo sus brazos hacia mí desde el asiento del coche que Vicky abrió hace apenas unos segundos. Su rostro está rojo, manchado de llanto, y su cuerpecito tiembla mientras lucha contra el cinturón de seguridad que lo mantiene atrapado.

—Papá, papi. Papá, ¡por favor!

Siento cómo algo dentro de mí se desmorona, una parte de mí que sabía que era fuerte hasta este momento. Me levanto tambaleándome, extendiendo las manos hacia él, pero Vicky me detiene con un gesto, su mirada implacable.

—Es suficiente, Ethan. No me hagas esto más difícil de lo que ya es.

—¿Difícil? —La palabra escapa de mis labios con incredulidad. Me río, pero no hay humor en el sonido, solo desesperación. Las lágrimas corren con libertad por mi rostro ahora, pero no me importa. Nada importa—. Si esto es difícil para ti, ¿qué crees que está haciendo conmigo? ¿Con él? —Señalo a Oliver con mi voz desgarrada por la impotencia.

—Papá… —La voz de Oliver es apenas un susurro, pero cala profundamente en mi pecho. Sus manos todavía están extendidas, y yo solo quiero correr hacia él, tomarlo en mis brazos y decirle que todo estará bien. Mas no puedo.

Victoria se da la vuelta, ignorando mis súplicas, y se sube al coche cerrando la puerta detrás de ella. Las manos de Oliver golpean el cristal mientras solloza, y mis rodillas ceden.

—¡No te lo lleves! —grito.

El coche arranca, y veo cómo se aleja. El rostro de Oliver, presionado contra la ventana trasera, desaparece lentamente de mi vista mientras repite la misma palabra una y otra vez: papá.

El silencio que queda es ensordecedor. Estoy roto.

Me quedo en la acera, viendo cómo mi vida se va, cómo mi hijo se aleja, y todo lo que queda de mí es un vacío que nunca podré llenar. ¿Cómo fue que todo terminó así?




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