Juego De Brujas

CAPÍTULO 02

01 del Mes de Maerythys, Diosa del Agua

Día de Lluvia, Ciclo III

Año del Fénix Dorado 113 del Imperio de Valtheria

CATHANNA

Al llegar al castillo, después de casi una hora de vuelo, nos escabullimos con cuidado hacia el pasillo de las alcobas. Nos despedimos con un gesto rápido y cada uno entró en la suya. Me cambié de ropa y salí de la alcoba. No tenía nada de sueño, por lo que decidí que era buena idea ir a la torre de astronomía, donde podía ver la luna y las estrellas de cerca, ya que estaba hechizada para permitirlo.

Sin embargo, justo cuando iba a bajar las escaleras, unas voces histéricas llamaron mi atención. Venían de la habitación de al lado, que solo se usaba por los mayores del castillo. Siempre estaba protegida por una runa silenciadora, pero al parecer, se les olvidó ponerla esta noche. Aunque no quería ser chismosa, pegué mi oreja.

—Cathanna merece saber toda la verdad de esto, Annelisa. —Escuché la voz enojada de mi abuela, más fuerte que nunca, cerca de la puerta—. Tiene la capacidad mental para entender lo que está por venir a su vida. No puedes mentirle para siempre. ¿No lo entiendes?

—Solo quiero evitar que ella pase por el mismo tormento que pasé yo a su edad —dijo mi madre, con el mismo tono enojado—. Sé que no puedo decidir por Cathanna, lo sé muy bien... pero es mi hija, y quiero lo mejor para su vida. No me importa ocultarle esto para siempre, si con eso evito el dolor que a mí casi me destruye.

—¿No decirle sobre la maldición es lo mejor para su vida, Annelisa? —intervino una tercera voz que no pude reconocer. Era un hombre, eso sí, pero ¿quién? Tenía un intenso olor a acero, que contrastaba con el ligero aroma a flores de mi madre y la de leña recién cortada de mi abuela—. ¿Nunca le dirás que es posible que sueñe con esa mujer en particular, como todas las mujeres nacidas con el apellido Dorealholm? Tienes que decirle la verdad. Y más aún: tienes que sacarla de este imperio. Su vida está en grave peligro.

Sentí un fuerte escalofrío recorrer toda mi espalda. Algo dentro de mi cabeza me gritaba que esa conversación no debía escucharla, pero mis pies no se movían del suelo.

—¿Y a qué lugar debería enviarla? —respondió mi madre, aún más furiosa. Las pocas veces que la había escuchado con ese tono, era cuando yo hacía algo que debía ser reprendido—. Por si lo has olvidado, Valtheria es enemiga de casi todos los imperios del continente. Ninguno aceptaría a una hija de la corona en su tierra, como si nada, director Valkhriar. Debe haber otra cosa que no sea tan arriesgada.

¿Quién es Valkhriar?

—No tienen por qué saber quién es Cathanna.

—¿Infiltrar a mi hija? —Su voz salió incrédula. Luego soltó una risa elegante que llenó el pasillo—. ¿Estás enloquecido? No voy a cometer semejante estupidez. Por si no lo recordáis, Cathanna ya es de un hombre. No puedo meramente llevarla lejos cuando, en unos meses, tendrá que asumir sus responsabilidades como mujer con ese varón.

Contuve la respiración por un momento, con los ojos borrosos. Mi corazón latía con una fuerza sobrehumana, tanto que sentía que podía delatarme en cualquier segundo. Aunque quisiera con todas las fuerzas de mi alma, no podía entender de que estaban hablando.

—No puedes seguir con esto —continuó la voz del hombre, más baja—. Tu hija nació bajo la luna roja, esa que arrastra maldiciones desde antes de que este imperio tuviera nombre. Debes actuar rápido, porque si ellas se encuentran... este imperio se va a la mierda. ¿Eso es lo que quieres? ¿Ver tu hogar reducido a cenizas por las rebeldes? Cathanna ya no es una niña. Deja de tratarla como una. Es hora de verla como lo que es: una mujer... y una amenaza para toda Valtheria.

—¡No me digas cómo criar a mi hija! —gritó mi madre, claramente molesta—. No sabes lo que he tenido que hacer para protegerla. No sabes lo que me costó mantenerla viva. ¡Ninguno sabe nada de Cathanna! Dejen de querer que su vida cambie por completo.

—¿Y de qué te va a servir todo eso cuando las rebeldes la encuentren? —escupió él—. ¡La van a matar después de robar su sangre! Tu protección será en vano, Annelisa, por los dioses.

Mi cuerpo se congeló en un segundo.

¿Matarme?

¿Robar mi sangre?

Pero... ¿Quiénes eran las rebeldes?

Mi madre... ¿Me estaba protegiendo de algo?

¿Y nadie pensó, en ningún momento, contármelo?

—¡No permitiré que la toquen! —vociferó mi madre con una furia que me hizo estremecer—. ¡Juro por los dioses que nadie le pondrá una sola mano encima!

—¿Y qué vas a hacer, Annelisa? —replicó el hombre—. Cuando empiece a ver lo que ninguna otra puede ver. Cuando los sueños se conviertan en visiones, y las visiones en poder. ¿Vas a mentirle también sobre eso? ¿O la vas a encerrar como hicieron contigo, cuando pensaron que tú eras la última descendiente?

—Si eso la mantiene viva... entonces sí. Lo haré.

Llevé la mano al picaporte, lista para entrar, enfrentarlos y exigirles la verdad. Pero mis pies no se movían. Era como si el suelo me hubiese atrapado, como si mi cuerpo supiera algo que mi mente aún no procesaba.




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