026 del Mes de Maerythys, Diosa del Agua
Día la Tierra Quieta, Ciclo III
Año del Fénix Dorado 113 del Imperio de Valtheria
CATHANNA
Esa noche tuve una horrible pesadilla, y me estaba costando demasiado poder despertar. Sentía como si algo me atara a la mujer encerrada tras los barrotes, y aunque esas sombras alargadas se extendían por toda la prisión, no me tocaban. No entendía por qué, si en otras ocasiones sí lo habían hecho en demasía. Pero esta vez no.
El miedo me besaba con intensidad mientras corría con todas mis fuerzas por el pasillo, escuchando una risa tenebrosa que retumbaba en las paredes de piedra, mojadas con un líquido negro mezclado con sangre. No había ninguna salida, provocando que la desesperación que me envolvía se hiciera aún más grande. Me cubrí la nariz, sintiendo el asco subir hasta mi garganta. De pronto, choqué con algo y caí al suelo.
Levanté la cabeza despacio y vi a esa persona caminar con normalidad en dirección contraria, a donde se encontraba la celda de esa mujer. Era el mismo hombre que siempre la visitaba, y el miedo se volvió más intenso, tanto que tuve que cerrar los ojos y soltar un grito desde lo más profundo de mi garganta. Ese grito me devolvió a la realidad.
Me senté en la cama, llevándome una mano al pecho, respirando con dificultad. Mis ojos recorrieron todo el lugar. Respiré con alivio al darme cuenta de que estaba en mi habitación. Tragué con fuerza mientras el sudor cubría mi frente. Aún tenía mucho miedo.
Después de unos minutos intentando calmar por completo mi respiración, me levanté con cuidado. Fui al clóset y saqué un velo que me pasé por los hombros para mitigar el frío de la noche. Abrí la puerta y salí de mi habitación, soltando un suspiro bajo. Necesitaba un vaso de agua cuanto antes, así que la cocina era una buena idea. Pero en el camino me encontré de frente con mi abuelo, quien me recorrió con la mirada durante unos segundos que se sintieron eternos para mí, hasta que por fin levantó los ojos hacia los míos.
Los suyos estaban ligeramente enterrados, y yo me obligué a tragar saliva con fuerza. Le hice una reverencia profunda, tanto que mi cabeza por poco rozó mis rodillas.
—¿Qué hacéis despierta a estas horas de la madrugada, Cathanna? —examinó, caminando hasta quedar frente a mí.
—Yo…—Volví a tragar, fijando mi mirada en él—. Tuve un mal sueño. Deseaba un vaso de agua para poder calmarme, abuelo.
—¿No planeabas escaparte?
Abrí los ojos en grande.
—No, abuelo. —Negué con las manos—. En absoluto. Jamás haría tal cosa.
Él volvió a recorrerme con la mirada, y sentí un escalofrío recorrerme todo el cuerpo, deteniéndome la respiración. Después siguió de largo, y yo me permití volver a respirar con normalidad. Regresé a mi habitación; ya no deseaba agua, solo quería olvidar, aunque fuera por un momento, la mirada de mi abuelo sobre mí. Me metí en la cama, pero cada vez que intentaba dormir, terminaba recordando esa horrible pesadilla.
Solté un suspiro pesado y me levanté para sentarme en el escritorio de madera junto a la cama. Encendí la lámpara, la cual iluminó el cuaderno que tenía encima, junto a unas plumas. Tomé una y comencé a dibujar, sin tener claro qué quería hacer, pero por alguna extraña razón terminé trazando el rostro de esa mujer. No exactamente como en el sueño, pero lo suficiente para reconocerla.
Me quedé observando el dibujo durante varios segundos, sintiendo el terror volver a meterse en mi cuerpo. Negué con la cabeza y arrugué la hoja, dejándola a un lado de la lámpara. Sin embargo, cada vez que intentaba dibujar otra cosa, terminaba haciendo su maldito rostro de la misma forma que la primera vez. Me pasé ambas manos por el cabello, llena de frustración. En ese momento, mi mano izquierda comenzó a arder. El dolor fue tan intenso que solté la pluma y la agité desesperada, esperando que desapareciera, pero no lo hacía.
Después de unos minutos, el ardor finalmente comenzó a ceder. No era la primera vez que me pasaba. Desde hacía unos meses, mi mano dolía de esa manera. No sabía de qué se trataba y, aunque había preguntado, nadie me daba una respuesta que resolviera mi duda. Solo decían que era tensión acumulada. No les creía nada, por supuesto.
Cuando pensé que el dolor había desaparecido por completo, sentí el brazo contraerse con una fuerza impresionante, como si una cuerda invisible naciera entre mi hombro y mis cinco dedos, tirando cada uno hacia un lado distinto. Hice una mueca de dolor y me levanté de la silla metálica, solo para quitarme el velo de los hombros. Vi la zona ligeramente enrojecida y fruncí el ceño, hasta que por fin el maldito dolor se desvaneció, dejándome una sensación de vacío en el cuerpo.
Me senté en el borde de la cama, aun mirando mi brazo. Bajé la mirada hasta mi mano y vi que en la palma había una pequeña ampolla. No debería haber dolido algo tan minúsculo como eso… pero, por los cielos de Valtheria, dolió en demasía. Y ardía como si dentro tuviera algo vivo. Abrí los ojos, sintiendo un temblor recorrerme la espalda.
Pasé los dedos por encima, apenas rozando la ampolla. La textura me resultó extraña: no era suave, mucho menos rugosa, sino… húmeda. Bastante húmeda. Retiré la mano de golpe, y juraría que la maldita ampolla se movió hacia un lado. Solo un poco. Lo suficiente para que el aire de la habitación se volviera más frío. Me pasé una mano por la frente, sin despegar la mirada de mi palma, hasta que desapareció.
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Editado: 25.11.2025