Juego De Brujas

CAPÍTULO 06

⚠️ Advertencia de contenido
Este capítulo contiene descripciones de abuso sexual y sus consecuencias emocionales. La lectura puede resultar perturbadora o desencadenante para algunas personas. Se recomienda discreción y cuidado personal.

030 del Mes de Maerythys, Diosa del Agua

Día del Corazón Roto, Ciclo III

Año del Fénix Dorado 113 del Imperio de Valtheria

CATHANNA

Mi madre me mataría si llegara a descubrir dónde me encontraba ahora. Había logrado fugarme del castillo luego de la hora de dormir. Fue complicado y, por un breve instante, Celeste casi me descubre, pero al parecer poseía tantas cosas en la cabeza que me ignoró. Solo esperaba llegar cuanto antes y poder dormir… o fingirlo.

—Vendrás conmigo al paraíso esta noche, Cathanna —declaró Katrione, sonriendo en grande, como si lo que hubiera dicho fuera la mejor idea del mundo—. Por fin lo conocerás después de tanto tiempo.

Fruncí el ceño y entreabrí los labios. No era cualquier lugar; lo llamaban el paraíso en la tierra, en el que el lujo y el placer se entrelazaban en un espectáculo cautivador, y donde solo entraban los más poderosos de todo el imperio: ministros corruptos, cazadores con complejo de dioses y guardias que se creían intocables. La escoria con más dinero, básicamente. Un negocio sucio, pero bastante lucrativo.

Katrione trabajaba ahí desde los quince años para ayudar a su madre enferma con los gastos del pequeño hogar que arrendaban. No podía atreverme a juzgarla por sus decisiones; las monedas que ganaba siendo una mujer de esas era absurdamente bueno. Pero tampoco me gustaba saber que mi mejor amiga era una prostituta.

—¿Estás jugando conmigo, Katrione? —hablé, soltando una risa incrédula—. ¿Recuerdas que soy la hija de un hombre reconocido por el imperio? Poner un pie ahí, en medio de toda esa gente repulsiva, es una chifladura. Sería mi sentencia de decapitación públicamente.

—No seas exagerada, Hanna. —Rodó los ojos, sin dejar de sonreír de esa manera tan hermosa. ¿Cómo era posible que un humano sufriendo, sonriera como si nada le pasara?—. No todas las personas que van ahí son tan horribles como parecen. Te lo aseguro. Créeme.

—Si alguien va a esos lugares, tan bueno no puede ser. —Me crucé de brazos, evitando su mirada—. Me parece muy ordinario.

—¿Recuerdas que trabajo ahí? —Curvó una ceja.

Suspiré pesadamente, relajando mis brazos. No me gustaba recordar que Katrione debía permitir que varios hombres asquerosos tocaran su cuerpo solo para poder sobrevivir como cualquier otra persona. No sentía repulsión por ella, pero sí por todos esos: hombres con esposas, con hijas, aquellos que la sociedad respetaba, pero que en la oscuridad buscaban lugares como ese para tomar a mujeres que, en muchas ocasiones, como Katrione, ni siquiera querían estar ahí.

Lo sabía porque ella misma me lo había dicho en incontables momentos: detestaba la forma en que la tocaban, cómo su piel se estremecía de repulsión, cómo terminaba llorando después de salir de cada habitación. Verla de esa forma solo me estremecía completa.

Le había implorado que lo dejara, que yo le pediría a mi padre que le consiguiera otro trabajo, uno más decente, pero nunca aceptaba. No sabía si era por miedo a lo que podría pasarle si lo hacía, o porque la cantidad de monedas que recibía era difícil de rechazar.

—No te estoy juzgando a ti, Katrione —dije con sinceridad, apoyando mis manos en sus hombros, intentando sonreír—. Sé que tienes necesidades. Los juzgo a ellos por lo que hacen.

—Tengo que aprovechar mi belleza mientras pueda. —Sus hombros se encogieron—. El tiempo no perdona jamás, Cathanna. En unos años solo será un horrible recuerdo que desearé sacar de mi mente. Mientras tanto, me toca vivir de esta manera. —Torció los labios en una mueca llena de tristeza.

En algo tenía muchísima razón: su belleza era hipnotizante, difícil de arrancar de la mente. Su cabellera larga y ondulada, me recordaba al dorado del trigo bajo la luz del sol. Y sus ojos, de un azul marino, solían observarme con una intensidad peculiar; no era algo desagradable, pero me resultaba extraña. Mi mejor amiga era hermosa.

—Podrías encontrar un marido, Katrione —propuse, acercándome más a ella—. Hay muchas opciones en las que puedes aprovechar tu belleza. No solo vendiéndote. Lo digo en serio.

—No me interesa tener un esposo. No sirvo para estar detrás del trasero de un hombre todo el tiempo. Además, ¿quién aceptaría a una mujer como yo como esposa? —Soltó una risa breve, carente de humor—. Nadie, definitivamente. Ya estoy usada, como dicen todos.

Sus palabras no fueron sorpresa para mí, pero, aun así, seguían dejando un mal sabor en mi garganta. Sabía que, en esta sociedad, una mujer como ella, marcada por tantos prejuicios, jamás sería vista como alguien digna de ser convertida en una esposa. Y, sin embargo, eso no significaba que no lo mereciera tanto como otras. Katrione era una persona muy buena, solidaria y empática, y con eso debía bastar.

—Pero Katrione...

—Olvida eso, Hanna. —Puso un dedo en mi boca, silenciándome—. Mejor acompáñame. Por favor.

Volví a suspirar, sin decir nada más. Ella sonrió y comenzó a escarbar en su closet hasta que sacó un vestido que dejaba mucho a la vista. Ni en mis peores sueños me pondría algo como eso. No combinaba con mi estilo, ni con mi dignidad, ni con nada que gritara Cathanna.




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