Juego De Brujas

CAPÍTULO 013

055 del Mes de Kaostrys, Dios de la Tierra

Día del Olvido, Ciclo III

Año del Fénix Dorado 113 del Imperio de Valtheria

CATHANNA

Miré el reloj en la pared de mi habitación: eran apenas la siete de la noche. La luna ya estaba brillando con intensidad en el cielo mientras que yo solo podía ver el reloj, recordando la ceremonia donde me presentaron ante el sagrado Siems del imperio como un objeto de mi padre hasta que pasara a manos de mi esposo. Tenía siete años cuando eso sucedió. Fue en el templo de Vhaul, donde se realizaban desde hacía más de quinientos años.

Recordaba muy bien mi felicidad en ese momento, porque me habían dicho que era algo importante en la vida de cada mujer en el imperio y que ninguna podía vivir sin realizarla. Sin embargo, ahora me aterraba demasiado pasar de las manos de mi padre, a las manos de un desconocido que posiblemente me trataría de la misma manera o incluso muchísimo peor.

No ambicionaba recibir golpes, humillaciones, mucho menos órdenes de cualquiera que no fuera de mi familia, aunque sabía que no estaba bien que permitiera eso solo porque alguien venía de mí misma línea de sangre. Pero ¿qué otra cosa podía hacer para cambiarlo?

Todo se salía de mis manos.

—Todo estará bien, Cathanna. —Salí de la habitación con pasos lentos, sintiendo el sonido de mis tacones acariciar el suelo de mármol—. Deja los nervios de lado. No te están persiguiendo. No hay animales salvajes detrás de ti. Solo es una fiesta de compromiso. Siempre quisiste esto. ¿Por qué estás tan nerviosa ahora?

Después de varios minutos de una caminata demasiado lenta, llegué al lugar: un salón grande, con candelabros de cristal en el techo y mesas llenas de comida en el fondo, que desprendían un olor delicioso. Puse mi mano en la baranda de la escalera, enmudeciendo de inmediato el murmullo. Mis ojos recorrieron las miradas que me analizaban detenidamente: la de mi madre, quien estaba con una sonrisa grande; la de mi padre, que me observaba como si quisiera que no cometiera ningún error; la de mis primas junto a sus maridos; la de mis tíos; y la de mi desgraciado abuelo, al que le tenía un odio tan profundo que solo anhelaba verlo muerto cuanto antes.

Sin embargo, mis ojos se detuvieron en una persona en especial: un hombre que destacaba entre todos. Se notaba mucho mayor que yo, de porte elegante y una mirada intimidante. Por los dioses, ¿era él Orpheus? Me sentí demasiado paralizada, con voces en mi cabeza que me gritaban que me diera la vuelta y corriera a mi habitación.

En lugar de eso, me obligué a descender con cuidado, asegurándome de no tropezar con mi largo vestido de un rojo tan intenso como mis labios. Abrí un poco la boca, dejando que el aire entrar en mí. Al llegar al final, mi padre se adelantó con una sonrisa radiante y me envolvió en un fuerte abrazo, carente del amor de un padre a su hija. Y yo, simplemente, deseé empujarlo fuerte lejos de mí.

—Estás exquisita, hija mía —dijo con un entusiasmo tan desbordante que parecía iluminar toda la sala—. Estoy seguro de que Orpheus quedará encantado contigo y, sobre todo: con esa belleza que posees, mi niña. No puedo creer que esto realmente esté sucediendo.

Me recorrió con la mirada, y yo me removí incómoda. Llevaba un vestido suelto que dejaba mis hombros al descubierto y realzaba mis pechos de una forma que me hacía sentir vulnerable. Era como si lo hubieran escogido a propósito para exhibirme, para convertirme en un objeto de deseo frente a todos los invitados que no apartaban sus miradas de mi cuerpo. No puse ninguna queja, pero eso no significaba que estuviera conforme.

El maquillaje tampoco me ayudaba mucho: sombras oscuras en los párpados y un delineado fino que se alzaba hacia los extremos, haciendo que mis ojos se vieran más afilados de lo normal. Mi piel estaba cubierta por una base impecable, ocultando cada punto negro que ellos consideraban una imperfección, y sobre mis mejillas permanecía un suave rubor anaranjado. Cuando analicé lo que habían hecho conmigo, no logré reconocerme. Esa mujer frente al espejo no era yo. No es que me viera mal, solo que… parecía alguien más.

—Es un gusto verte, padre, después de tantos días fuera de casa —susurré, con una sonrisa forzada, antes de dejarle dos besos en las mejillas a modo de saludo—. Y estoy emocionada por conocerlo también. No sabes cuántas noches imaginé este momento... Y ya está aquí. Solo espero que la noche termine bien. —Jugué con mi collar.

—Entonces, vamos, mi niña —indicó, colocando suavemente una mano en mi hombro, provocándome asco, aunque no sabía por qué—. No perdamos más tiempo aquí conversando. Ya tendremos tiempo para eso. Orpheus tiene treinta y cinco. Sé que parece un tanto mayor para ti, pero te aseguro que es un hombre muy respetable.

Dirigí la mirada hacia Orpheus, que seguía con la misma sonrisa dibujada en el rostro. En cambio, yo solo quería huir de aquel maldito circo de apariencias. No me sentía cómoda, mucho menos segura. Todo en mí pedía escapar. Refugiarme dentro de una cueva donde nadie me encontrara jamás. En serio quería llorar por todo esto.

—Cathanna —dijo Orpheus con voz suave, mirándome como un depredador a su presa—, es un placer finalmente conocerte. Puedo decir que las palabras no le hacen justicia verdadera a tu belleza. Es que no creo exista alguna capaz de describir ese bello rostro como es debido, sin llegar a faltarte el respeto. —Me dio una sonrisa enorme.




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