055 del Mes de Kaostrys, Dios de la Tierra
Día del Olvido, Ciclo III
Año del Fénix Dorado 113 del Imperio de Valtheria
Antes de que Cathanna pudiera reaccionar, soltando un grito de terror, y antes de que la mujer diera un solo paso más dentro de la habitación que había quedado envuelta en una completa oscuridad, sintió una mano en su cintura y el mundo se disolvió en un torbellino de sombras en cuestión de segundos, obligándola a cerrar los ojos con fuerza. Para cuando los volvió a abrir, ya no se encontraban en el castillo, sino que, en medio de una turbulenta tempestad, dentro de un río que parecía querer arrastrarlos hasta lo más profundo de su ser.
—¿¡Qué carajos te sucede!? —vociferó Cathanna, forcejeando contra el agua que le dificultaba cada movimiento. El vestido ahora le pesaba como si llevara cadenas en lugar de hilo, y los tacones se hundían en la tierra blanda, haciéndola tropezar y caer al agua una y otra vez—. ¡Llévame a casa ahora mismo, desgraciado, sinvergüenza!
Zareth soltó una risa escandalosa antes de tomarla en brazos con facilidad, como si su cuerpo solo fuera una pluma que hasta una simple hormiga podría levantar sin problema. Cathanna intentó resistirse al principio, pataleando con torpeza, porque su vestido no le permitía moverse como lo hacía el hombre que la sacaba del agua.
—¡No puedes estar tocando a las mujeres de esa manera! —expresó Cathanna, cuándo sus pies tocaron la tierra blanda que dejaba la intensa lluvia—. Quiero volver a mi castillo, rápido. —Chasqueó los dedos, como si estuviera mandando a uno de sus sirvientes—. No necesito perder mi tiempo en personas como tú que se creen con el derecho de secuestrar a las mujeres. Estás demente, cazador.
—No es momento para comportarte como una niña pequeña, D’Allessandre —regañó Zareth, frustrado por su comportamiento—. ¿Acaso no te das cuenta de la magnitud de esta situación? Tus padres necesitan protegerte. Todos necesitamos que estés a salvo. ¡Las brujas no pueden dar contigo jamás! —Su voz salió más dura de lo que quería,
Zareth bajó la mirada por un instante, y sus ojos se detuvieron justo en su escote antes de volver a subir con rapidez a sus ojos grises.
—¿Por qué mi sangre es tan necesaria por las brujas? Pueden encontrar sangre en cualquier persona de Valtheria. ¿Por qué justamente tengo que ser yo? —tartamudeó, sintiéndose débil, aunque no sabía reconocer si era por el frío o por todo lo que estaba pasando—. Que yo sea una Dorealholm no significa nada. Tengo muchísimas primas.
—Puede haber miles de mujeres nacidas con ese apellido, pero tú eres la última descendiente directa de Verlah —respondió él, con la paciencia casi agotada—. ¿Es que acaso no lo comprendes?
—Sigue sin significar nada para mí —replicó Cathanna, cruzándose de brazos—. ¿Quién me asegura que no me estás mintiendo? ¿Y si eres un lunático con complejo de secuestrador que planeó toda esta locura desde el principio solo porque quieres tenerme contigo? —continuó entre dientes, con las cejas juntas y los ojos entrecerrados—. Eres un desgraciado abusador. ¡Degenerado!
—¿De qué mierda me estás hablando, D’Allessandre? — preguntó Zareth, con la mirada endurecida.
—Aunque bueno... —añadió ella, ignorándolo por completo—, carecería de sentido todo lo que dije, ya que desde niña llevo soñando con esa bruja... Pero ¿y si tú fuiste quien puso todos esos sueños en mi cabeza? —Lo señaló con un dedo, como si hubiera descubierto la verdad—. ¿Y si manipulaste mi mente para crear esta historia absurda y convencerme de ir contigo porque, no sé... te enamoraste locamente de mí? —Volvió a entrecerrar los ojos—. Entonces... eso significa que nada de lo que soñé es real. Que todo esto lo inventaste tú, que usaste tus poderes para distorsionar mi mente. Claro. Clarísimo. No hay explicación más lógica y racional para todo esto, ¿no?
Cathanna reconocía que lo que había dicho era un disparate total, más ilógico que la realidad que tenía delante. Pero aferrarse a una teoría absurda era menos aterrador que aceptar que su linaje estaba enredado con brujas, visiones, y maldiciones que venían a cobrárselas, a pesar de que ella no tenía culpa de lo que hubiera pasado hace muchísimos años con aquella mala mujer.
—¿De qué manicomio fue que te sacaron, D’Allessandre, o es que acaso tienes aire en la cabeza? —cuestionó, pasando ambas manos por la cabeza, con una notable irritación mientras retrocedía—. ¿De verdad crees que tengo el tiempo y la paciencia para orquestar algo así? ¡Por los dioses! Si fuera cierto, ¿por qué esperar tantos años? ¿Por qué no haberte tomado cuando eras una niña indefensa en lugar de ahora, cuando puedes cuestionarlo todo y salir con estupideces como estas?
—No sé... Tal vez disfrutas del dramatismo. —Miró hacia el otro lado, tratando de que la vergüenza no la dominara completamente—. Vi en un libro que todas las mentes funcionan de manera diferente. Tal vez la tuya funciona así; con dramatismo. No tiene nada de malo. Supongo yo —finalizó, encogiéndose de hombros.
—Escúchame, D’Allessandre. —Metió aire a sus pulmones, obligándose a mantener la calma—. Puedes negar todo lo que quieras, buscar explicaciones más “razonables” para no aceptarlo, pero en el fondo lo sabes. Porque ella es parte de ti, de tu maldita sangre, quieras o no. —Le presionó la frente con un dedo, obligándola a retroceder—. Esto no cambiará solo porque tienes miedo. ¿Por qué crees que las brujas te estaban siguiendo hace unas semanas? No era para saludar a la gran hija del consejero Vermon —dijo, con sarcasmo.
#624 en Fantasía
#2990 en Novela romántica
#967 en Chick lit
feminismo, mujerespoderosas, fantasía drama romance acción misterio
Editado: 25.11.2025