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Queridos madre y padre:
Me duele el pecho. Siento que respiro a medias, como si el aire ya no fuera suficiente para mantenerme consciente. Supongo que es normal… perdí a mi única amiga. Esa a la que ustedes llamaban “cualquiera”, “zorra”, “libertina”, solo porque se metía al castillo a ver a Calen y tener ese tipo de encuentros carnales. Siempre dijeron que era una vergüenza, una deshonra como mujer.
Y a veces pensé que tenían razón. Pero luego ella hablaba y… os juro que me hacía creer que ustedes eran quienes estaban equivocados. Que ella era buena, que era luz. Una luz que no les gustaba porque no la podían controlar como siempre me han controlado a mí.
Pero ahora está lejos de mi vida. Y yo estoy aquí, con este sentimiento atravesado en la garganta. No sé si es odio, decepción, tristeza… o una mezcla venenosa de todo. Y siento —y lo digo con toda la sinceridad que poseo— que algo dentro de mí está muriendo.
Y aun así… no quiero morir. Pero tampoco sé cómo seguir viviendo con este hueco que intento llamar existencia. No sé si esto es una despedida o un grito por ayuda. Tal vez las dos cosas. Tal vez no importe.
—C. D’Allessandre.
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Editado: 25.11.2025