Juego De Brujas

CAPÍTULO 017

055 del Mes de Kaostrys, Dios de la Tierra

Día del Olvido, Ciclo III

Año del Fénix Dorado 113 del Imperio de Valtheria

—Ten muy presente Cathanna, que no viniste a este lugar a conseguir novio o novia, mucho menos a tener sexo desenfrenado con los estudiantes —comenzó Zareth, arrancando las ramas que se interponían en su camino—. Ten mucho cuidado con eso si no quieres cargar con un hijo todavía. Eres muy joven para arruinarte la vida.

—Suenas tan ordinario diciéndome eso —dijo Cathanna, cubriendo su rostro con los brazos, evitando que las ramas que soportaban las manos de Zareth le hicieran algún rasguño—. ¿Crees que vine aquí a tener relaciones sexuales con alguien? Ni siquiera quiero estar aquí. Me estás obligando, por si no lo recuerdas.

—Con los adolescentes nunca se sabe. Son criaturas impredecibles… y hormonales. —Tomó una gran rama entre sus manos, la alzó y le hizo una señal a Cathanna para que cruzara.

—De hecho, tengo diecinueve —dijo, agachándose para cruzar entre la rama llena de espinas—. En Nisyla cumpliré veinte. Pensé que, siendo mi protector, al menos conocerías mi edad.

Zareth chasqueó la lengua, sin agregar nada más, y siguió caminando, con Cathanna detrás, quien se apuró hasta quedar cerca de él. Durante todo el trayecto, no se dirigieron ninguna palabra, mucho menos se miraron, hasta que se detuvieron en un claro rodeado de árboles y arbustos que se movían con la lluvia. Zareth se giró hacia ella, encontrándose con la mirada desconcertada de Cathanna.

—Quédate aquí hasta que el tren venga —indicó Zareth, con el rostro inexpresivo, apartando ramas y hojas del uniforme de Cathanna y de su cabello arruinado por la lluvia—. No te unas a alianzas baratas con nadie. Terminarás con una daga enterrada en la espalda. Las personas que vienen a Rivernum solo quieren salvar su propio pellejo.

—Yo… está bien —susurró, bajando la mirada a sus pies.

Zareth llevó la mano a su muñeca y se quitó uno de los brazaletes que siempre llevaba consigo: uno gris, casi transparente, con pequeñas piedras colgando a su alrededor. Tras observarlo unos segundos, lo cerró bruscamente en la muñeca de Cathanna y lo ocultó bajo la manga de su chaqueta. Cathanna lo miró al instante, confundida. Bajó la mirada a su brazo, sintiendo la presión del metal.

—¿Qué es eso? —examinó Cathanna, viéndolo a él.

—Te ayudará en la prueba. No lo pierdas. Es solo un préstamo. —Tensó la mandíbula—. Entonces, D’Allessandre, que nuestros dioses estén contigo en cada momento. No te asustes por lo que veas o escuches y, sobre todo, nunca menciones tu verdadero nombre. —Le dio un apretón en el hombro—. Corre tan rápido como puedas cuando sientas que tu cuerpo no da más. No fuerces nada. Sobrevive.

—Yo no… yo no sé correr —informó, asustada.

Zareth soltó una risa baja, viéndola confundido.

—Deberás intentarlo, D’Allessandre. —Puso la mano en el cabello de Cathanna y le quitó la última hoja—. En Rivernum correrás demasiado. Sobre todo, en las mañanas, después de despertar.

—Espera, no te vayas aún. —Lo tomó del brazo, con manos temblorosas—. Si voy a estar en este lugar, necesito mis cosas: mi ropa, mis cremas, mis perfumes, las compresas sanitarias. ¿Si llega mi ciclo menstrual, qué haré? —habló tan rápido que Zareth apenas la entendió—. Y mi cepillo de dientes, no quiero estar con mal aliento todos los días. ¿Qué pensarán de mí los otros? —Sacudió la cabeza, asqueada por la idea—. Además, dinero… debes decirle a mis padres que me envíen mucho. No puedo estar sin nada de eso, Zareth.

—¿Eso es lo único que te preocupa? —Se cruzó de brazos.

—Son cosas esenciales para la vida de una mujer. —Abultó los labios, nerviosa—. ¿Por qué los hombres no pueden entender algo tan básico? La piel se reseca mucho sin cremas. No quiero eso. Estos días ha estado haciendo mucho sol. Terminaré con quemaduras dolorosas.

—Irás a Rivernum. Eso es lo de menos. —Intentó bromear.

—¡Para mí no lo es! —chilló, irritada.

—Eres tan caprichosa, D’Allessandre. —Volteó los ojos.

—No lo soy. Solo quiero cuidar mi piel. ¿Es malo eso?

Zareth pegó una mano a su frente, negando con la cabeza.

—Buena suerte, D’Allessandre —dijo al final, con un tono bajo—. Nos vemos del otro lado. Recuerda muy bien mis palabras.

En cuanto vio a Zareth desaparecer tras chasquear los dedos, su corazón se comprimió instantáneamente. Después de varios segundos donde su mente estaba en blanco, cayó al suelo de golpe, apoyando la mano en el pecho junto a una mala respiración. No quería ponerse a llorar, pero eso solo ocasionó que su cabeza doliera.

—Esta mañana yo me levanté —susurró, mordiéndose el labio con fuerza—. Y yo no sabía que me pedirían matrimonio frente a tantas personas que solo me miraban como la revelación del año. Tampoco sabía que las brujas vendrían por mí. —Alzó la vista al cielo, justo cuando la lluvia se intensificó—. No imaginé que todo se rompería tan rápido, sin siquiera darme tiempo a reaccionar.

Apoyó la cabeza en la húmeda tierra, cerrando los ojos con fuerza mientras el dolor en su pecho se intensificaba, robándole leves suspiros. Después de unos segundos, unió sus manos temblorosas y mojadas por la lluvia contra sus labios. Su cuerpo poseía demasiado miedo, y no trataba de ocultarlo. ¿De qué le serviría hacerse la valiente en ese momento, cuando sentía que se estaba haciendo polvo?




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