Juego De Brujas

CAPÍTULO 018

055 del Mes de Kaostrys, Dios de la Tierra

Día del Olvido, Ciclo III

Año del Fénix Dorado 113 del Imperio de Valtheria

Se escuchó el sonido de un tren aproximarse a gran velocidad, y Cathanna levantó la mirada en seguida, confundida. Se limpió rápido las lágrimas que habían salido de sus ojos sin que se diera cuenta, y se puso de pie justo cuando el tren apareció enfrente de ella. Era demasiado enorme y lanzaba humo por todas sus chimeneas que formaban una hilera larga hacia atrás. La puerta se abrió lentamente, mostrando unas escaleras negras y oxidadas que descendieron del vagón hasta sus botas. Dudó unos segundos antes de poner su pie sobre el primer escalón, subiendo.

Al ingresar al tren, se encontró con un pasillo largo, flaqueado de puertas de madera a cada lado, decoradas con el logo del imperio en el centro, que llevaban a las diferentes cabinas de esa sección.

Cathanna avanzó con cautela hasta llegar al fondo, donde una puerta más grande la esperaba. Puso su mano en la manija floreada, abriéndola de forma cuidadosa, como si detrás de ella estuviera un monstruo que la devoraría sin dejar nada desperdiciado.

Al otro lado, se encontró con un bullicio de personas entrando y saliendo de las cabinas, otras conversando en el pasillo. Sus uniformes no eran nada iguales a los de ella, pero no les prestó mucha atención. Sus pies se quedaron clavados en el suelo y la mirada se le volvió borrosa. Bajó los ojos a sus manos que temblaban con fuerza.

—Parece que estás perdida, niña. Los aspirantes están al fondo del tren —dijo una mujer, mirándola de arriba abajo, y luego señaló el fondo del tren—. No te quedes ahí parada. Anda, muévete, chica. Los cadetes tienden a ser muy… ¿Cómo decirlo? —Torció los labios, pensando—. Muy animales cuando ven carne fresca. Justo como tú.

—¿Eh? —balbuceó Cathanna—. ¿Soy carne fresca?

—Eso fue lo que acabé de decirte. —Alzó una ceja y chasqueó la lengua—. Carita asustada, manos temblorosas, y seguro no sabes ni donde posar tu trasero. Eso anda gritando “soy carne fresca, cadetes”.

Cathanna iba a hablar cuando una persona apareció delante de ella, causando que un grito bajo saliera de sus labios. No parecía un estudiante, mucho menos un profesor, pues tenía un atuendo colorido y dos cuernos en la cabeza, junto a un letrero que decía “Bienvenidos”. Retrocedió por inercia, dirigiendo la mirada hacia la mujer, que sonreía mientras observaba de reojo a la persona a su lado.

—¡Bienvenida al Tren del Camino, aspirante a cazador! —exclamó aquella persona con una voz exageradamente teatral, sacudiendo las manos frente a Cathanna, y unas chispas multicolores salieron de sus dedos amarillos y tan largos como espaguetis—. Estáis a punto de sumergiros en un extraordinario viaje hacia el fin del mundo… o quizá hacia el de vuestras vidas. —Desapareció y reapareció detrás de Cathanna, provocándole un grito un poco más audible—. ¿Estáis lista para aterrizar en la gran academia de Rivernum?

Cathanna parpadeó varias veces, llevándose una mano al pecho.

—¿¡Pero que ha sido eso!? —Lo miró con los ojos bien abiertos.

—Es Larky Parky —informó la mujer, moviendo la cabeza de un lado a otro mientras reía—. Es el encargado de darles la bienvenida a todos los aspirantes cuando suben al tren. Puede ser un poquito pesado cuando quiere… aunque creo que ya te disté cuenta de eso.

—Oh, mi encantadora lady —dijo Larky, haciendo una reverencia exagerada mientras llevaba un brazo a la espalda y deslizaba una pierna por el suelo—. Espero que su estadía en el tren sea más que grata. Si algo llegas a necesitar, a Larky Parky debes llamar, y enseguida lo solucionará. —Sonrió antes de desaparecer con un aire teatral, dejando tras de sí una pequeña nube de humo blanco.

—Siempre hace lo mismo. —Ella volvió a negar con la cabeza.

Cathanna frunció el ceño y parpadeó un par de veces, observando cómo la nube de humo se disipaba lentamente. Arrugó la nariz al percibir el olor dulce, casi empalagoso, que él había dejado. Estaba a punto de hablar cuando una chica pasó a su lado y le golpeó el hombro al hacerlo. Torció los labios, siguiéndola con la mirada. Su cabello blanco estaba entrelazado en dos trenzas que colgaban de un moño desarreglado. La chica la miró de reojo, pero en lugar de disculparse, siguió de largo hasta desaparecer en el fondo del tren.

—Pero ¿quién se cree que es? —murmuró Cathanna con desprecio. Bufó molesta, y apretó los labios con fuerza—. Debe tener los ojos muy sucios para no ver a la gente que tiene delante de ella.

—Calma, fierita —se burló la mujer.

—¡Ahelin, ven aquí ya mismo! —gritó un hombre, asomando la cabeza por la puerta de una cabina—. ¡Yajeslihy se está vomitando!

—Fue un gusto conocerte —dijo Ahelin, dándole a Cathanna una mirada rápida de arriba abajo—. Espero que te vaya bien en la prueba. —Se dio la vuelta y desapareció en la cabina.

Cathanna asintió con la cabeza, aunque Ahelin ya no la veía. Tragó con fuerza y comenzó a abrirse paso entre la multitud bulliciosa, sintiendo cómo la incomodidad le crecía en el pecho con cada paso que daba al frente. Se detuvo un momento, volviendo a tragar duro.

—Tú puedes, Cathanna —se animó a sí misma.




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