Juego De Brujas

CAPÍTULO 019

056 del Mes de Kaostrys, Dios de la Tierra

Día del Último Aliento, Ciclo III

Año del Fénix Dorado 113 del Imperio de Valtheria

Cathanna solo pudo hacer una mueca de disgusto antes de obligarse a seguir caminando hacia el túnel oscuro que servía como entrada al inmenso coliseo con olor a sudor y sangre fresca. A su lado estaba Destenaia, mirando todo con curiosidad. Ninguna sabía dónde se encontraba Deyneire y, aunque Cathanna la buscó muchas veces, le resultaba una tarea imposible, ya que había demasiadas caras ahí.

Al ingresar, observó todo con curiosidad, pero lo que de verdad captó su atención no fue el tamaño del lugar, sino el monumento colosal en el centro de la arena, que representaba la feroz batalla entre un guerrero envuelto en una armadura dorada y un león azabache de trece cabezas, una figura tan detallada y brutal que, en todo el imperio, era un augurio y símbolo de que la muerte llegaría pronto a todos.

—Dioses… —escuchó a su lado.

En ese momento, grandes bocas se encendieron a los costados de la arena, junto a rugidos ensordecedores, iluminando túneles oscuros con antorchas rojas. Cathanna giró, admirando cada una de ellas, y al levantar la vista hacia las gradas, un escalofrío recorrió su espalda sin aviso. En cada asiento, había una persona cubierta de pies a cabeza con una túnica roja y un sombrero ridículamente puntiagudo del mismo color.

—Este es el Círculo Rojo —comenzó a explicar Thalassa, con relación a las personas de túnicas rojas—. Las personas en las gradas son sus superiores. Ellos observarán cada uno de sus movimientos en el Finit a través de ese proyector. —Señaló el monumento en el centro de la arena, que comenzaba a formar un holograma brillante sobre él, donde se veía un bosque oscuro—. Solo los que logren grandes hazañas aparecerán en pantalla por unos minutos. Y eso podría darles puntos extra para que los quieran en alguna de las brigadas más adelante.

—¿Brigadas? —preguntó Cathanna, confundida. Recordó que Zareth había mencionado esa palabra, sin abordar el tema a fondo.

—Sí, aspirante —respondió Chantal, mirándola—. Cada una cumple un rol importante para los cazadores. Empecemos por Vendaval. —Levantó un dedo—. En resumen: son los expertos en exploración y reconocimiento aéreo, con la ayuda de sus destinos, si es que están dispuestos. Si alguno de ustedes decide unirse a ella, tengan en cuenta que deberán atrapar a uno que otro jinete problemático.

—¿Pero no es un poco peligroso hacer eso? —inquirió uno de los aspirantes al fondo—. Ningún dragón permitiría que su compañero sea atrapado. Incluso algunos son capaces de luchar a muerte contra otros dragones con tal de protegerlos.

—Claro que es peligroso. ¿Acaso crees que esto se trata de una excursión a museos? —respondió Chantal, cruzándose de brazos—. Los dragones no son las mascotas de nadie. Son bestias con voluntad propia, y a veces, protegerán a sus destinos, incluso si eso significa matar a otros de los suyos. Pero otras veces, simplemente se irán volando y los dejarán pudriéndose en el suelo. La salvación es individual. Nunca dependan de un dragón para salir vivo de una situación. Quedarán decepcionados con el resultado.

—¿Cuáles son las otras dos brigadas? —investigó alguien más.

—Luego están los terrestres —continuó Chantal, relajando su voz—, los que se ven en las calles de las ciudades. Son sigilosos... y un tanto violentos. Necesitan una mente muy fuerte para soportar todo lo que verán una vez empiece la cacería. Por eso no muchos sobreviven ahí. —Sonrió con un brillo extraño en los ojos—. Y me encantan los terrestres por eso mismo. Porque no son unos débiles como otros.

—¿Qué cosas tan horribles ven... como para necesitar una mente fuerte? —Destenaia elevó la voz, levantando el brazo.

—Cuerpos —habló Chantal, encogiéndose de hombros, como si no fuera algo importante—. Cadáveres destripados. Personas que suplican hasta el último aliento por sus vidas. Criaturas que no deberían existir, pero que, aun así, los dioses siguen creando. A veces, cosas peores que eso, como la culpa que queda después de una muerte.

—¿Qué pasa si un terrestre pierde el control?

—Lo eliminan. Así de sencillo. Un terrestre fuera de control es más peligroso que el propio enemigo. —Aclaró su garganta antes de cambiar de tema—. Y finalmente, tenemos a los subterráneos. Son los más silenciosos, letales e invisibles. Se entrenan para combatir en túneles, cavernas y ciudades ocultas bajo el imperio... y créanme, hay muchas más de las que se imaginan

—No todas las guerras se pelean a la luz del sol. Algunas se libran en la oscuridad, donde no hay reglas, ni testigos chismosos. —Thalassa pasó su mirada por cada uno de ellos—. Los subterráneos no solo enfrentan bestias. Enfrentan cosas que el imperio prefiere mantener fuera del mapa oficial. Por eso no los ven. Y por eso nadie pregunta por ellos cuando desaparecen. Pero si alguno de ustedes tiene agallas, quizá un día les toque bajar ahí.

—Como pueden ver, hay cuatro caminos —dijo Wasa, señalando los túneles—. Deben elegir uno. Una vez que pongan un pie fuera de ese lugar, el castillo desaparecerá ante sus ojos. Su tarea es encontrar la manera que el castillo aparezca antes del alba.

—Buena suerte —habló Thalassa—. Sobrevivan o, al menos, tengan una muerte digna. Pueden que se encuentren unos a otros, aunque es casi imposible que suceda, pero en el caso tal, solo uno puede seguir de pie. Ya saben a lo que me refiero. Los aspirantes de ayer tardaron menos de siete horas. Veamos como son ustedes.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.