Regresas a casa antes de que la noche caiga por puro instinto. Metes las llaves entre los dedos si ves algún hombre rondando. Porque ya está incrustado en tu cabeza, en cada marca que sus manos dejaron en tu cuerpo, en cada voz que te menospreció.
Aprendiste desde niña a vigilar tu cuerpo, a cubrirlo con prendas grandes por miedo a que ellos enloquezcan si ven un poco de piel. Porque la culpa siempre es tuya, no de ellos, y tienes que hacerte cargo por eso. Porque nadie te mandó a salir de casa con esa ropa tan provocativa, nadie te mandó a sonreírles, a hablarles, a ser amable con ellos; lo malinterpretaron, y es tu culpa por ser mujer. Siempre lo será.
Pero aun así tienes que salir todos los días, porque tienes una familia, un hijo, una mascota, un padre, una madre de quien hacerte cargo… o simplemente porque tienes que alimentarte a ti misma sin depender de nadie más. Pero las calles no son seguras para ti, porque tal vez, al cerrar la puerta de tu casa, ya nunca más vuelvas a abrirla. Aun así, será tu culpa. Solo tuya lo que llegue a sucederte ahí afuera.
Porque no debiste salir sola. Debiste tener un hombre a tu lado para que los demás te dieran respeto. Porque solo así te respetan: viéndote acompañada, protegida por él. Sola nunca te van a respetar. Nunca lo hacen. Porque cuando estás con él, primero lo miran a él, lo saludan a él, y solo después se acuerdan de ti. Como si no fueras una persona independiente, sino una extensión de lo que él representa. Te ven como “la mujer de un buen hombre”. Pero es mentira. Ese hombre es detestable. Nadie lo ve, no porque no puedan, sino porque no quieren reconocerlo.
Dirán que es tu culpa por escogerlo. Tú serás culpable por elegir un mal esposo, un mal compañero, un mal hombre. Pero ¿cómo les explicas que al principio parecía un ángel enviado por Dios dispuesto a amarte? ¿Cómo les dices que después, cuando ya estabas atrapada, decidió mostrar su verdadera cara? Y que, en vez de ayudarte a salir de sus garras, decidieron echarte toda la culpa. Porque es más fácil culpar a la mujer. Porque siempre, de alguna forma, es tu culpa.
Y esto no es cómodo. Porque la comodidad es el privilegio de quienes no tienen que pensar dos veces antes de caminar por la calle. Es el lujo de quienes no cargan con el miedo como si fuera otro órgano, adherido al cuerpo, latiendo con cada paso. Es el privilegio de ser él.
—Pieza personal de brujas, por Yzebelle Nayarethy, bruja de las sombras.
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Editado: 25.11.2025