Juego De Brujas

CAPÍTULO 024

056 del Mes de Kaostrys, Dios de la Tierra

Día del Último Aliento, Ciclo III

Año del Fénix Dorado 113 del Imperio de Valtheria

—Sean ustedes bienvenidos a Rivernum, y, por supuesto, a la Fortaleza de Estrategia, donde aprenderán a usar sus mentes para convertirse en grandes líderes en el futuro —comenzó la mujer con voz profunda, recorriéndolos con una mirada inexpresiva—. Mi nombre es Airina Reslie, teniente. Desde este momento se encuentran bajo el mando del Comandante Varnes Thandeus, líder de la fortaleza, pero no recibirán palabra alguna de él hasta que juren lealtad a la Corona de Valtheria y sean oficialmente cadetes. —Detuvo sus movimientos—. Las rotondas tienen un líder asignado por sus compañeros. Podrán escogerlo solo después de jurar lealtad. Tienen tiempo para observar quién de ustedes es el más apto para dirigir y supervisar su rotonda.

Guardó silencio un momento.

—A los costados encontrarán bolsos de equipaje. —Separó los brazos de su cuerpo, señalando las zonas—. Cada una está marcada con un género: hombre o mujer, al frente. Levántense, tomen la suya y regresen a sus lugares. Solo tienen cinco minutos para revisarlas.

Cathanna llevó la mirada hacia el lateral de la amplia sala en la que se encontraban —que estaba escondida detrás de una puerta camuflada en una roca, subiendo una colina—. Se levantó con cuidado y arrastró los pies hasta llegar a uno, que no dudó en tomar. Pesaba más de lo que imaginaba, y tuvo que esforzarse para llevarlo consigo.

Al abrirlo, encontró un menaje de metal, varios uniformes bien doblados junto a botas, dagas enfundadas, un kit de cuidado para heridas, pijamas, toallas y otros suministros esenciales, como gel para el cabello, cepillo de dientes y compresas sanitarias. Por último, halló varios cuadernos de tapa dura negra, acompañados de plumas doradas.

—Acaso esto es… ¿Nexos? —preguntó Cathanna, sosteniendo el pequeño envoltorio anticonceptivo cálido del que Katrione le había hablado esa noche en su habitación—. Por los dioses, esto es…

—Entonces sí que habrá mucho sexo aquí —dijo Shahina con una gran sonrisa. Estaba sentada a su lado, junto a Han, quien conversaba con una chica de orejas puntiagudas con mucha naturalidad—. Solo falta encontrar a los cazadores para que me...

—¡Cállate, Shahina! —la interrumpió Cathanna, horrorizada, dejando el envoltorio rápidamente en su lugar, muerta de vergüenza—. No puedes ir diciendo esas cosas. ¿Qué van a pensar los demás de ti?

—¿Y a mí que me importa la opinión de los demás? —investigó, jugando con un mechón de cabello, haciendo círculos lentos—. Ni que todos ellos fueran almas inocentes que nunca han tenido sexo en sus vidas. Me vale una mierda lo que piensen de mí.

—De todas maneras, hay que mantener la discreción —indicó Cathanna, sonriendo incómoda—. Y ser unas señoritas decentes.

Shahina la miró con burla, pero no dijo nada más.

—Los cinco minutos se acaban, reclutas —anunció Airina con voz autoritaria, acomodando su pulcro uniforme negro—. Muévanse ya.

Cathanna guardó todo de vuelta en el bolso y cerró la cremallera con un movimiento brusco, provocando que sus manos palpitaran de dolor de inmediato. Apretó los ojos con fuerza, aguantando las ganas de soltar esos gemidos que atrapó en la garganta. Bajó el bolso, poniéndolo bajo la mesa, junto a los demás. Luego, llevó la mirada al frente, a donde estaba Airina con impaciencia.

—Espero que hayan encontrado todo en orden —continuó Airina, clavando la mirada en ellos—. Lo que llevan en esos bolsos es lo único que tendrán para sobrevivir en los próximos meses. Aprendan a valorar cada objeto, porque nadie les dará reemplazos si lo pierden. Las cosas de aseo personal se les suministrará cada semana. No se preocupen por eso... a menos de que a los Silios se les olvide dejarlas en sus rotondas.

Los Silios eran criaturas de verdadero terror. No poseían carne ni huesos, solo una forma espectral envuelta en túnicas negras que parecían tener vida propia. Donde debería estar el rostro, había un hueco negro que aterrorizaba a quienes se atrevieran a mirar más de la cuenta. Se decía que su sola presencia congelaba hasta el más cálido de los huesos.

—Chicas, recojan su cabello en una moña. ¡Apresúrense! —ordenó Airina, chasqueando los dedos con desdén—. ¡No sean lentas, muñecas! Así deberá mantenerse a partir de hoy, sin un solo pelo suelto. Quien no lo tenga como indiqué, sufrirá un castigo muy severo. Y créanme... —susurró, con una sonrisa torcida—. Me encanta castigar reclutas desobedientes.

Cathanna sujetó su cabello con la rapidez que sus manos magulladas le permitían. No tenía para amarrar su cabello. Sacó de su bolsillo la espada en su forma pequeña, y entonces hizo un moño con su cabello y clavó la espada en el centro, pues era lo único que podía mantener sus hebras en forma durante los próximos minutos, hasta que tuviera con que arreglarse el cabello. Pero para su mala suerte, el fleco volvió a tomar su lugar, robándole un suspiro de cansancio.

—En dos semanas comenzarán su entrenamiento y clases. El horario lo encontrarán en sus camas en esta noche o mañana. —Airina aclaró su garganta, acomodando sus manos detrás de la espalda—. El desayuno es a las cero quinientas horas; el almuerzo a las mil cuatrocientas horas; la cena a las mil novecientas horas. Procuren no llegar después de esas horas; se encontrarán con poca comida de verdad. La mayoría de los cadetes toman sus alimentos en las brigadas, así que… no se encontrarán mucho con ellos durante esas horas.




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