060 del Mes de Kaostrys, Dios de la Tierra
Día del Viento Susurrante, Ciclo III
Año del Fénix Dorado 113 del Imperio de Valtheria
Cathanna se metió en la ducha y tardó más de lo necesario, pues estaba tan agotada que el agua fría por sus músculos sirvió de relajante. Después se vistió con un uniforme que, más que parecer uniforme, parecía ropa de descanso, pero no le desagradó. De hecho, pensaba que resultaría cómoda. Se puso la camisa negra de mangas cortas, con varios botones en el centro que iban desde el cuello hasta el borde. Luego se colocó el pantalón corto de tela que le llegaba hasta los muslos, metió la camisa por dentro y se aseguró el pantalón con un cinturón cuya hebilla tenía la forma de un águila en el centro. Por último, se puso las botas, que limpió rápido con un pedazo de papel.
Al salir del baño, se ganó una mala mirada de sus compañeros, sobre todo de uno en especial: un hombre de cabello negro, ligeramente ondulado, y ojos verdes que estaba junto a la escalera. Aunque se sintió incómoda, los ignoró y se sentó en la cama, donde no duró mucho, porque Shahina apareció y la tomó del brazo para arrastrarla hasta afuera. Sin decir nada, la llevó hasta el comedor al aire libre, ubicado detrás de las rotondas. Había varias mesas largas de piedra negra y muchas personas ya comiendo lo que había encima.
Se sentaron junto a Lysisthea, que llevaba ahí varios minutos, con un pesado libro entre las manos más grande que su cabeza. Cathanna observó la comida y sintió el estómago revolverse. Tomó una manzana y le dio un mordisco con fuerza, tragando duro para pasarla.
—¿Solo comerás eso? —le preguntó Lysisthea, mirándola de reojo—. Debes estar cansada. Comer te ayudará a tomar fuerzas.
—Estoy bien con esto —Movió la manzana en el aire, con una sonrisa que no llegaba a sus labios. Tenía hambre, ni como negarlo. Sin embargo, no quería comer nada de lo que estaba en la mesa. Se veía grasoso y asqueroso—. Tal vez en la noche coma algo.
—¿Segura? —intervino Shahina, comiendo como si su vida se fuera a acabar en pocos minutos—. Esto está muy delicioso, Cathanna —dijo, mostrando la presa de pollo llena de salsa—. Vamos, cómelo.
Cathanna negó con la cabeza.
—En serio, estoy bien. —Tensó los labios.
—No vas a engordar por comer esto —insistió Shahina, llevándole el pollo a la boca—. Aunque creo que… estás muy delgada.
—Ya te dije que no quiero —atacó Cathanna, apartando la mano de su rostro. Aquel comentario le molestó demasiado, pero se obligó a mantener la calma; no quería volver el momento incómodo—. Comételo tú, Shahina. Y no me estés forzando a nada, dioses.
—Tú te lo pierdes. —Shahina se encogió de hombros—. ¿Tú quieres de esto, Lysisthea?
—Lo siento. No ingiero animales —confesó Lysisthea, torciendo los labios—. Pero no tengo ningún problema con que lo hagas tú.
Cathanna desvió la mirada y se encontró con un grupo de chicos en una mesa apartada. Dos de ellos eran idénticos: poco cabello de tono cenizo y unos ojos rasgados que se cerraban cada vez que reían. A su lado, había uno más, un poco más serio, aunque también se reía. Y, por último, estaba otro chico, de apariencia inocente, con unos ojos ámbar que le resultaron bellos, a pesar de ser comunes en el imperio.
—Tierra llamando a Cathanna —canturreó Shahina, pasándole una mano por delante de los ojos—. ¿En qué planeta estás, mujer?
—¿Qué sucede? —preguntó Cathanna, juntando las cejas.
—¿Los conoces? —curioseó Lysisthea.
—¿Conocer a quién?
—A ellos, Cathanna —dijo, señalando con disimulo hacia la mesa del grupo—. Te quedaste mirándolos mucho tiempo.
—No, es solo que... —intentó decir, sintiendo cómo las mejillas le ardían—, nunca había visto gemelos. Me resultan interesantes.
Shahina arqueó una ceja
—Ajá... ¿Dices la verdad?
Cathanna le dio una mirada de advertencia, pero antes de que pudiera responder, una carcajada sonó desde la mesa de los chicos. Los gemelos, que hasta hacía un momento estaban sumergidos en su propia conversación, ahora miraban en su dirección. Uno de ellos levantó la mano en un saludo exagerado.
—Creo que te acaban de notar —murmuró Lysisthea, mordiéndose el labio para contener la risa—. Eso es bueno. Ya puedes acercarte a ellos y entablar una conversación decente, Cathanna.
—Cállate —bufó Cathanna, clavando la vista en la manzana—. No los conozco y tampoco quiero hacerlo.
—Aja —dijeron Lysisthea y Shahina al tiempo.
—Cathanna, hola —saludó Destenaia, sentándose a su lado, con una sonrisa leve—. ¿Dónde habías estado metida estos días?
—En mi nueva y horrible cama. —Suspiró Cathanna, de manera dramática—. Ellas son mis compañeras de rotonda: Lysisthea y Shahina. —Golpeó la mesa con los dedos, sin seguir un ritmo fijo—. Y chicas, ella es Destenaia. Nos conocimos en el tren.
—¿Eres un elfo? —preguntó Shahina, volviendo a llenar su boca de comida grasosa—. Tus orejas son… tan puntiagudas.
—Sí —respondió Destenaia, sonriendo—. Soy un elfo, pero no tan mala como los otros. —Soltó una risa—. Soy una buena elfa. Mitad elfo.
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Editado: 25.11.2025