Juego De Brujas

CAPÍTULO 026

012 del Mes de Vharza, Dios del Fuego

Día del Viento Susurrante, Ciclo III

Año del Fénix Dorado 113 del Imperio de Valtheria

Cathanna se ajustó la capa en sus hombros. Se dirigía al área de formación —ubicada en el corazón del castillo— junto a sus compañeros. Han hablaba de lo emocionado que se encontraba porque comenzar el verdadero entrenamiento, mientras Shahina asentía despacio, aburrida de tener que escucharlo parlotear. Lysisthea ni siquiera le prestaba atención, y Cathanna solo observaba el lugar.

Era inmenso, custodiado por las colosales estatuas de los dioses, talladas en mármol dorado. Ellas brillaban intensamente con el débil sol de la mañana, y sus blancos vestidos —hechos de la más fina tela del imperio— intentaban moverse con el viento, lo que resultaba una tarea difícil, ya que eran gigantescos. A Cathanna le bastó levantar la mirada una sola vez para que el vértigo se apoderara de su cuerpo.

Desvió los ojos a la primera estatua: Maerythys, la diosa del agua, primera deidad en llorar una muerte, cuyas lágrimas dieron vida a todas las formas de existencia del universo. Después miró a su hermano, y con quien había formado una rivalidad mortal: Kaostrys, el dios de la tierra, que la moldeaba a su antojo, sin importarle si eso asesinaba a los seres vivos creados de la mano de su primera hija.

Apuntándole con una lanza se hallaba Noctar, amo y señor de la muerte y el trueno, nacido tras la primera muerte que dejó una traición, con quien era enemigo desde la última guerra divina.

Cathanna pasó sus ojos al que residía a pocos metros, casi rozándole la cabeza, Vharza, el dios que se había proclamado único amo de todas las llamas del universo tras asesinar a su padre con tan solo un milenio de existencia. A su lado se erguía la mujer que tanto insistía en cortejar, con las manos hacia arriba: Janesys, la diosa de la vida, reina de la fertilidad, el arte y el deseo de seguir creando.

Giró la cabeza y vio a Yvelis, diosa del amor, la obsesión y la belleza, que lograba encender las pasiones más profundas del alma, hasta retorcerlas en celos y manipulación, quien miraba a Tzahrak, señor de la destrucción, nacido de la colisión entre dos universos. Y de últimas, Nisyla, creadora del aire, el cambio y la libertad, formaba un remolino de aire dentro de sus manos unidas, mirando a Maerythys.

Cathanna no pudo evitar recordar las palabras del elfo en el bosque. Sintió un remolino de emociones extrañas en su estómago al preguntarse en la mente, si resultaba ser una criatura de esas, los dioses realmente bajarían del Alípe, solo para borrar su alma de la existencia humana. No deseaba morir a manos de un dios; le parecía injusto, porque eso solo significaría que no sería aceptada junto a ellos en el otro mundo al morir.

—¿En qué tanto piensas, Cathanna? —Han habló.

Ella parpadeó varias veces, saliendo de sus pensamientos.

—Nada —murmuró, llevando la mirada a Han—. Solo que las estatuas son impresionantes. Nunca había visto un homenaje así.

—Rivernum tiene estatuas demasiado asombrosas —dijo él, asintiendo despacio—. Desearía conocerlas todas al mismo tiempo.

—Sí, yo también —sumó Cathanna.

Cuando llegaron, ya estaban la mayoría de los cadetes formando hileras rectas. Cathanna se pegó rápido detrás de Lysisthea, intentando mirar hacia el estrado delante de la enorme muralla de piedra amarilla. Le fue casi imposible: estaba casi al final de la fila y solo veía cabezas grandes. Soltó un suspiro resignado y enderezó la espalda. Uno de los hombres en el estrado hablaba frente al vociferador con una fuerza en la voz que logró helarle la sangre. Por un instante, le recordó a su padre.

—Habrá cambios en algunos entrenamientos. Se especificarán en el nuevo Código del Aprendiz, que estará disponible en la biblioteca dentro de dos campanillazos —continuó con voz grave—. Como ya saben, tenemos nuevos reclutas. Esta formación tiene un propósito para ellos. Los antiguos pueden retirarse. Los nuevos en filas pares.

Todos obedecieron de inmediato, y Cathanna terminó en la décima posición de la segunda fila, aún detrás de Lysisthea, quien se removía, evidentemente nerviosa. A Cathanna, las piernas le temblaban por puro pánico. Cerró los ojos con fuerza y soltó un suspiro pesado, tratando de calmarse. Calen, su hermano, en definitiva, moriría de la risa si la viera ahora, tan hecha polvo por el nerviosismo.

—Ahora, los Cadetes Prefectos se encargarán de guiarlos durante su primer día de entrenamiento —culminó, alejándose del vociferador, y rápidamente, varias figuras avanzaron hacia el frente.

Para su suerte, no permanecieron mucho tiempo en esa cansada posición, recibiendo el fuerte sol del día que les carbonizaba la piel a todos, y aunque se hubiera puesto una de sus cremas que la protegían de las quemaduras, no deseaba arriesgarse.

Los dividieron en grupos de veinte reclutas, donde a ella no le tocó con ninguno de aquellos con los que se estaba volviendo cercana, solo con un chico de su rotonda llamado Raihen, quien, desde lo sucedido el cuarto día, la miraba con un odio que a Cathanna le parecía ridículo. Sí, había ocasionado que todos pasaran por un pantano lleno de trampas peligrosas cuando aún se encontraban con heridas profundas en la piel debido a la prueba y con altas posibilidades de ser expulsados del castillo, pero para ella eso no era demasiado grave.




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