021 del Mes de Vharza, Dios del Fuego
Día de la Vida Nueva, Ciclo III
Año del Fénix Dorado 113 del Imperio de Valtheria
Cathanna no estaba en el pasillo, así que él se apresuró hacia las escaleras y chasqueó los dedos para aparecer en el primer piso, justo donde ella bajaba los últimos peldaños con las lágrimas aun resbalando y los ojos hinchados como si hubiese estado llorando durante horas. Era ese tipo de llanto que dejaba a una persona vacía por dentro, y Zareth lo supo al instante porque lo había visto miles de veces… pero nunca le había importado tanto como en ese momento.
Ella lo observaba como si él hubiera sido quien la empujó a ese abismo emocional —aunque en parte lo era—. El dolor se filtraba en cada parpadeo lento que daba. Lo más raro era que ella no esperaba nada de él. Pero igual le dolía mucho. Dolía como si él sí le debiera algo.
Cathanna intentó pasar sin decirle nada, pero él se interpuso en su camino, bloqueándole el paso. Por unos instantes permanecieron así, frente a frente, en una especie de juego infantil que Cathanna odió de inmediato. Intentó cruzar otra vez, siendo detenida por la mano de Zareth. Bajó la mirada, luego la subió despacio a su rostro y le dio una cachetada tan fuerte que su mano quedó ardiendo. No le importaba quién era él, ni su cargo. Ya no le importaba nada.
—Estoy tan cansada —soltó ella, con la voz rota, casi sin aire, mientras sus labios temblaban de pura rabia y agotamiento—. Estoy cansada de esta entorno. Estoy cansada de tu maldita prepotencia. No tengo la culpa de ser una bruja, ni de llevar la sangre de una mujer que enloqueció y masacró a tu gente. ¡Eso no me hace merecedora de tu desprecio! No tengo la culpa —murmuró, abriendo la boca, intentando llevar aire a sus pulmones—. Por si no lo sabes, no pedí nacer con esta maldición. Estoy atrapada en algo que no quiero. —Llevó las manos a su cabeza, sujetándola con fuerza, tratando de mantener la calma.
—¿Estás... bien? —preguntó él, con un hilo de voz que apenas se logró escuchar—. D’Allessandre...
—Puedes odiarme… —siguió con el mismo tono, ignorando sus palabras—. Puedes despreciarme, maldecirme cada vez que me veas, si eso te da el consuelo que necesitas. Pero deja de tratarme así. Soy la única víctima en este juego. —La voz se le quebró justo en “víctima” —. Y aun así pareces tú el que carga el mundo en la espalda. Caminas por ahí con ese maldito complejo de dios. —Apretó la mandíbula, frustrada—. Ese complejo que ya no soporto… ¡Deja de humillarme!
Se llevó la mano al pecho, como si quisiera arrancarse ese asqueroso sufrimiento que nacía en su corazón. Le tembló la barbilla, apenas un segundo, pero fue suficiente para que a Zareth se le apretara el pecho como si alguien le hubiese metido una mano ahí dentro.
—Haz tu trabajo desde las sombras —murmuró, retrocediendo un paso—. Escóndete detrás de lo que quieras. Pero mantente lejos de mí. Se que tu no quieres verme y yo tampoco quiero verte. Es lo mejor.
Cathanna se limpió las lágrimas con el dorso de la mano y lo empujó de su camino, avanzando con la vista completamente borrosa. La garganta le ardió, los brazos le temblaron y los ojos se le iluminaron con un fulgor rojo que hizo girar a varios cadetes que estaban cerca. Respiró con dificultad y se echó a correr sin rumbo asegurado, hasta encerrarse en un salón vacío, en un pasillo donde no había nadie. Se dejó caer contra la pared al suelo mientras las lágrimas iban cayendo.
Zareth tensó la mandíbula apenas un segundo antes de abrir la puerta, con un sabor amargo dominando su lengua. Se adentró, arrastrando los pies, y lo primero que vio fue a Louie, que levantó una ceja con ese gesto suyo que decía más que las palabras. Luego su mirada saltó a Reigh, que murmuraba algo en voz baja a Airina. Ella limpiaba las partes del rifle con movimientos demasiados bruscos.
Cuando sus ojos se encontraron, Zareth sintió ese apretón horrible en el pecho, el que siempre le daba cuando sabía que había arruinado algo. Se pasó una mano por el cabello, un gesto que en él era básicamente una alarma roja de frustración.
Dio dos pasos hacia ella, intentando acercarse, pero Airina apartó la mirada de inmediato, y sin decir una palabra, se levantó y caminó hacia el otro lado de la habitación, fingiendo buscar algo entre las cajas desordenadas en el suelo. Esa actuación barata bastó para que Zareth supiera que estaba furiosa. No molesta. No irritada. Bastante furiosa. Y ese sabor amargo en su boca solo se volvió más intenso.
—Airina… —la llamó, casi rogando, pero ella no lo miró.
—Reigh, ¿cuál es la pieza que falta? — le preguntó en voz alta al moreno que frunció levemente el ceño, confundido—. Para el gatillo. ¿Cuál es la que falta? —Su voz se quebró un momento—. Responde.
—Eh… —Reigh parpadeó rápido, sin saber que decir.
Airina rodó los ojos, rebuscando en la caja.
—Olvídalo —dijo ella—. Ya la encontré.
—Airina… —Volvió a llamar Zareth.
—Comandante —replicó ella, con una sonrisa tan falsa que hasta Reigh ladeó la cabeza—, tengo que terminar esto rápido. En una hora debo estar en la Corte Suprema. —Siguió ordenando piezas, como si estuviera ajustando su vida entera a punta de tornillos—. Cualquier cosa que tenga que decirme, ¿puede ser después? —remató, con un tono cortante—. Se lo agradecería enormemente, mi comandante.
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Editado: 25.11.2025