034 del Mes de Yvelis, Diosa del Amor
Día de la Tierra Quieta, Ciclo III
Año del Fénix Dorado 113 del Imperio de Valtheria
Cathanna corrió hasta ponerse en una de las filas y cerró los ojos por un breve momento, llevando aire erráticamente a sus pulmones. Elevó la mirada hacia el estrado negro de piedra, donde se encontraban seis personas que no había visto antes, todos vestidos con esos uniformes que, desde que desde el primer momento que los vio, le parecieron interesantes.
Los dos primeros vestían un uniforme escarlata, con una textura que le recordaba a las resistentes escamas de un dragón. Llevaban una túnica negra sobre los hombros, sujeta con dos broches en forma de llama, del mismo tono oscuro que las botas de cuero que les llegaban un poco más abajo de las rodillas. Los siguientes llevaban uniformes de una cordura tan oscura que parecía tejido por la mismísima noche. Cuatro correas se entrecruzaban alrededor de sus torsos, y capuchas ocultaban sus rostros apenas dejando ver los ojos, con runas mágicas en cada borde. Y los últimos vestían un uniforme táctico marrón, ligeramente ceñido y lleno de bolsillos, donde tenían dagas enfundadas. Sus rostros estaban cubiertos, dejando ver sus ojos.
—¡Atención! —exclamó un hombre de hombros anchos y barba negra hasta el pecho, de uniforme escarlata—. Hoy, por fin, los reclutas, después de haber sobrevivido tantas semanas aquí en Rivernum, deberán escoger la brigada a la que pertenecerán hasta graduarse. —Una sonrisa poco amable apareció en su rostro lleno de cicatrices grandes—. Ya todos deben saber que hay tres: Vendaval, Terrestres y Subterráneos —concluyó, llevando las manos detrás de la espalda.
Al decir esas palabras, los cadetes se movieron hacia el fondo de las filas, dejando a los recién llegados al frente. Cathanna quedó en el puesto quince, justo delante de una mujer de cabello violeta. Intentó buscar una figura conocida, pero todos estaban donde sus ojos no veían. Bufó, acomodándose en su lugar, bien derecha.
—Deberán escoger muy bien, reclutas —dijo esta vez una mujer vestida de verde—, porque después no habrá segundas oportunidades para cambiar de brigada. Y si no les gusta donde están, se aguantan.
De pronto, tres columnas a la altura de la cintura de una persona de metro ochenta aparecieron debajo del estrado. La de Vendaval estaba finamente tallada con grandes alas desplegadas y relieves de dragones, como si estuvieran surcando el cielo. La de los Terrestres estaba rodeada con raíces entrelazadas y majestuosas montañas puntiagudas. Y la última, de los Subterráneos, se alzaba con varias grietas y fisuras profundas que simulaban los túneles sin fondo.
—Tenemos tres columnas —continuó la mujer tras aclararse la garganta—. Por la forma que están hechas, puedo suponer que ustedes ya pueden reconocerlas. —Un pergamino se le fue entregado por un cadete que subió al estrado—. Los llamaremos uno a uno para que hagan la elección de su brigada. Reitero: escojan bien. Esta es una decisión que cambiará todo para ustedes dentro de Rivernum.
Dos cadetes se pusieron frente a cada columna, sosteniendo bandejas de plata con pañuelos con los colores del uniforme. El primer recluta fue llamado, después de varios segundos de inseguridad donde él no sabía cuál escoger, puso su mano en la columna de Terrestres, provocando un leve brillo que llenó cada montaña. Un pañuelo fue amarrado en su brazo derecho y los aplausos no se hicieron esperar.
Cathanna cerró los ojos por un momento, tratando de calmar los latidos delirantes de su corazón. No sabía cuál escoger; en todo el tiempo que llevaba ahí, no se había detenido a pensar en ello. Cuando los abrió nuevamente, se encontró con Zareth acercándose a paso relajado. Lo reconoció, aunque estuviera cubierto de pies a cabezas.
Recordó sus palabras de unirse a los Vendaval, pero tenía mucho miedo de hacerlo, pues sabía que eso significaba que todos sabrían que poseía como Destino un Valkiria y no era lo que quería en ese momento, ni nunca. Amaba la atención, pero no en Rivernum.
—Recluta... —susurró cerca de su oído, causándole escalofríos—. Sé que me dijiste que no me acercara a ti, pero no puedo permitir que arruines esto por las dudas que tienes. Únete a Vendaval. Es tu mejor opción. Tienes una gran bestia como destino.
—No quiero que todos sepan que estoy vinculada a un Valkiria —susurró solo para él, dejando escapar su frustración—. Un Valkiria es difícil de tener como Destino, y aún más difícil de entrenar. Además, su entrenamiento debe realizarse junto a otros dragones y jinetes. No solo son conocidos por su poder, sino también por su desprecio hacia la humanidad y por considerar inferiores a los demás dragones. Realmente... no quiero problemas, ni que los demás se me acerquen por interés. —Sus hombros decayeron brutalmente—. No lo haré.
—Por favor, recluta, piénsalo bien —imploró, sintiendo algunas miradas en él, pero le restó importancia y se concentró en ella—. Sé que no es nada fácil. Sé que muchos ojos estarán en ti. Pero Vendaval te entrenaría para que fueras imparable junto a tu Destino. —Dicho esto, se alejó, dejándola con la espina de la duda clavada en el pecho.
Cathanna estaba tan confundida que solo quería correr a un lugar donde nadie la encontrara, lejos de decisiones tan complicadas, donde no tuviera que escoger a dónde pertenecer en esa academia.
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Editado: 25.11.2025