034 del Mes de Yvelis, Diosa del Amor
Día de la Tierra Quieta, Ciclo III
Año del Fénix Dorado 113 del Imperio de Valtheria
Cathanna caminó y caminó hasta adentrarse en un pasillo donde la luz de la antorcha titilaba como si le costara seguir respirando. Fue entonces cuando escuchó pasos aproximándose con prisa. El instinto la obligó a pegarse contra la pared, justo en un rincón donde la oscuridad devoraba la luz. Su pulso se aceleró, y en el silencio apenas contenido, sus ojos reconocieron la silueta de Valkhriar... junto a Dyanney.
—Pero Valkhriar, eso es una locura. ¿Qué haría ella aquí? —le preguntó la mujer con una voz incrédula—. Creo que estás confundido.
Cathanna parpadeó varias veces cuando los recuerdos llegaron a su cabeza. Ese día, cuando escuchó sobre la maldición, había oído ese nombre: Valkhriar. Abrió la boca al tiempo que los ojos. Era el hombre que había estado en la habitación con su madre y su abuela, cuando escuchó que era la descendiente de una bruja.
Sentía que nada tenía sentido.
—Te lo juro por todos los dioses, Dyanney. Es ella. Puedo reconocer esos ojos en cualquier parte. Nadie los tiene de esa manera porque forman parte de la maldición de Verlah —murmuró con un hilo de voz que Cathanna apenas pudo escuchar—. Es Cathanna, pero no sé qué hace aquí esa chica, cuando ya debería estar bajo tierra. —Su mandíbula se endureció—. Efraím debió matarla...
—¿Y si no es ella? —preguntó Dyanney, con la duda.
—Entonces tendremos que averiguarlo —replicó Valkhriar.
—Esto es una locura... —Comenzó a mover la cabeza de un lado al otro, desconfiada—. Es imposible que sea esa mujer. Si Cathanna estuviera aquí en Rivernum, ¿no deberías saberlo ya? Mantienes contacto con esa familia seguido. No creo que te lo hayan ocultado.
Valkhriar percibió unos ojos en él.
—Déjalo en mis manos, Dyanney —susurró, viendo a la oscuridad—. Te demostraré que Cathanna está aquí.
Valkhriar inclinó la antorcha hacia abajo, revelando un pasadizo oculto que se abrió lentamente frente a ellos. Cuando ambos desaparecieron en la oscuridad, Cathanna por fin se permitió respirar con algo de alivio. Permaneció quieta por varios segundos, tratando de procesar esas palabras. ¿Por qué el director quería verla muerta? Luego se echó a correr lejos de ese pasillo.
Todo parecía un juego macabro, un tablero donde ella estaba destinada a perder, aunque jamás hubiese aceptado ser una ficha.
Siguió corriendo hasta que sus piernas la llevaron de nuevo a la fortaleza. Al entrar, se topó con un bullicio inesperado: todos conversaban entre sí con una emoción que desentonaba con el caos en su mente. Se acercó a Shahina, que estaba sentada junto a Han, mientras Lysisthea permanecía en el suelo, hojeando un cuaderno.
Se dejó caer sobre el suelo frío, clavando la mirada en el cielo estrellado. Las montañas de Rivernum eran, sin duda, unas de las más altas de todo el continente; el lugar perfecto para contemplar el firmamento en todo su esplendor… y esconderse sin ser descubierta. Sin embargo, aquella misma altura era también una condena: la presión volvía cada entrenamiento una tortura lenta y silenciosa.
—¿Dónde estabas? —preguntó Lysisthea, dejando el cuaderno de lado—. ¿Y por qué hueles de esa manera? —Hizo una mueca de asco.
—Solo quise dar un paseo y terminé cayendo en un charco con esta sustancia. —Hizo una mueca de asco.
—¿Y qué tal te sientes por ser de Vendaval? —curioseó Han.
—Es extraño —reconoció Cathanna, acomodándose en el suelo—. Siento que no debería estar ahí, cuando ni siquiera sé cómo es el temperamento de mi Destino. Pero igual, espero que todo salga bien. Ya no hay vuelta atrás, ni momento para quejas estúpidas, creo.
Lysisthea y Han habían elegido los Subterráneos. Se habían puesto de acuerdo unos minutos antes, porque al igual que Cathanna, no tenían claro a dónde ir; lo único seguro era que no sería Vendaval.
—Creo que debemos irnos —aludió Lysisthea, levantándose. Su mirada estaba fija en un punto detrás de Cathanna—. Nos vemos en la rotonda. No llegues muy tarde. Mañana será un gran día.
Cathanna frunció el ceño, confundida. Giró la cabeza hacia donde miraban sus amigos y entonces lo comprendió: vio a Zareth acercándose con su habitual rostro serio, acompañado de un mono que devoraba una manzana con una desesperación que le causó mucha risa.
Apenas sus amigos se alejaron, ella se puso de pie apresuradamente. Notó que, en sus manos, él llevaba una carta blanca.
—¿Cómo te fue con tu Destino, recluta? —preguntó Zareth, desviando la mirada hacia el mono que seguía mordiendo la manzana con la misma desesperación hasta tragársela por completo.
—Mmm... no sabría decirte —respondió Cathanna, curvando los labios—. No sé si aceptó o me rechazó. Se fue sin darme una respuesta clara. Ya solo tendría que esperar a que no me deje humillada mañana al no aparecer. Supongo. ¿Qué tienes ahí, Zareth?
—Una carta de tus padres —explicó, extendiéndosela con cierta duda—. Pensé que sería bueno saber sobre tu familia después de tanto tiempo aquí encerrada. No preguntaste por ellos por lo que quise ir yo.
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Editado: 25.11.2025