Juego De Brujas

CAPÍTULO 036

035 del Mes de Yvelis, Diosa del Amor

Día de las Llamas Eternas, Ciclo III

Año del Fénix Dorado 113 del Imperio de Valtheria

Cathanna volvió a respirar con dificultad mientras mantenía la mirada fija en los tambores que eran golpeados con intensidad por los diez cadetes vestidos con túnicas rojas sobre el enorme estrado de madera. Tenía las manos detrás de la espalda, figurando no moverlas demasiado, ya que cualquier movimiento irregular era un motivo válido para que el cadete de último año que pasaba entre todos ellos, la sacara de la formación.

Sszhar thrai.

Velah h'raash.

Drakai khathor.

Vhori arrashk.

Cathanna no tuvo que hacer ningún esfuerzo para traducir aquellas palabras; su mente las cambió fácilmente: «Soy un dragón. Escucha el rugido del viento. El vuelo está cerca. La eternidad nos llama». Un antiguo ritual de dragones que se usaba para honrarlos.

—Los dragones son sagrados, reclutas —empezó una mujer, siguiendo el ritmo de los tambores—. Son vitalidad. Son el equilibrio del mundo. Quien toque a uno, quien ose siquiera levantar un arma contra ellos sin justa causa… conocerá un castigo peor que la muerte. Porque aquí —añadió, levantando una mano enguantada hacia la bandera de Valtheria que ondeaba atrás— la caza de dragones no es solo un crimen: es una traición imperdonable. En otros reinos e imperios hay cobardes… —escupió la palabra con desprecio—, Desprovidos que los cazan por oro, por poder, por pura estupidez humana. Pero aquí, en tierras Valtherianas no hacemos eso. Nunca.

Cathanna entrecerró los ojos, examinando cada palabra que salía de la boca de Tamaris —una de las coordinadoras de la brigada.

—Así que, reclutas —prorrogó, alzando la voz. Gracias al vociferador delante de ella, pareció hacer temblar al mismo aire—, llamen a sus Destinos.

«Szharesh velah»

Cathanna apretó los dientes con fuerza, cuando los dragones, poco a poco, fueron saliendo de los vínculos de sus Destinos. Blazefire, Xyphara, Terrova, Vearhion, Nyssaneth. Todos aterrizaron en el terreno. No había ningún Valkiria y eso solo logró aterrorizarla más.

Quiso convencerse de que no acudiría, de que Nyxeret no estaba destinada a ella. Sin embargo, un rugido poderoso desgarró el cielo, haciéndole vibrar cada uno de los huesos. Los tambores cesaron de golpe y un silencio sepulcral cubrió el campo de entrenamiento.

—Thak Ziahsz —escuchó la voz de Nyxeret en su cabeza.

Cerró los ojos por un momento, suspirando aliviada.

—¿Quién es su Destino? —preguntó un hombre enorme, con las manos firmes detrás de la espalda, y esos aires de autoridad que hacían temblar hasta al más valiente.

Nadie respondió, y Cathanna se alarmó, tragando duro.

—¿Quién es su Destino? —repitió más fuerte, tensando la mandíbula, y esta vez fue como un trueno que cayó en medio de los reclutas, obligándolos a enderezarse de golpe—. ¿Por qué todos se ven tan asustados? No sean nenitas, por todos los santos dioses. Quiero ver a ese valiente que soportará a esta criatura de los dioses. Vamos, vamos, que él suertudo alce la mano. No hay nada que temer.

Él esperaba que un hombre levantara la mano, porque en su mentalidad, un dragón tan poderoso jamás podría vincularse con una mujer. Por eso, cuando fue una ella —y no un él— quien lo hizo, su mandíbula se tensó aún más. Por un instante quiso convencerse de que se trataba de una broma de mal gusto, que en cualquier momento aparecería el verdadero elegido. Pero al ver que ningún hombre se alzaba, la molestia empezó a crecerle por dentro, como un fuego contenido a punto de estallar. Sus ojos se redujeron, estresado.

—¿Es en serio? —soltó con tono despectivo, apoyando un dedo en la punta de su nariz y respirando con pesadez—. ¿Una mujercita? ¿Qué sabe una mujer sobre los Valkirias? Esto debe ser un chiste —agregó, caminando hacia el estrado. Subió despacio las escaleras de piedra y se posicionó frente a todos, con las manos detrás de la espalda—. Espero que ella realmente pueda montar a un dragón como ese. Sería humillante que le quede grande su propio compañero.

Cathanna bajó la mano lentamente, sintiendo cómo la humillación se extendía por todo su cuerpo. Se sintió diminuta bajo todas esas miradas, y por un instante quiso desaparecer, esconderse donde nadie pudiera verla con esos ojos llenos de veneno y celos. ¿Qué tenía de malo ser ella la elegida por un Valkiria y no un hombre? ¿Acaso ser mujer la hacía menos que cualquiera? ¿Y por qué, sobre todo, debía ser humillada así, frente a todos sus compañeros?

Pero incluso en medio de esa humillación, sabía que tenía una mente propia, suficiente para aprender cualquier cosa y, sobre todo, entender el destino que los dioses le habían otorgado. Tenía agallas, ganas de lograr cosas gigantes, y, más importante aún, la valentía para conseguirlo así tuviera al mundo en su contra.

—Pueden acercarse a su Destino —continuó el hombre, mirando a los reclutas con una sonrisa arrogante—. Recuerden que los dragones deben pasar por la máquina que está allá —señaló hacia el enorme artilugio de metal— para que se les coloque el arnés de Vendaval. No se queden quietos como estatuas. El tiempo corre.




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