Juego de Dioses (goku black x oc)

Prólogo

 

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Un bostezo exagerado se escuchó por todo el palacio. El Sumo Sacerdote, que se comunicaba en ese momento con uno de sus hijos de otro universo, miró hacia un lado y vio como el Rey de Todo estiraba los dedos para estrellar un planeta contra otro de su maqueta interestelar, jugando como si eso fuese lo más tonto del mundo.

 

El Sumo Sacerdote terminó su conversación y se dirigió a paso lento hacia su Majestad. El pequeño lo miró con ojos somnolientos y lanzó otro bostezo que hizo sonreír al Padre de Todos Los Ángeles.

 

—Estoy aburrido —sentenció el Todopoderoso con una vocecita aguda e infantil.

 

—Me di cuenta —replicó el Sumo Sacerdote con amabilidad— ¿Desea hacer alguna otra cosa en especial? ¿Visitar alguno de los universos personalmente?

 

—Eh, no quiero.

 

—¿O destruir alguno de los universos?

 

El pequeño ser de poder monstruoso lo pensó unos segundos, y luego negó con la cabeza. El Sumo Sacerdote suspiró, pensando en que aquello debió haberlo visto venir. Si hubiese querido, podría haber eliminado a alguno de los universos de la forma más aburrida posible, con un chasquido de dedos. Cosa que solo era un decir, por supuesto, porque el Rey de Todo no sabía chasquear los dedos. Sus métodos eran incluso aún más impresionantes: podía destruir cualquier cosa con solo desearlo. El Sumo Sacerdote recordaba haberlo visto destruir uno de los universos anteriores mientras dormía.

 

Que cosa más fascinante.

 

Y hablando de sueños...

 

—Tal vez usted está cansado ¿No desea irse a dormir?

 

El Rey de Todo movió negativamente la cabeza mientras bostezaba. En cambio, preguntó:

 

—¿Crees que Goku está buscando a alguien con quien yo pueda jugar?

 

—Tengo la impresión de que Son Goku es de esos mortales que cumplen sus promesas.

 

—¿Sabes cuando vendrá?

 

—No, pero ¿quiere que lo averigüe?

 

El Rey de Todo movió su majestuoso cuerpo, saltando de la silla al piso, pues tenía una altura considerable para él. En comparación con el Sumo Sacerdote, el Rey de Todo se veía como un pequeño e inofensivo niño. Y actuaba como tal, ya que estiró una de las manos hacia el Sumo Sacerdote y sobándose un ojo con la otra, dijo:

 

—Pensándolo bien, si tengo ganas de dormir. Dejemos lo demás para mañana ¿si?

 

—A sus órdenes.

 

Mientras avanzaban por el pasillo, escoltados por dos guardaespaldas reales, el Rey de Todo pareció acordarse de algo de improviso porque dejó de caminar. Automáticamente, es imitado por sus guardias que retroceden hasta quedar detrás de él como dicta su protocolo.

 

—Sabes, ayer tuve un sueño — dijo hacia el Sumo Sacerdote — Una pesadilla ¿si?

 

—Entiendo. Por eso hoy se ha saltado la hora de su siesta.

 

—Fue horrible ¿si? En el sueño que tuve había una esfera que repetía "A sus órdenes, a sus órdenes" a cada rato. Como tú hace unos minutos.

 

Al escucharlo, el Sumo Sacerdote dobló una de sus rodillas, y se inclinó, pidiéndole disculpas al pequeño Rey por traer a sus memorias tan terribles sentimientos.

 

—Estás perdonado— dijo con simpleza el Rey— Y no importa ¿si? Mi sueño se repite tantas veces que ya me lo aprendí.

 

—¿Repetido?— se sobresaltó el Sumo Sacerdote, levantando de golpe la mirada del suelo.

 

—Tres veces ¿si? —y luego lo relató.

 

En el sueño del Rey de Todo, él mismo se encontraba en la entrada de un bosque de árboles tan grandes como montañas que abarcaba todo el paisaje hasta perderse de vista en el horizonte. Mientras observaba esto, del cielo bajó una esfera voladora, iluminando el bosque con luces de múltiples colores, y aterrizó a los pies del árbol más grande de todos. El ruido que provocó su aterrizaje hizo que unos seres vestidos de blanco emergieran del bosque y se inclinaran ante la esfera, diciendo: "A sus órdenes, a sus órdenes.  Te seguimos solo a ti, diosa. No tememos al castigo de otros dioses. Por ti volveremos. A sus órdenes, a sus órdenes.". 

 

Un silencio se hizo presente al terminar el relato del Todopoderoso. Los guardaespaldas cruzaron miradas  entre ellos con ojos muy abiertos. Incluso el Sumo Sacerdote, quien se caracterizaba por un absoluto dominio de sus emociones, se levantó del suelo con su frente brillando por el sudor.




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