Ocho de la mañana.
Juan tuvo el detalle de escribirme en un papel el número de la puerta en la que ahora estaba esperando ya que Leo había desaparecido desde muy temprano y ni siquiera dirigió una palabra a nadie. En cuanto terminamos de desayunar Juan me dejó claro que esa mañana estarían todos ocupados.
—¿Estás segura que podrás llegar sola? Esto es muy grande. —Noté la significante mirada que me dedicó mientras apuntaba el número en un papel que había roto de su carpeta.
—Lo único que podrá pasarme es que me maten de camino, nada grave. —Retuvo esta vez una sonrisa pensativo.
—Confío en que Leo llegará puntual, quedan diez minutos para ser las ocho así que será mejor que vayas, es mejor no enfadarle.
—¿Es que no ha nacido enfadado? —Pregunté levantándome de la mesa agarrando el papel con el número.
—Ya ves que no. —Me sonrió antes de marcharme.
Así que ahí estaba esperando, miré varias veces que el número que había apuntado Juan coincidía con el número de la puerta, por alguna razón estaba nerviosa, eran pasadas las ocho y no había rastro de Leo.
¿Dónde se había metido? Seguro que llego a venir tarde y estaría esperándome incluso antes de las ocho, para poder amenazarme y hacerse el arrogante una vez más.
Seguí esperando seguramente una hora, mis pies ya me estaban doliendo por estar de pie apoyada en la puerta, me estaba escondiendo con una capucha que tenía mi chaqueta, no podía dejar de notar las miradas fugaces sobre mí mientras la gente pasaba por mi lado.
Vamos Leo ¿dónde estás?
Lo habrán matado.
Mas quisiera.
Por un momento me sorprendí de mi propio pensamiento sangriento, a lo mejor estar en la base ya me estaba influenciando.
—¿Cómo es que estás aquí? —Noté una voz grave detrás de mí, me giré y di con el rostro del Demonio, que me analizaba.
—Juan. —Respondí secamente mientras él dejaba caer ambos hombros, desinteresado. —¿Dónde estabas? Te llevo esperando más de una hora.
—Matando. —Dijo tranquilamente abriendo la puerta.
Me quedé quieta unos segundos mirándolo con cara seria.
—Quedándote fuera no hará que lo devuelva a la vida, Elisabeth. —Puse los ojos en blancos y me metí adentro cerrando la puerta.
—¿Es en serio? —Pregunté incrédula, estando aquí no sabía lo que era broma y lo que no era tan broma.
Él se detuvo para mirarme serio enarcando una ceja.
—¿De verdad crees que te diré lo que he hecho? Venga que no tengo todo el día. —Sus manos se dirigieron a su sudadera negra que se la quitó sin dificultad quedándose en una camiseta corta del mismo color. Retuve el aliento cuando pude ver varias cicatrices en sus brazos que me decían que había una sangrienta historia detrás.
Me apresuré y me quité mi chaqueta negra quedándome en una camiseta de tirantes y sujetador deportivo, luego me descalcé y fui directa al tatami negro.
—¿Bien, sabes algo de defensa personal? —Dijo colocándose en frente de mí.
—Mmm... bueno, mi padre me estuvo enseñando.
—Pues veamos de lo que es capaz la señorita Stuart. —Adoptó posición de ataque y entonces me bloqueé al ver que íbamos a pasar a la acción tan rápido.
Cerré los ojos casi al instante cuando vi su puño dirigirse hacia a mi cara. Por suerte se detuvo a centímetros de ella.
—¿Se puede saber qué haces? —Exhalé aliviada.
—Lo siento... no estoy preparada. —Aclaré en voz baja.
—Pero me acabas de decir que sabes algo. —Asentí de inmediato.
—Lo sé, lo sé. Pero por un momento, me he bloqueado. —Su expresión se relajó.
—Lo sabía.
—¿Qué? —Enarqué una ceja.
—Si quieres dejar el entreno puedes hacerlo, morirás en menos de que completes la primera prueba. —Sentí la llama del cabreo encenderse.
—¿Estás de coña? —Entonces me arrepentí al instante de hablarle así.
—Si te bloqueas conmigo... no me puedo imaginar con un enemigo de verdad, es mejor dejarlo. —Apreté los puños del cabreo.
—Puedo hacerlo.
—Demuéstramelo.
Su mirada se clavó en mí mientras yo tomaba aire y lo soltaba mentalizándome, estiré el cuello y me puse en posición. Entonces él volvió a comenzar el entreno con el puñetazo que me lanzó antes, esta vez apreté los puños con fuerza y alcé mi brazo deteniéndolo al instante y entonces nuestras miradas chocaron.
Se lo devolví, hizo un ademan de agacharse y entonces me hizo caer al instante al darme con su pierna a las mías. Joder. Cerré los ojos al sentir el golpe que me llevé en la cabeza al caer mi cuerpo al suelo.
—En pie. No ha estado mal. —Esbozó una pequeña sonrisa que intentó ocultar mientras sacudía sus brazos, le ha gustado golpearme.
Le puse mala cara y me puse de pie.
Esta vez no esperé a que me atacara, fui a por él. Lo agarré por el abdomen hundiendo mi cara en el mientras intentaba tumbarlo, hacía fuerza con mis pies para llevarlo hacia atrás, él hizo contra fuerza intentando parar mi movimiento, entonces no dude en impulsarme sobre mis pies y llevarlos hasta sus hombros donde quedé boca abajo, lo pillé desprevenido, cayendo rendido, tiré con tantas fuerzas hacia abajo que fue inevitable caer juntos al tatami. Por un momento me costó incorporarme por el esfuerzo, pero como dicen "el diablo nunca perdona".
Leo se colocó encima de mí pero le agarré por la camiseta y volvimos a rodar por el tatami, no iba a permitir que me hiciera nada más, comencé a parar sus golpes e intentar lanzar algún que otro golpe pero había invadido todo el espacio, me estaba inmovilizando poco a poco y no me di cuenta hasta que fue demasiado tarde. Atrapó mis piernas entre las suyas y entonces enganchó mis brazos llevándolos por encima de mi cabeza. Mi pecho subía y bajaba por la adrenalina mientras él me había paralizado al completo quedándonos mirando.
—Vaya pero si la señorita Stuart sabe defenderse después de todo. —Intenté liberarme. —Apostaba que me iría de aquí decepcionado. —Su respiración estaba alterada por el esfuerzo que estaba poniendo en retenerme.