– La has matado, la has descuartizado – solté con voz temblorosa, mi hermano me tomó abrazándome.
– Deben morir – susurró apenas audible.
– ¿Qué dices? – preguntó mi hermano.
– ¡Deben morir! – gritó Marks sosteniendo el hacha y abalanzándose sobre nosotros.
Comenzamos a correr para que no nos alcanzara; venía atrás de nosotros y, afortunadamente, logramos perderlo por unos minutos.
– Escúchame bien, separemonos, así tendremos más posibilidades de escapar – me dijo mirándome a los ojos y pude ver el miedo en ellos.
– No me dejes sola – le supliqué llorando.
– No hay opción – dijo, y yo solo pude correr como él quería.
Corrí sin mirar atrás hasta que vi en la otra barandilla a Jeison.
– ¡Jeison! – lo llamé, y este me miró.
– Marián, ¿estás bien? ¿Y los otros? – me preguntó asustado.
– Yo estoy bien, pero Amarilis está muerta, Marks está po… ¡Jeison, cuidado! – dije, pero a él no le dieron tiempo de reaccionar, ya que Marks le clavó el hacha por la espalda. Yo solo solté un grito ahogado.