Daria
Debería haberse quedado en el hospital.
Daria no sabía cuánto tiempo había pasado allí. Pero mientras Masha estaba en el quirófano, ni siquiera se planteó volver a casa.
Tanto Masha como Andrei.
No dejaban pasar a nadie a verlos. Se sentaba en el pasillo, esperaba y repasaba infinitas veces en su mente los acontecimientos de ese terrible día. Ante sus ojos pasaban las imágenes del video editado, en sus oídos resonaba aquella voz impasible. Y Daria volvía a encontrarse en el gimnasio del liceo.
No veía nada a su alrededor, todos los rostros se fundían en un caleidoscopio continuo. Solo veía la cara perdida y destruida de su hija. Dasha sabía lo que Ratoncita estaba sintiendo, y su corazón se retorcía de dolor.
¿Quién necesitaba remover el pasado? Sacar a la luz toda aquella suciedad que Daria tanto se había esforzado por olvidar, por enterrar durante estos dieciocho años. Y casi lo había conseguido...
No pudo mirar a Topolsky, no pudo obligarse a darse la vuelta, aunque sabía que estaba cerca. Andrei salió corriendo inmediatamente tras Masha cuando la niña huyó del gimnasio. Él y Sergei Shvedov. Su segunda pesadilla.
Daria lo reconoció al instante, aunque había cambiado y madurado. ¿Pero qué hacía Shvedov en el liceo?
Empezó a abrirse paso entre la multitud hacia la salida. Le daba absolutamente igual lo que pensaran de ella y cómo la miraran. Completamente igual. Era como si le hubieran administrado anestesia y adormecido los órganos responsables de la vergüenza.
Dasha sabía que ya no trabajaba en este liceo. No debería haber venido. En cuanto supo que el hijo de Topolsky estudiaba aquí, debería haber agarrado a su hija y huir al fin del mundo.
Estaba junto a la puerta cuando se produjo la explosión. Gritos, chillidos, lágrimas, y todo se congeló dentro de ella. Se abrió paso a través de la multitud que retrocedía, salió al hueco de la escalera y lo primero que vio fue a Andrei, que yacía en el suelo cubriendo a Masha con su cuerpo.
Demasiada sangre, demasiada...
Era extraño que no se hubiera vuelto loca. Probablemente porque Shvedov, que se acercó corriendo, le gritó que estaban vivos. Él también estaba manchado de sangre, pero se movía con bastante agilidad.
Y luego todo se desvaneció, Dasha se despertó ya en la ambulancia que los llevaba a ella y a su hija al hospital.
Los operaron a ambos, a Ratoncita y a Topolsky. Andrei resultó más herido; si no hubiera sido por él, la vida de Masha habría estado en peligro. Ahora solo sus ojos estaban en cuestión. La operación tendría que posponerse, o quizás cancelarse por completo. Veinte por ciento de visión que le quedaría a su niña: ese era el pronóstico más optimista.
Quizás era terriblemente antipedagógico e inhumano, pero a Daria le daba igual quién era ese chico que trajo el rifle y el explosivo al liceo. Le llegaban fragmentos de conversaciones, pero apenas prestaba atención. Al parecer había estudiado en este liceo con beca deportiva, pero después de una lesión grave tuvo que dejarlo.
¿Y acaso eso era motivo para venir a la escuela y empezar a matar?
A él también se lo llevaron en ambulancia, pero no tenía fuerzas para preocuparse por él. Bastante tenía con Masha y Andrei. Con él los pronósticos no eran buenos, lo único que Daria logró conseguir fue la respuesta "su estado se ha estabilizado". Y eso de mala gana.
Era comprensible por qué: ella no era nadie para él. ¿Pero acaso por eso el corazón dolía menos?
Los operaron a ambos y los trasladaron a cuidados intensivos. En el hospital convencieron a Daria de que fuera a casa, de todos modos no la dejarían ver a Ratoncita inmediatamente. Y a Andrei no la dejarían verlo en absoluto.
Solo aceptó para darse una ducha y dormir un poco. Si es que podía dormir. Y luego volvería al hospital.
Ducharse le llevó diez minutos. Otros tantos secarse el pelo. Hizo café, pero casi vomita solo con el olor. Preparó té.
Justo cuando lo estaba sirviendo en la taza, sonó el timbre. No el portero automático, sino el timbre de la puerta. Dasha salió al vestíbulo y miró por la mirilla.
En el rellano había dos hombres. A uno lo reconoció al instante, quién era el otro lo adivinó. Su corazón dio un vuelco, se desplomó y se quedó inmóvil, sin atreverse a moverse.
Daria tampoco podía moverse, se apoyó contra la puerta y jadeaba en busca de aire.
— Dasha, abre, — sonó la voz de Shvedov desde detrás de la puerta. Sonaba apagada, pero aun así quería taparse los oídos, — sabemos que estás aquí.
— No, — susurró con dificultad, una mano invisible le apretaba la garganta, — váyanse. Fuera de aquí. Los dos.
— Dasha, no nos iremos a ninguna parte, — se acercó muy cerca de la puerta, ahora podía oír su respiración entrecortada. Exactamente como entonces...— Tendremos que hablar de todos modos. Y cuanto antes, mejor. No por nosotros. Por Masha.
— No te atrevas, — seguía susurrando, — no te atrevas a pronunciar su nombre. No es tu hija.
— Basta, — ahora él también se apoyó contra la puerta desde el otro lado, — sabes que eso no es cierto. Es mía o de Ilya. Estoy seguro de que es mía, pero quiero saberlo con certeza. Por favor, abre.
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Editado: 21.03.2025