Al volver a la fiesta sentí el ambiente muy tenso por alguna razón que desconocía. Cuando me acerqué un poco tambaleante a mi grupo y sentí cierta tensión entre Felipe y Nat que ésta al verme, parecía querer sacarme los ojos de la cara. Desvié mi atención a Emi, que estaba igual o peor que yo en estado de ebriedad, aunque acompañada por Leo. Hice caso omiso a la tensión y volví a la pista de baile con algunas chicas que tenían menos edad que yo. Seguí bailando entre las personas hasta que un tirón de mi brazo casi me hace caer.
— Ey ¿Qué te sucede? — no daba crédito a lo que veía. Nat con el maquillaje corrido por el llanto y Felipe tratando de que se calme, mientras que Lucas me tenía del brazo.
— ¿Sabes algo de James? — susurró, yo solo negué. No solo porque era un secreto su paradero, sino que realmente no sabía dónde había ido, solo sabía lo que iba a hacer.
A lo lejos, le oí a Felipe decirle a Nat: “Ves que no sabe nada, déjate de ver problemas donde no los hay”. ¿Estaba metida en un problema y no sabía?
— ¿Por qué, qué sucede? — traté de decir arrastrando las palabras. Tenía una borrachera encima que no era ni normal.
— Lo hemos estado buscando y llamando, pero no aparece y su celular está apagado — comentó. Yo sin más que decir me retiré y noté el estado deplorable en el que me encontraba, entonces le pedí a Leo si me podía llevar a mi casa.
Ya en mi habitación, me eché a dormir sin reparar en mi vestuario.
La vibración del celular me despierta. Observo la pantalla, pero no logro identificar bien de quién se trataba la llamada por el brillo.
— ¿Aló? — susurro, muy dormida.
— Lena… Soy James — escucho su respiración entrecortada y algo pesada — Necesito tu ayuda.
— Claro, ¿Dónde estás?
— En mi departamento — dice muy despacio y todo el sueño que tenía en mi sistema pareció desaparecer para dar paso al miedo — Te envió la dirección.
Con aquello dicho, finalizó la llamada, la hora cinco y cuarenta aparece en la pantalla junto con la información de James. Era extraño, era la primera vez desde que nos conocíamos que iba a su departamento.
Me aseguré de no hacer mucho ruido, coloqué un abrigo sobre mí, me puse unos pantalones mientras me sacaba el vestido por abajo, tomé mis cosas y salí. Todavía tenía alcohol corriendo por mi sistema, no era la primera vez que manejaba en este estado, pero no tenía remedio, debía de ir a ayudarlo. Quizás estaba desangrado y a punto de morir.
Al bajar por las escaleras y con mucho esfuerzo para no caer, llegué a mi vehículo. Creo que tardé más en encender la moto que en llegar al lugar, luego de comerme un par de semáforos rojos, cabe aclarar. Aunque he de añadir que al bajar de la moto casi me caigo, lo que me llevó a tener un raspón en mi mano por hacer equilibrio con una pared o columna.
Subo hasta el quinto piso y me detengo en la puerta con el número veintidós u once, alguno de los dos tenía que ser. Doy tres golpes con ansiedad a la puerta. Y nada. Vuelvo a golpear. Luego de algunos momentos la puerta se abre y la imagen de James, destrozado, me deja en un estado de shock.
— Pasa — dijo como pudo.
— Dios, James — suelto al verlo con más detalle. Camiseta llena de sangre, labio inferior partido, ceja reventada — Estas echo un asco — solté sin pensar.
— Gracias, también tengo un espejo — aplicó su sarcasmo, aunque con cierta dificultad.
— ¿Cuándo has regresado?
— No hace mucho... en el baño está el botiquín — me indicó.
Fui hasta el mencionado lugar, tomé lo que necesitaba y volví hacia James, quien había tomado asiento en un lindo sillón de cuero negro.
— Tienes que dejar esto. Algún día te matarás. No vale la pena. — al decir eso, escuchaba a mi hermana. Coloqué algo de alcohol en sus nudillos, y James sólo hacía muecas.
— Si es para protegerte, vale la pena, lo haría sin pensarlo. — dijo con pesadez sin mirarme, aquello me causó un revuelo que me hizo sonreír. Vendé sus manos, y comencé a limpiar su rostro.
— ¿Ganaste? — pregunte después de que pasaron algunos minutos de estar en completo silencio.
— Claro que sí — sonrió — Hubieras visto su cara — me miró directo a los ojos. Podía ver, entre tanto dolor, algo de felicidad. Que ganar de esa manera, le hacía sentir bien. Era un poco macabro, pero no era quien, para juzgar. Mi felicidad tenía dos ruedas y altas probabilidades de matarme si me descuidaba y más ahora con mi estado de ebriedad.
— Descuida, en la semana lo veremos — recordé a Matt, con quien compartía una clase de ciencias políticas — ¿Le has escrito a Nat? Estaba muy preocupada porque te fuiste sin avisar.
— No, aún no. Si lo hago, llamará y no estoy en condiciones de hablar — con su respiración pesada y su manera de hablar lenta volvió a cerrar los ojos.
— Ey, tranquilo, será mejor que te recuperes y des una excusa lógica, sabes que Nat no se conformará con cualquier cosa — traté de tomar algunas cosas haciendo el máximo esfuerzo para centrar la visión. Agradecí que James seguía con los ojos cerrados.
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Editado: 15.11.2024