Juegos del corazón

Capitulo 2- Nuestra adolescencia

[Capítulo 2] — Nuestra adolescencia

(Blanca)

A los 12 años, soy una niña vibrante y curiosa, con los ojos brillantes de entusiasmo y la sonrisa contagiosa de la niñez. Mi cabello puede ser largo y suelto, a menudo adornado con alguna trenza juguetona que refleje mi personalidad vivaz. Mi ropa, una mezcla de colores alegres y estilos cómodos, muestra su energía juvenil.

Vanesa y yo nos hemos convertido en inseparables en esta etapa de la vida. Nuestra amistad es una mezcla encantadora de risas y secretos compartidos. Juntas, exploramos el mundo, desde los desafíos de la escuela hasta las emocionantes aventuras que la adolescencia nos reserva. La complicidad entre nosotras es palpable, y la confianza mutua se convierte en la base de nuestra relación.

Los juegos de mesa se han vuelto una tradición entre Vanesa, Javier, Camila,  Tobias y yo . El Monopoly es nuestro favorito, y las tardes se llenan de risas mientras negocian propiedades y construyen imperios ficticios. Las partidas de Parchís son igualmente emocionantes, con cada movimiento estratégico acompañado por gritos de emoción y amistosa competencia.

Las reuniones para jugar se convierten en pequeñas celebraciones, donde la camaradería se refuerza con cada lanzamiento de dados y movimiento de fichas. En medio de la diversión, Vanesa y yo descubrimos no solo la emoción de los juegos, sino también la importancia de trabajar juntas para alcanzar metas comunes.

Este capítulo del inicio de mi adolescencia está impregnado de risas, amistad y la exploración emocionante de las relaciones que marcarán mi adolescencia. A medida que juegamos, aprendemos  y crecemos juntas, Vanesa y yo estamos construyendo recuerdos que perdurarán en el tiempo y solidificamos una amistad destinada a enfrentar los desafíos de la vida.

 

En mi adolescencia, me encontraba en la encrucijada emocionante de descubrir el mundo del amor y las emociones. Fui una adolescente que, con facilidad, caía enamorada de los chicos más guapos del colegio. Cada encuentro casual en los pasillos o mirada furtiva en el aula parecía desencadenar un torbellino de emociones.

 

Mi amiga Vanesa se convirtió en mi confidente, mi cómplice en estas travesías emocionales. Entre risas y suspiros, le contaba emocionada sobre cada nuevo crush. No había detalle que no compartiera: desde el nerviosismo al intercambiar miradas hasta las mariposas en el estómago al recibir un saludo amistoso.

 

Nuestra amistad se fortalecía a medida que compartía estas experiencias románticas. Vanesa se convertía en mi consejera de confianza, escuchando mis susurros sobre mis enamoramientos y ofreciendo palabras de aliento o incluso una perspectiva más objetiva. Era testigo de mis altibajos emocionales mientras exploraba los misterios del enamoramiento adolescente.

 

A veces, nuestras conversaciones se llenaban de risas cómplices cuando admitía mis tendencias a enamorarme fácilmente y mis intentos torpes de impresionar a esos chicos guapos. Vanesa no solo era una amiga, sino también una aliada en estas aventuras emocionales, recordándome que estos sentimientos eran parte natural de crecer.

 

Aunque mi corazón adolescente saltaba de una ilusión a otra, Vanessa estaba allí para apoyarme, enseñándome sobre la importancia de la amistad, la autoaceptación y el disfrute de estas experiencias efímeras. A través de nuestras conversaciones, descubrí que enamorarme fácilmente era simplemente una etapa de exploración emocional, y que la verdadera belleza estaba en la conexión sincera y duradera que compartíamos como amigas.

 

Desde mis 12 años, me percaté que  había algo en Javier que me hacía sentir diferente. Tal vez era su sonrisa contagiosa, su sentido del humor travieso o simplemente su forma de mirarme. Sea lo que fuera, había despertado un interés especial en mi desde el principio.

 

A medida que crecíamos, ese interés se transformaba en un profundo enamoramiento. Yo no podía evitar sentir mariposas en el estómago cada vez que veía a Javier, y cada encuentro casual se convertía en un pequeño evento en mi mente. Soñaba despierta con la posibilidad de que algún día él notara mi  presencia de la misma manera que yo notaba la suya. Pero este sentimiento decidí mantenerlo en secreto, aunque con los chicos que llamaban mi atención nunca llegué más lejos que un beso en la mejilla.

Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo, comencé a notar un patrón preocupante. Javier parecía tener una lista interminable de chicas que entraban y salían de su vida. Cada vez que lo veía con una nueva chica, sentía un pellizco de decepción en el corazón. Me preguntaba si alguna vez sería yo la elegida, si alguna vez tendrían la oportunidad de explorar lo que sentíamos el uno por el otro.

 

A pesar de mis sentimientos, yo intentaba mantener una actitud positiva. Me decía a sí misma que tal vez Javier simplemente no había encontrado a la persona adecuada todavía, o que tal vez yo simplemente no era lo que él buscaba. Pero cada nueva decepción hacía que mi confianza se tambaleara un poco más, y el brillo en mis ojos se desvanecía lentamente.

 

A medida que crecíamos, Javier y yo seguíamos siendo amigos cercanos, compartiendo risas y confidencias como siempre lo habíamos  hecho junto a Vanesa. Pero en el fondo de mi corazón,  sabía que mi amor por él seguía siendo tan fuerte como siempre, a pesar de las constantes decepciones. Y aunque temía que mis sentimientos nunca fueran correspondidos, no podía evitar aferrarme a la esperanza de que algún día, tal vez, él se diera cuenta de lo que tenía justo delante de sus ojos.

 

 

Me encontraba en nuestro patio trasero, disfrutando del sol de la tarde y la tranquilidad del vecindario. Con curiosidad, miro hacia la casa contigua, la de los Agramonte Gil, y noto que parecía estar más tranquila de lo habitual. Las cortinas estaban cerradas y no se escuchaba ningún ruido proveniente de la propiedad.




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