LAS CARTAS SOBRE LA MESA
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"Muévete en silencio y con astucia, solo entonces podrás entender el verdadero juego"
🃏―L.Y.S
Habían pasado ya doce años desde la primera jugada de cartas que me había enseñado mi abuelo, y desde entonces, he dedicado mi tiempo a la mejora de todas las tácticas y de todos los movimientos posibles con la ayuda de su sabiduría.
Ahora, con los conocimientos superiores a todos los jugadores, mi vida se basaba en apuestas, sacando el dinero de todos los ricachones que me encontraba en Las Vegas.
Con la ayuda de Deimos encontraba a mis objetivos, gente millonaria que pasaba su media vida en los casinos apostando por chicas guapas y la otra estafando a otros para obtener sus beneficios o dejarlos en la quiebra. Las cosas eran simples, entrar con un nombre falso, seducir a tu oponente y jugar contra él.
―¿Estás segura de esto?― pregunta Deimos mirando hacia el casino―. Sabes que a tu abuelo no le gustará esto, ni mucho menos cuando se entere.
Volteo los ojos y saco una risa burlona.
―Tranquilo, esto es por una buena causa, y además, ya lo hemos hecho varias veces. Mi abuelo lleva dos meses sin dar señales de vida y no sé nada de él.― digo mientras me acomodo la segunda bota en el pie izquierdo―. Vamos.
El casino era como un cóctel lleno de colores. El rojo reluciente que desprendían las luces favorecía a las bailarinas que se encontraban en el escenario, y el naranja daba un toque plácido y misterioso al lugar. La música estaba a un volumen adecuado para establecer un vínculo sensual y perfecto con el ambiente.
―Allí está nuestro hombre.― dice Deimos haciendo una seña con la cabeza―. Italiano, treinta y nueve años, soltero y con mucho dinero. Estaré en la esquina observando. Sobre cualquier cosa te avisaré por el transmisor, y recuerda, si hay algo que resulte sospechoso nos vamos― asiento.
Me acerco lentamente hacia su mesa, y volteo hacia el lado donde se encuentra. Con gracia y suavidad tocó sus hombros y le susurro a la oreja.
―Buena jugada, al parecer aquí hay alguien que sí sabe jugar.― me tomó de la mano izquierda y me llevó delante de él.
―¿Con quién tengo el honor?.― dice y me besa la mano.
―Alessandra Cassio.
―¡Alessandra, qué hermoso nombre!― sonríe―. ¿Qué desea esta señorita tan encantadora?
―¿Qué tal una partida?― uno de sus hombres se acerca hacia nosotros y él le hace una seña para que se pare.
―¿Dudo que pueda ganarme, pero que me ofrece a cambio?
―Lo que quieras, al fin y al cabo, tú decides.― le sonrío y él me da una mirada rápida de arriba hacia abajo.
―Bien, entonces que empiece la partida.
Me siento delante de él y el crupier empieza a repartir las cartas.
―Espere un momento.― el hombre lo detiene y de su bolsillo saca una baraja entera de cartas. Se las tiende y este las mira―. Como jugador de clase alta, cada uno de nosotros tiene sus propias cartas y puede jugar con ellas en una apuesta, sin trampas, sin cambios y sin nada. Puedes verificar las cartas si no confías―. Espero que no te importe preciosa.― clava su mirada en la mía y sonríe con malicia.
―No, adelante.
El chico despliega las cartas y las comprueba. Asiente con la cabeza y las mezcla todas al mismo tiempo que explica las reglas.
―Las reglas son simples, seis cartas para cada jugador, nada de trampas, un turno para cada uno y dos repeticiones de coger una carta de la bandeja que se os ofrece después de las dos primeras jugadas. La partida puede empezar.
Cuatro jugadores, dos a cada lado y dos delante. La tensión que se sentía en el aire cada vez se volvía más pesada.
El primer turno había empezado. El hombre rubio que se encontraba a mi lado puso una carta sobre la mesa y el otro procedió a hacer el mismo movimiento, seguidamente yo hice lo mismo y ahora solo le tocaba a mi contrincante. Miraba las tres cartas de color azul sobre la mesa y se tocaba la barbilla.
―Puedes mezclar las cartas.― dijo mirando al crupier y añadiendo su carta a las otras.
―Podéis escoger una carta y otra de la baraja.― las tendió sobre la mesa en fila y cada uno de nosotros cogió una.
―Bien, supongo que ahora vamos a lo más importante, la apuesta. Apuesto tres millones de dólares para quien tenga las cartas más altas.― espetó el moreno y empezó a dar golpecitos suaves en la mesa.
―Dos millones.― siguió el hombre de la derecha―. Y que mi hermano ponga el otro millón.
―Un millón entonces.― procedió el otro, y los tres clavaron la mirada en mí.
―Cinco millones de dólares, es una oferta grande, ¿no creéis?― estaba convencida de que no dejarían pasar una oferta como esta y me arriesgué a lo grande.
Los hombres sonrieron. Colocamos las cartas de la segunda ronda sobre la mesa y volvió a repetirse lo mismo que en la primera.
―Cojan la carta que está sobre la mesa y la otra carta de la baraja desplegada que tengo en las manos.― dijo el crupier, extendiendo las cartas hacia nosotros.
Cogí la primera carta que se encontraba en la izquierda de mi oponente y conté.
Catorce, trece, doce, once, diez...
Tomé la carta que se encontraba entre los números doce y diez.
―Las dos partidas han terminado, que los cuatro jugadores pongan sus cartas sobre la mesa.
Los dos hermanos tendieron sus cartas al mismo tiempo. El alto moreno las dejó después de ellos y yo la última.
―El primer jugador ha obtenido póker. El segundo escalera. El tercero doble pareja y la última jugadora flor imperial.
Los tres se quedaron mirando las cartas.
―¡Imposible!― expuso uno de los hermanos―. Ha hecho trampa, es imposible que...
―¡Cállate!― dijo el hombre que estaba delante mío. Hizo un gesto con los dedos y uno de sus hombres vino hacia él―. Llévatelo.