Juegos Mortales

Introducción

Ciudad de Busán, Corea del Sur.

Desde muy temprana edad supo lo que era el sufrimiento. Nació en el seno de una familia conflictiva: su padre estaba al servicio de la mafia, y su madre estaba consumida por el juego siendo capaz de entregar su propio cuerpo con tal de conseguir dinero.

Durante un breve instante creyó que su vida podría cambiar con la llegada de su hermanito menor en el año 2009, sin embargo vio con horror cómo sus propios padres silenciaban para siempre el llanto del recién nacido.

Su madre fue detenida de inmediato. Su padre logró escapar pero sus enemigos lo encontraron antes que la justicia.

No hubo dolor por la pérdida parental. Solo alivio.

Como no tenía familiares directos que se hicieran cargo, el Estado decidió enviarle a un orfanato que, irónicamente, se llamaba “Felicidad” puesto que allí sucedían las peores calamidades disfrazadas de bondad: castigos físicos, hambre y miedo.

La pesadilla volvió a empezar hasta que un día todo eso cambió.

Un nuevo voluntario llegó al orfanato, y sin saberlo, alteró por completo el equilibrio de aquel mundo roto. Se trataba de un muchacho en sus veinte años, de frondoso cabello negro y ojos color avellana, y con una sonrisa que parecía no borrarse jamás. Era delgado, de facciones suaves, y una voz envolvente como un abrazo.

Observaba desde las sombras como jugaba con los demás. Su trato era amable, tierno…diferente. No lograba entender cómo alguien como él había terminado en ese lugar. Y odiaba escuchar los malos comentarios de los otros adultos sobre la única persona que verdaderamente se preocupaba por los huérfanos.

Pasaron meses antes de poder acercarse porque temía que, al igual que los demás, terminara lastimando. Y para su suerte ese golpe nunca llegó.

Pudo corroborar lo que había visto desde lejos. Sus palabras eran cálidas como los rayos del sol. Su sonrisa era adorable.

—Que suerte que te animaste a venir—le dijo una vez; su habitual sonrisa se hizo presente—.Bien niños, ahora que estamos todos, ¡¿Quién quiere escuchar un cuento?!

Los pequeños respondieron “yo”, con una alegría impropia de ese lugar.

Park Ji-Hoon era su nombre.

Y prometió no olvidarlo jamás.

Desde entonces jugaron, rieron, se abrazaron, vivieron.

Fueron los dos años más inolvidables hasta que ocurrió ese incidente.

Luego de mucho esfuerzo, Ji-Hoon había logrado el permiso para llevar a los niños al parque de diversiones. Todos esperaban con ansias ese día, en especial quien más lo admiraba.

Pero ese momento nunca llegó.

El cielo que prometía estar despejado, se transformó en una tormenta despiadada. Lluvia, granizo y viento. Incluso el sol—el suyo—había desaparecido.

Los adultos dijeron que Ji-Hoon simplemente se había marchado. Que ya no les interesaba.

Pero no lo creyó. No podía creerlo.

Y se le ocurrió una idea.

Si los juegos los había reunido en un principio, quizás en esta ocasión también lo harían.

Y esta vez, para siempre.




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