Juegos Peligrosos

XXVIII: Viejos tiempos

Suertuda la que ha ganado su corazón.

Mientras voy sacando y guardando la comida en el pequeño mueble disponible, más preguntas surgen en mi cabeza.

—¿Qué relación tenías con Vanessa? —lo miro de reojo.

—Salíamos, eso es todo.

—¿Por qué fue ella quien te rompió el corazón?

—¿A qué viene esto, Jana? —se cruza de brazos y me mira mal.

—Curiosidad.

Y mucha.

—No. No fue ella.

Pero si Sonia me dijo eso...

—Fuiste vos.

Me quedo quieta a espalda de él. No sé qué hacer, qué responder.

—¿Por... por qué yo? —tartamudeo un poco.

—Porque de verdad me dolió como nunca cuando te fuiste con Owen —llevo mis manos hacia atrás—. Él estaba interesado en ti. Pero yo me adelanté.

—O sea que era un concurso de quién marcaba territorio primero —lo que me faltaba, ser sus juguetes.

—No. Desde que llegaste al pueblo me gustabas y luego... luego me enamoré. Pero cuando te fuiste con Owen hace un año, sentí que todo el sacrificio que hice por ti fue en vano.

—Ajá...

Ya no sé que contestar.

Agar estaba enamorado de mí.

Agarra mis manos y me da vuelta. —Aceptaré lo que quieras. No te voy a obligar.

—Agar... —lo miro a los ojos y veo ese brillo especial que ilumina su rostro y lo hace ver más hermoso que siempre—. Sólo unos días. Quiero terminar de aclarar todo en mi mente. La mudanza, la universidad, lo de mi tía y lo tuyo. Es mucho y necesito tiempo.

Necesito tiempo de entender que esto no creí que sucedería.

—El que quieras —me apega a él y se inclina para rozar nuestros labios—. Pero por favor, no me dejes.

Y para cerrar el tema, me besa, me besa como si fuese la primera y última vez.

Sonia abre de un portazo. —Gracias... por dejarme... abandonada... en el estacionamiento —entra agitada con las bolsas más pesadas.

—Te amo —me da otro corto beso y se va a ayudarla.

¿Qué, qué?

Ni me dejó responder. Ni sé qué responder. Le dije que me diera tiempo, y tendrá que esperar... como yo también. Pero me ama, tal vez puedo aceptarlo.

 

A la mañana siguiente hacemos la mudanza. Es un poco chico el departamento pero muy bonito y con todo lo que necesitamos.
Subo las escaleras y me dirijo a mi nueva habitación. Al abrir la puerta, me enamoro y emociono al ver lo primero que aparece en mi campo de visión: un gran balcón.

—¿Jana...? —corro hacia ahí, puedo ver gran parte de la ciudad aquí.

El Obelisco se ve cerca y los sonidos provenientes del tránsito de la gran avenida llegan como murmullos.

—Esto es maravilloso —me paseo de un lado a otro.

—Sí te gustó —dice Sonia apoyándose en la baranda—. Esta la elegí para vos. Ya que no habías visto las habitaciones, aproveché para chusmear un poco yo sola y... en el momento dije sí.

—Gracias —la abrazo y ella corresponde.

—No hay de qué —se separa y sonríe más—. Ordena todo que dentro de un rato tenemos que ir a la universidad para terminar con el papeleo.

—Ahora mismo. Gracias de nuevo.

Rápido voy por mis cosas y las ordeno. Luego de guardar mi ropa y demás pertenencias en el gran guardarropa, me cambio de ropa por una más formal, me maquillo un poco y arreglo mi cabello.

Escucho que tocan la puerta y corro hacia ella.

—El taxi ya llegó, hay que irnos rápido —me agarra del brazo brusca.

—Necesito mis cosas, Sonia.

—Agar tiene todo allá abajo. ¡Corre!

Sin caer con estos gigantes zapatos de tacón, bajo las escaleras corriendo. Llego afuera del edificio y lo veo.

—Vamos —me da permiso y entro, él también lo hace.

—Mucha suerte, Jana —Sonia saluda desde la ventanilla.

—Gracias.

Sí que estoy nerviosa.

 

Agar:

Me quedo afuera de la universidad esperando a Jana. Espero que la puedan aceptar otra vez.

Se siente mal mentirle a quién uno ama pero... es por protección a ella. Vanessa nunca murió, volvió a Europa a seguir con su vida. Estoy confundido con eso porque creo que aún la quiero.

Ustedes seguro dirán: ¿Cómo puedes quererla después de tantos años que ha pasado? Y sí, les doy la razón, estoy loco por pensar en eso aún. Pero me es imposible.
Jana me hace recordar mucho a ella, son tan parecidas. Sus actitudes, sus formas de sentir, pero son muy diferentes en la hora de pensar, Vanessa siempre tuvo ese pensamiento malo de los demás, en cambio Jana no.

Escucho el teléfono sonar, es Sonia.

—Todavía no sale —es lo primero que digo al atender.

¿Hace mucho que ha entrado?

—No. Unos seis o siete minutos atrás.

Entiendo —escucho que suspira y vuelve a hablar—. ¿Le decimos la verdad sí o no?

—No. Es por su bien.

Es que... ¡Agar, tiene derecho!

—Sé que tiene derecho pero no podemos decirle.

Sigues echando sal a la herida, está mal —dice con pesar.

—Pero no queda de otra.

Por favor. Di que lo harás.

—Lo intentaré —corto la llamada y en el momento suena de nuevo, contesto sin mirar—. Te dije que lo intentaré, no molestes por favor.

¿Ahora soy una molestia para vos?

Me paralizo al escuchar su melodiosa, tranquila y suave voz. La que hace años no escucho.

—¿Cómo conseguiste mi número? ¿No te bastó con hacer lo último? —muevo el pie tratando de no perder la cordura.

—No querido. Eso era un comienzo.

—¿Qué quieres decir?

Vine a buscar a mi sobrina y me entero que ella se fue a otro país. Luego me dan una noticia diciendo de que ella se ha vuelto a cambiar de lugar.

—¿Qué sobrina? —digo con un pequeño suspiro que parece que lo nota.

La hija de mi hermana —habla obvia.

—Pues yo no sé el paradero de ella. No me metas en tus asuntos —siento una punzada en el pecho.

También te incumbe, Agar. Ella está contigo. Carla está contigo —lo dice de forma fría.

—No conozco ninguna Carla y te vuelvo a repetir: No me metas en tus asuntos.



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En el texto hay: peligros, reglas, verdades ocultas

Editado: 11.02.2021

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