Juegos Peligrosos

XIII: Culpa

¿Qué puedo hacer por amor?... ¿Y hasta dónde llegaré?...

¡Ash! Eso es lo que menos puedo dejar de pensar.

Esa obsesión que tuve desde hace años con Agar... aún no la dejo.

Owen me sigue repitiendo lo mismo, él no me va a querer jamás me verá más que amigos. Y trato de metérmelo a la cabeza y no puedo, no puedo olvidarlo y ya. Esta obsesión no es sana, no es algo común que pasa, pero me resulta algo muy difícil de olvidar, no cuando tu corazón toma el mando y deja a un lado muy lejano a la razón.

***

Por suerte estoy en casa, me dejaron libre después de lo que pasó, pero no entiendo el por qué. El jefe no quería que me soltaran y a último momento, me dejaron. ¿Se habrá arrepentido? No creo.

Escucho desde la cocina que suena mi teléfono. Vuelvo a la sala y veo que es una llamada entrante de él.

—¿Qué quieres? —respondo restándole interés.

—Sonia... periculum... —dice con voz agitada.

¡Mierda, mierda y más mierda!

Corto la llamada, tomo mi cartera y salgo corriendo hacia afuera donde está mi auto. Saco las llaves del bolsillo, intento arrancar pero con el gran temblor de mis manos las llaves caen y es tarde cuando siento que tiran de mi cabello y me sacan arrastrando.

No, no pueden... hace unas pocas horas que me sacaron de ahí.

Me toman en brazos y me tiran detrás de una camioneta.

—¡NO HICE NADA, LO JURO! ¡SAQUENME DE AQUÍ! —grito y pataleo pero lo que escucho es el motor de la camioneta arrancar—. Ayuda...

¡Maldita sea! Pero lo peor es que no me quieren eliminar, me lo pregunto siempre y nunca obtengo respuestas.

El tiempo parece no pasar sigue todo igual, no sé a qué parte iremos pero lo que sí sé es que el camino es de tierra. Íbamos bien hasta que sentí que este cambió.
De una cosa estoy segura, no iremos a la mansión.

Definitivamente, perdí la noción del tiempo.

Frenan de golpe provocando que mi frente tope con algo duro de ahí, escucho unos pasos cerca, me hago la dormida pero mala opción, me toman en brazos otra vez y me tiran fuerte al suelo.

—¡Hey! —sacudo la tierra de mi ropa y me levanto para mirar el lugar—. ¿En dónde estamos?

Parece el desierto, pero con piedras.

Escucho la puerta abrirse y unos pasos. Doy vuelta y lo que veo, me deja más sorprendida, nerviosa y asustada que antes.

No es el antiguo jefe, este es uno nuevo y es...

—Otra vez vos, Sonia —dice con voz neutra, hace una seña al colaborador, este sube a la camioneta y se va dejándonos a la deriva—. Así es mejor.

—Agar... —lo nombro en un susurro.

—Tanto tiempo sin vernos, mucho diría yo.

—Nos vimos en la universidad —respondo obvia.

—Sabes a lo que me refiero —comienza a caminar al rededor mío.

Fue aquí mismo.

Suspiro derrotada y asiento. —Sí, es cierto.

—Sonia... —no lo veo venir, toma mi cuello y me apunta con un gran cuchillo—. ¡¿Qué carajos hiciste?!

—No sé de qué hablas, lo juro —trato de moverme pero aprieta más—. Hace poco que salí de donde me tenían y volví a mi casa. Después aparecieron ustedes y me están diciendo cosas que no tengo la más mínima idea.

Me mira a los ojos, parece que tiene una lucha interna en si creerme o no. Estoy por golpearlo pero me suelta.

—Está bien —tomo aire lo que más puedo, el maldito casi me dejó sin aire—. Entonces no sé quién pudo ser.

—Si me cuentas... lo que pasó... tal vez te ayude —coloco una mano en mi pecho y sigo respirando agitada y en busca de más oxígeno.

—No lo entenderías —dice negando y se aleja un poco.

—Sino me cuentas, pues es obvio... que no entenderé —una vez recuperada, me acerco a él—. ¿Qué sucedió?

—Mataron al jefe, bueno, al antiguo jefe.

—¡¿QUÉ?! —no otra vez lo mismo.

Cuarto juego que sucede. ¿Qué tienen contra los jefes?

—Lo que escuchaste. A la hora que terminamos de hacer el paso de mando, unos colaboradores lo encontraron a lo profundo del bosque, muerto —me mira con desconfianza y preocupación.

—Pues para tu información, no sabía nada de eso —me encojo de hombros.

—Entiendo, entiendo —susurra algo y su mirada cambia a uno más enojado y alterado—. ¿Por qué la entregaste?

—¿Cómo sabes? —intento mentir pero no me sale.

Me delaté.

—¡¿POR QUÉ LA ENTREGASTE?! —me sobresalta su tono de voz, está gritando—. ¡¿POR QUÉ?!

—Yo... lo siento... no tenía otra opción y... —las lágrimas comienzan a caer y tartamudeo—, no podía... decir que... que no...

Se quita la máscara blanca y cuando veo su rostro, me paralizo.

Está llorando... Agar está llorando por primera vez.

—Hey... Agar... —me acerco a él pero me empuja haciéndome caer.

Jadeo sorprendida, cierro mis manos formando puños acompañados con un poco de tierra y una que otra piedra chica.

—Esto es tu culpa, toda tuya —dice lo último en un susurro lastimero—, y mía.

—Esto es lo que el destino puso en nuestros caminos, es lo que elegimos y es lo que seguiremos siendo. ¡No podemos cambiarlo, no podemos revertir el juego, no podemos hacer nada! —me sorprende el tono firme y neutro de mi voz—. Y así como empezamos, así terminaremos, Agar.

—Pero esa maldita culpa... la llevarás siempre —lo miro con lástima, pero tiene razón.

La culpa es mía, y el vicio es de los dos.

Una mentira puede hacer bastante. Jamás lo creí. Siempre que lo decían yo hacía de oídos sordos. Pero llegó el momento y la realidad me sigue golpeando.
Si hubiera cortado de raíz esa obsesión mía, creo que no estaríamos en esta situación, no estaríamos sufriendo y culpándonos por nuestro error.

¿Era mentira esa leyenda que le conté? No. No era mentira. Pero lo impulsé a que hiciera esto.

—Hay algo que no te conté y es sobre la leyenda... —mira a otra parte y espera a que continúe—. El vicio lo llevó a la muerte, murió a los veintisiete años porque lo volvió loco y terminó quitándose la vida.



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En el texto hay: peligros, reglas, verdades ocultas

Editado: 11.02.2021

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